¿Volamos? - Dori Terán


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 De la serie "Relatos sobre una cuarentena"


Y que le voy hacer si no soy de este planeta...”, continuamente se repetía en su mente la frase de la canción. A veces se preguntaba si pertenecía a la raza humana. Se identificaba con el comportamiento grupal y social de los estorninos. Migración en unión y comunidad en el viaje de la vida para la búsqueda de otros horizontes promesas de calor y alimento. Vuelo de defensa ante los depredadores. Multitud de ojos juntos captando el peligro más fácilmente. Y la nube formada por su asociación pista y llamada para todos ellos de un avance seguro.
Pero no, él estaba muy lejos de ser como el tordo. Si bien era moreno, oscuro de tez, la envergadura de su cuerpo se asemejaba más al coloso de Rodas que al ave y no tenía plumas y no tenía alas. Solo tenía, quizá, tal vez, a saber…su corazón.
Cada invierno acudía la mayoría de los atardeceres al parque más hermoso de la ciudad y se sentaba esperando la bandada que anunciaba a bombo y platillo la llegada a su nuevo dormidero. ¡Uno de los espectáculos más bellos de la naturaleza ¡. Juntos los negros y los pintos, los grandes y los pequeños, los más lentos y los más veloces…los más y los menos. Sonaban en la aparición más como una bulla acompasada que como un rumor y en el estruendo melódico enlazaban un baile sincronizado y artístico.
Y mientras los contemplaba con deleite, soñaba que los hombres del planeta se movían como ellos, con las manos asidas, con miradas comunales, con dirección a la luz, con intención de bienestar, con voluntad de amar. Y que el canto de todas las voces diferentes emitía una melodía mágica y envolvente invitándoles a un baile de extrema belleza en su armonía.
No era imposible, se trataba de evolución. Otras especies habían respetado la esencia de su ser y nos habían adelantado. Nosotros, los hombres, habíamos mancillado esa esencia. Empezábamos a comprenderlo, la vida como mejor maestra nos puso contra la pared.
Los ciclos, las fases a nuestra auténtica naturaleza están comenzando ya aunque lo ignore nuestra consciencia.
¡Qué largo se le hacía el camino! Tanto que tuvo la sensación que en su espalda, a la altura de las paletillas, empezaban a brotarle alas.







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