Mateo, de vuelta a casa, se encontró con unos
amigos y, entre vino y vino, cuando quiso darse cuenta ya eran casi
las doce de la noche. Su mujer lo recibiría echa una fiera, pues no
soportaba que él o los chicos llegaran a casa más tarde de la hora
habitual. No solía poner ningun problema si la avisaban del retraso,
pero Mateo ni se había dado cuenta de la hora que era ni de que su
móvil se había apagado al agotarse la batería. Seguro que Marta lo
habría llamado un montón de veces. Le esperaba una buena.
Iba Mateo pensando en las razones que le daría a
Marta sobre su tardanza, cuando, de pronto, se encontró de frente
con La Muerte.
--Ah, qué vien me vienes. Voy a
llevarte conmigo—dijo ella.
--¿Ha llegado mi hora?—preguntó
Mateo asustado.
--Hombre, la verdad es que no.
Aún te quedaban quince años, pero voy a llevarte ahora, en –miró
su reloj—exactamente 2 minutos y 15 segundos.
--Espera, espera, cómo es eso de
que me quieres llevar quedándome quince años. No lo entiendo.
--Mira, no pretendo que lo
entiendas, pero como sobra un poco de tiempo, te lo voy a explicar.
Yo no puedo llevar a la gente al tuntún, todo tiene que estar
regristrado y en regla. Pero como últimamente los funcionarios andan
rebotados, con eso de que les quitaron las pagas y les bajaron el
sueldo, pues cada vez hacen peor su trabajo y me meten en unos líos
que ni te imaginas. Con decirte que la semana pasada pasé tres días
buscando a una mujer que ya llevaba dos años muerta, te lo digo
todo. Y el caso es que el hombre que venía a buscar, y que tenía
que estar aquí en este preciso instante, por lo visto anda por
Australia buscándose la vida y, por mucho que corra, no me da tiempo
a alcanzarlo. Así que no puedo marchar con las manos vacías y como
tú estás aquí, pues te llevo a ti.
--Oye—dijo Mateo reponiéndose
del susto inicial. Si metiste la pata es problema tuyo, no mío, así
que déjame en paz.
--No lo entiendes. Es la hora
–dijo La Muerte volviendo a mirar su reloj— quedan 52 segundos.
--Por lo menos busca a un
funcionario. Si ellos metieron la pata, que lo paguen. Y no yo, que
soy un pobre trabajador a turnos.
--¿Ves tú algún funcionario
ahora mismo por aquí?—dijo La Muerte socarrona, mirando a su
alrededor, a la calle desierta.
Mateo decidió hacerse el
valiente. Sin decir nada, dio la espalda a La Muerte y comenzó a
caminar en dirección a su casa. Pero aunque sus pasos eran largos y
rápidos , no conseguía moverse de donde estaba.
--Mateo, no me compliques las
cosas, que no sabes de lo que soy capaz si me enfado—dijo La Muerte
lentamente, ahuecando la voz.
Mateo se dio la vuelta y se
encaró con ella.
--¿Por qué no buscas a otro que
no le importe ir contigo? Puedo asegurarte que hay muchos.
--Porque tu estás aquí, ahora,
es decir, en el momento preciso, ni un segundo antes ni un segundo
después.
--O sea, para que nos entendamos,
según tú aún me quedan quince años de vida, pero como no
encuentras al hombre que tenías que llevar, coges al primero que
encuentras, o sea a mí, y ¡hala! Y te quedas tan tranquila.
--No pretenderás que me ponga
nerviosa.
--Pues no voy a ir contigo, ya te
lo dije. Menuda falta de profesionalidad. Debía darte vergüenza.
Reclamo mis quince años—dijo como si estuviera frente a un
mostrador de reclamaciones-- Además, no decías que no puedes llevar
la gente al tuntún, que todo tiene quedar registrado y en regla ¿en
qué quedamos?
--Bueno, ya sabes que en la
Administración siempre se puede hacer un apaño. Se falsifica el
nombre y ya está. Lo que no puede ser es que queden huecos en los
registros.
--Pues escribe lo que te de la
gana, pero yo no pienso ir contigo. Y asunto zanjado—dijo Mateo ya
de malas maneras.
La Muerte quedó callada un
momento y después, acercando a Mateo su boca hedidonda, dijo con voz
autoritaria.
Vas a venir conmigo quieras o no.
Pero para que veas que no soy tan mala como me pintan, te doy a
elegir. Y la elección es: vienes conmigo por las buenas o vienes
conmigo por las malas.
--¡Menuda elección! ¿Te estás
riendo de mi?
--Tomalo como quieras y basta ya
de tanto hablar que se acaba el tiempo. Mira, voy a explicártelo muy
clarito. Si te llevo por las malas voy a mandar que te parta un rayo
y vas a morir en el momento y para siempre jamás. Ahora, si
colaboras, te llevo conmigo con la promesa de que en cuanto encuentre
al hombre que busco te devuelvo la vida que te queda ¿qué dices?
Mateo estaba perplejo. Le parecía
vivir un sueño, pero no, La Muerte estaba allí, junto a él. Podía
olerla, sentirla, saber con certeza que era ella y que no tenía
escapatoria. Intentó darle razones para que buscara a otro: a él lo
esperaban en casa su mujer y sus dos hijos; al día siguiente entraba
a trabajar en el turno de tarde; tenía una hipoteca que pagar; su
mujer se ponía furiosa si se retrasaba...La Muerte no escuchaba las
razones de Mateo, tan solo miraba su reloj con una sonrisa macabra,
contando para sus adentros, tres, dos, uno....
Al día siguiente comenzó la
búsqueda de Mateo por Avilés y alrededores. Nadie supo dar noticias
de su paradero. Mientras tanto, el otro hombre, vagaba por el mundo
buscando no sabía qué. Y eso lo hacía ir de un continente a otro
sin encontrar acomodo en ningún sitio. La Muerte lo perseguía sin
descanso, pero no lograba alcanzarlo, pues cuando ella llegaba al
punto elegido, él ya se había ido. Y así pasó un tiempo. Un
tiempo en el que Mateo no tuvo conciencia del tiempo.
--Ya he atrapado al hombre que
buscaba, así que voy a devolverte lo que te queda de vida—le dijo
por fin La Muerte.
Mateo se vio de pronto en el
mismo punto donde la había encontrado. Miró a su alrededor. No
había nadie. Se dirigió a su casa lleno de emoción. Miró el
reloj. No funcionaba. Miró el móvil. Seguía sin batería. No sabía
cuánto tiempo había estado fuera, pero dedujo que unas cuantas
horas, pues todas las persianas estaban bajadas y solo se veía luz
en una ventana de la larga calle. Entró en el portal y sin esperar
el ascensor subió los cuatro pisos corriendo. Sacó la llave del
bolsillo y abrió la puerta. La casa estaba a oscuras y en silencio.
Era raro que Marta se hubiera acostado sin esperarlo. Mejor, pensó,
así con un poco de suerte no sabrá a la hora que llego. Entró en
el cuarto donde dormía su mujer. El reloj marcaba las tres de la
mañana. Maldijo a La Muerte por haberlo retenido tres horas,
mientras se desnudaba y se metía en la cama, apretándose al cuerpo
cálido de su mujer. Ella sintió el cuerpo junto al suyo, metió un
grito, encendió la luz , saltó de la cama y siguió gritando a
pleno pulmón. No tardaron en aparecer un chico alto y robusto
seguido de un adolescente larguirucho. El chico alto y robusto se
abalanzó contra el extraño que había entrado en su casa y comenzó
a darle puñetazos, hasta dejarlo en tendido en el suelo con la cara
ensangrentada. Marta dejó de gritar, miró al hombre y comenzó a
farfullar “tú, tú, eres tú, no puede ser, no, no, no puede ser”.
Los chicos miraron a su madre desorientados. “Es vuestro padre,
dijo ella, con un hilo de voz” “Es vuestro padre”
¿Es papá de verdad?, preguntó
el adolescente larguirucho dirigiendo la mirada a su madre. La madre
asintió y los dos jóvenes se colocaron a su lado, observando
expectantes al hombre que yacía en el suelo.
Mateo se incorporó a duras
penas, mientras su mujer y dos chicos a los que no reconocía no le
quitaban los ojos de encima. ¿Quién son estos?, preguntó
dirigiéndose a su mujer. ¿Qué quién son estos? ¡Sinvergüenza!
¡Gollfo! ¡Canalla! ¡Bribón! ¡Mal padre!...siete años, siete
años hace que desapareciste y ahora llegas a casa como si tal cosa,
te metes en mi cama, y encima me preguntas quién son estos. Son tus
hijos, miralos bien ¿han crecido verdad? Ya no son los niños que
abandonaste ¿cómo te atreves a volver ahora? ¡Sal de mi casa
inmediatamente si no quieres que llame a la policía!
Mateo no entendía nada. La
cabeza le daba vueltas y una angustia opresiva rondaba su pecho. Se
vio envuelto en una nube negra y cayó al suelo. Marta y los chicos
lo cogieron y lo tumbaron sobre la cama. No tardó en reponerse y
pidió que le dejaran hablar, que tenía sus razones para haber
estado tanto tiempo fuera de casa. Habla, dijo Marta, habla, aunque
no te va a servir de nada. Mamá, a lo mejor le pasó algo y perdió
la memoria, dijo el adolescente. ¿La memoria? , contestó ella. Lo
que perdió tu padre fue la vergüenza. Habla, anda, habla,
sinvergüenza, diles a tus hijos por qué los abandonaste.
Mateo los miró y supo que no
tenía nada qué decir. ¿Quién iba a creer que lo había retenido
La Muerte durante siete años si no se lo podía creer ni él? Se
levantó de la cama y caminando despacio, con lágrimas en los ojos,
salió de la que había sido su casa.
Han pasado los años y Mateo, sin
casa, sin familia, sin trabajo, anda vagando por el mundo buscando no
sabe qué. Y eso lo hace ir de un continente a otro sin encontrar
acomodo en ningún sitio. Su tiempo ya se ha acabado, y la Muerte lo
persigue sin descanso, pero no logra alcanzarlo. En su lugar , y
hasta que lo encuentre, ha retenido a otro hombre.
Una historia eterna
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