En una pequeña localidad de la sierra madrileña, a tiro piedra de la capital, existe un pequeño albergue habitado por monjas, situado estratégicamente en una oquedad entre tres montañas, accediéndose a él por un pequeño desfiladero. No llega a ser un convento al uso, quienes lo moran son mujeres viudas dedicadas a la oración y al trabajo (ora et labora), todas deben aportar una pensión, sea grande o pequeña, es uno de los requisitos de pertenencia a la congregación.
Su fundadora la madre Nepomucena de las Alas lo creó hará quinientos años, huyendo de parientes que al enviudar querían desposarla y gobernar sus caudales. Mujer despierta y beata tenía tan grato recuerdo de su difunto marido que no quiso probar nuevamente las mieles del amor y sí rezar por el eterno descanso de quien tan feliz la hizo. Construyó con mucha dificultad, debido a la orografía, una mansión con gran patio interior y treinta tres alcobas, ese era el número máximo de mujeres que podrían formar parte de su proyecto de oración.
Debido a la sociedad en que vivimos, el estilo de vida adoptado es muy poco comprendido y aceptado, estando ahora ocupada la mansión por veinte monjas y cinco novicias, y fue gracias a éstas últimas que la vida de todas ellas se modernizó.
No necesitan de ayuda externa para sobrevivir, sus pensiones les procuran suficiente caudal para comer, vestir y arreglar desperfectos en la estructura de la casa madre, como ellas la llaman, pero las novicias trajeron nuevos aires a la comunidad, instalando internet y un repetidor en el pico más alto, para tener acceso a telefonía móvil. Seguían teniendo la máxima de Ora et Labora, pero modernizadas. Los dulces creados en sus fogones los comenzaron a vender no solamente a poblaciones cercanas, sino a otras provincias a través de empresas de mensajería que enviaban a los más valientes de sus repartidores debido a la dificultad del acceso.
La producción fue renovada con nuevos formatos y nuevos diseños aunque manteniendo la elaboración artesanal de siempre. Estos dulces cuyos ingredientes son productos de su huerta así como bayas o hierbas recogidos de las escarpadas montañas, de las que nunca saldrán según voto hecho el día de su confirmación. Madalenas, suspiros, bizcochitos o trompetas son algunas delicias de su variada producción, pero la fama la lograron por sus Besos. La receta es custodiada escrupulosamente desde los tiempos de la madre fundadora, un bocado que eleva los sentidos en un éxtasis de sabor curando males. Su producción es pequeña debido a ingredientes difíciles de conseguir, guardados con mimo en una cueva a la que sólo se accede por un angosto pasaje excavado en los cimientos del edificio.
Durante la pandemia del coronavirus se mantenían informadas de las normas de confinamiento gracias a internet y las llamadas telefónicas del párroco más cercano, fue imposible seguir con la venta de dulces pero no resultó un problema ya que el tiempo invertido en cocinar lo empleaban en orar por los enfermos y familiares.
Una noche la madre superiora tuvo un sueño en el que los famosos Besos del convento antaño milagrosos lo seguían siendo en la pandemia. Iniciaron la producción y comenzó a enviarlos a residencias de ancianos en las cuales milagrosamente los test que antes fueron positivos, ahora daban negativos, venciendo a la enfermedad.
En muchos balcones se empezaron a ver carteles y pancartas que decían “Yo quiero mi test”, pero en las de los familiares de los ancianos ponía “Yo quiero mi Beso”, las autoridades comenzaron a preocuparse que tanto encierro hubiera afectado a la cordura de los ciudadanos e iniciaron una pequeña relajación del encierro que llamaron desescalada. Semana a semana se iba recuperando cierta normalidad de convivencia en la sociedad, se pudo salir a la calle a ciertas horas, luego hasta cierta distancia sin salir del municipio para más tarde a la vista de la bajada de ingresos en las ucis comenzó una vuelta a cierta normalidad, pero para estas monjas el trabajo en su cocina era un continuo ir y venir de ollas, fuentes, boles y por supuesto recolección de hierbas y frutos silvestres para poder confeccionar sus milagrosos Besos.
Debido a la bajada en el trasiego de vehículos y actividades al aire libre innecesarias la naturaleza se estaba recuperando del desgaste contaminante por eso los Besos tenían una mayor concentración de beneficios a quien los tomaba. Por internet enseguida corrió la voz y diferentes gobernantes pretendían acaparar toda la producción, más las valientes monjas cerraron a cal y canto el desfiladero ante tanta presión y mediante drones enviaban sus creaciones a los lugares en que más falta hacían.
Pensareis que es un cuento sacado de mi imaginación. Ni lo niego ni lo confirmo, prefiero que el secreto de las sucesoras de Nepomucena de las Alas esté bien guardado para una próxima pandemia porque de los humanos me fío muy poco, por mucho que digan estar investigando en beneficio de la humanidad, hay mucho loco suelto jugando a ser dios.
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