Las razones de Mateo - Cristina Muñiz Martín

 Man walking at sunset








 
Mateo, de vuelta a casa, se encontró con unos amigos y, entre vino y vino, cuando quiso darse cuenta ya eran casi las doce de la noche. Su mujer lo recibiría echa una fiera, pues no soportaba que él o los chicos llegaran a casa más tarde de la hora habitual. No solía poner ningun problema si la avisaban del retraso, pero Mateo ni se había dado cuenta de la hora que era ni de que su móvil se había apagado al agotarse la batería. Seguro que Marta lo habría llamado un montón de veces. Le esperaba una buena.
Iba Mateo pensando en las razones que le daría a Marta sobre su tardanza, cuando, de pronto, se encontró de frente con La Muerte.
--Ah, qué vien me vienes. Voy a llevarte conmigo—dijo ella.
--¿Ha llegado mi hora?—preguntó Mateo asustado.
--Hombre, la verdad es que no. Aún te quedaban quince años, pero voy a llevarte ahora, en –miró su reloj—exactamente 2 minutos y 15 segundos.
--Espera, espera, cómo es eso de que me quieres llevar quedándome quince años. No lo entiendo.
--Mira, no pretendo que lo entiendas, pero como sobra un poco de tiempo, te lo voy a explicar. Yo no puedo llevar a la gente al tuntún, todo tiene que estar regristrado y en regla. Pero como últimamente los funcionarios andan rebotados, con eso de que les quitaron las pagas y les bajaron el sueldo, pues cada vez hacen peor su trabajo y me meten en unos líos que ni te imaginas. Con decirte que la semana pasada pasé tres días buscando a una mujer que ya llevaba dos años muerta, te lo digo todo. Y el caso es que el hombre que venía a buscar, y que tenía que estar aquí en este preciso instante, por lo visto anda por Australia buscándose la vida y, por mucho que corra, no me da tiempo a alcanzarlo. Así que no puedo marchar con las manos vacías y como tú estás aquí, pues te llevo a ti.
--Oye—dijo Mateo reponiéndose del susto inicial. Si metiste la pata es problema tuyo, no mío, así que déjame en paz.
--No lo entiendes. Es la hora –dijo La Muerte volviendo a mirar su reloj— quedan 52 segundos.
--Por lo menos busca a un funcionario. Si ellos metieron la pata, que lo paguen. Y no yo, que soy un pobre trabajador a turnos.
--¿Ves tú algún funcionario ahora mismo por aquí?—dijo La Muerte socarrona, mirando a su alrededor, a la calle desierta.
Mateo decidió hacerse el valiente. Sin decir nada, dio la espalda a La Muerte y comenzó a caminar en dirección a su casa. Pero aunque sus pasos eran largos y rápidos , no conseguía moverse de donde estaba.
--Mateo, no me compliques las cosas, que no sabes de lo que soy capaz si me enfado—dijo La Muerte lentamente, ahuecando la voz.
Mateo se dio la vuelta y se encaró con ella.
--¿Por qué no buscas a otro que no le importe ir contigo? Puedo asegurarte que hay muchos.
--Porque tu estás aquí, ahora, es decir, en el momento preciso, ni un segundo antes ni un segundo después.
--O sea, para que nos entendamos, según tú aún me quedan quince años de vida, pero como no encuentras al hombre que tenías que llevar, coges al primero que encuentras, o sea a mí, y ¡hala! Y te quedas tan tranquila.
--No pretenderás que me ponga nerviosa.
--Pues no voy a ir contigo, ya te lo dije. Menuda falta de profesionalidad. Debía darte vergüenza. Reclamo mis quince años—dijo como si estuviera frente a un mostrador de reclamaciones-- Además, no decías que no puedes llevar la gente al tuntún, que todo tiene quedar registrado y en regla ¿en qué quedamos?
--Bueno, ya sabes que en la Administración siempre se puede hacer un apaño. Se falsifica el nombre y ya está. Lo que no puede ser es que queden huecos en los registros.
--Pues escribe lo que te de la gana, pero yo no pienso ir contigo. Y asunto zanjado—dijo Mateo ya de malas maneras.
La Muerte quedó callada un momento y después, acercando a Mateo su boca hedidonda, dijo con voz autoritaria.
Vas a venir conmigo quieras o no. Pero para que veas que no soy tan mala como me pintan, te doy a elegir. Y la elección es: vienes conmigo por las buenas o vienes conmigo por las malas.
--¡Menuda elección! ¿Te estás riendo de mi?
--Tomalo como quieras y basta ya de tanto hablar que se acaba el tiempo. Mira, voy a explicártelo muy clarito. Si te llevo por las malas voy a mandar que te parta un rayo y vas a morir en el momento y para siempre jamás. Ahora, si colaboras, te llevo conmigo con la promesa de que en cuanto encuentre al hombre que busco te devuelvo la vida que te queda ¿qué dices?
Mateo estaba perplejo. Le parecía vivir un sueño, pero no, La Muerte estaba allí, junto a él. Podía olerla, sentirla, saber con certeza que era ella y que no tenía escapatoria. Intentó darle razones para que buscara a otro: a él lo esperaban en casa su mujer y sus dos hijos; al día siguiente entraba a trabajar en el turno de tarde; tenía una hipoteca que pagar; su mujer se ponía furiosa si se retrasaba...La Muerte no escuchaba las razones de Mateo, tan solo miraba su reloj con una sonrisa macabra, contando para sus adentros, tres, dos, uno....
Al día siguiente comenzó la búsqueda de Mateo por Avilés y alrededores. Nadie supo dar noticias de su paradero. Mientras tanto, el otro hombre, vagaba por el mundo buscando no sabía qué. Y eso lo hacía ir de un continente a otro sin encontrar acomodo en ningún sitio. La Muerte lo perseguía sin descanso, pero no lograba alcanzarlo, pues cuando ella llegaba al punto elegido, él ya se había ido. Y así pasó un tiempo. Un tiempo en el que Mateo no tuvo conciencia del tiempo.
--Ya he atrapado al hombre que buscaba, así que voy a devolverte lo que te queda de vida—le dijo por fin La Muerte.
Mateo se vio de pronto en el mismo punto donde la había encontrado. Miró a su alrededor. No había nadie. Se dirigió a su casa lleno de emoción. Miró el reloj. No funcionaba. Miró el móvil. Seguía sin batería. No sabía cuánto tiempo había estado fuera, pero dedujo que unas cuantas horas, pues todas las persianas estaban bajadas y solo se veía luz en una ventana de la larga calle. Entró en el portal y sin esperar el ascensor subió los cuatro pisos corriendo. Sacó la llave del bolsillo y abrió la puerta. La casa estaba a oscuras y en silencio. Era raro que Marta se hubiera acostado sin esperarlo. Mejor, pensó, así con un poco de suerte no sabrá a la hora que llego. Entró en el cuarto donde dormía su mujer. El reloj marcaba las tres de la mañana. Maldijo a La Muerte por haberlo retenido tres horas, mientras se desnudaba y se metía en la cama, apretándose al cuerpo cálido de su mujer. Ella sintió el cuerpo junto al suyo, metió un grito, encendió la luz , saltó de la cama y siguió gritando a pleno pulmón. No tardaron en aparecer un chico alto y robusto seguido de un adolescente larguirucho. El chico alto y robusto se abalanzó contra el extraño que había entrado en su casa y comenzó a darle puñetazos, hasta dejarlo en tendido en el suelo con la cara ensangrentada. Marta dejó de gritar, miró al hombre y comenzó a farfullar “tú, tú, eres tú, no puede ser, no, no, no puede ser”. Los chicos miraron a su madre desorientados. “Es vuestro padre, dijo ella, con un hilo de voz” “Es vuestro padre”
¿Es papá de verdad?, preguntó el adolescente larguirucho dirigiendo la mirada a su madre. La madre asintió y los dos jóvenes se colocaron a su lado, observando expectantes al hombre que yacía en el suelo.
Mateo se incorporó a duras penas, mientras su mujer y dos chicos a los que no reconocía no le quitaban los ojos de encima. ¿Quién son estos?, preguntó dirigiéndose a su mujer. ¿Qué quién son estos? ¡Sinvergüenza! ¡Gollfo! ¡Canalla! ¡Bribón! ¡Mal padre!...siete años, siete años hace que desapareciste y ahora llegas a casa como si tal cosa, te metes en mi cama, y encima me preguntas quién son estos. Son tus hijos, miralos bien ¿han crecido verdad? Ya no son los niños que abandonaste ¿cómo te atreves a volver ahora? ¡Sal de mi casa inmediatamente si no quieres que llame a la policía!
Mateo no entendía nada. La cabeza le daba vueltas y una angustia opresiva rondaba su pecho. Se vio envuelto en una nube negra y cayó al suelo. Marta y los chicos lo cogieron y lo tumbaron sobre la cama. No tardó en reponerse y pidió que le dejaran hablar, que tenía sus razones para haber estado tanto tiempo fuera de casa. Habla, dijo Marta, habla, aunque no te va a servir de nada. Mamá, a lo mejor le pasó algo y perdió la memoria, dijo el adolescente. ¿La memoria? , contestó ella. Lo que perdió tu padre fue la vergüenza. Habla, anda, habla, sinvergüenza, diles a tus hijos por qué los abandonaste.
Mateo los miró y supo que no tenía nada qué decir. ¿Quién iba a creer que lo había retenido La Muerte durante siete años si no se lo podía creer ni él? Se levantó de la cama y caminando despacio, con lágrimas en los ojos, salió de la que había sido su casa.
Han pasado los años y Mateo, sin casa, sin familia, sin trabajo, anda vagando por el mundo buscando no sabe qué. Y eso lo hace ir de un continente a otro sin encontrar acomodo en ningún sitio. Su tiempo ya se ha acabado, y la Muerte lo persigue sin descanso, pero no logra alcanzarlo. En su lugar , y hasta que lo encuentre, ha retenido a otro hombre.


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