El cojín encantado - Gloria Losada




Mi bisabuela había sido bruja, pero bruja de las de verdad, de las de antes, de esas que mataban en la hoguera, a la vista del pueblo entero. Y encima vivía en una casa de piedra de aspecto tétrico en el medio del bosque. Dicha casa, que a su muerte nadie tuvo muy en cuenta, fue pasando de generación en generación hasta llegar a mi madre, a la que igualmente le importaba un pito, hasta que se pusieron en contacto con ella para decirle que se la iban expropiar, que por allí iba a pasar una autopista y que le daban no sé qué cantidad de dinero. Mamá no puso ninguna objeción, al contrario, al fin iba a librarse de aquel inmueble por el que no sentía el más mínimo interés.
Un día fuimos hasta allí, por si en su interior hubiera algo aprovechable y me llamó la atención un cojín con la cara de un perro. Cuando se lo enseñé a mi madre tampoco pudo reprimir su asombro.
-Pero si es Toby ¿De dónde habrá salido ese cojín?
El Toby en cuestión era un perro que habían tenido mis abuelos cuando mamá era pequeña y que murió atropellado por un tren, una pena, según mi madre, porque era una animal muy bueno. El caso es que en la casa no había nada que mereciera la pena, y salimos de allí únicamente con el cojín.
Unos días después ocurrió una desgracia. En casa teníamos un gato, Silvestre, se llamaba, y era una bolita de pelo blanca. Nunca salía de casa, pero aquel día lo hizo, lo atropelló un coche y pasó a mejor vida. Fue horrible, pobrecillo. Pero creo que más horrible fue darme cuenta de que en el cojín de mi bisabuela ya no estaba la cara de Toby, sino la de mi gato. Al principio pensé que estaba soñando, pero después caí en la cuenta de que si mi bisabuela era bruja, en su casa podía tener cualquier cosa extraña, y el cojín debía de ser una de ellas. Esta mañana lo quemé. No me apetece saber quién va a morir.

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