Si
algo le gustaba a Román era ver la televisión, actividad a la que
dedicaba el día y la noche, robándole incluso horas al sueño. Así
que cuando la pantalla se bañó de negro, corrió a comprar una
nueva. Al salir del coche, tropezó con una botella y rompió una
pierna. Maldiciendo su mala pata, nunca mejor dicho, y en contra de
sus planes, ingresó en el hospital. Más siendo como era un hombre
muy tacaño, al día siguiente ya había llegado a la conclusión de
que había tenido suerte, pues viviría un tiempo gratis, a costa del
estado, ahorrándose con ello un buen dinero. El hombre propone y
Dios dispone, se dijo a sí mismo sonriendo. Sin embargo, lo que no
tuvo en cuenta Román es que el hombre propone y los gerentes de los
hospitales y los alcaldes también disponen. Así que, apesadumbrado,
vio como a lo largo de los dos meses de hospitalización, sus
supuestos ahorros se esfumaban en la máquina de las tarjetas para
ver la televisión. Pero fue al ir a recoger su coche al depósito
municipal cuando comprobó, estupefacto, que su aventura hospitalaria
le había costado el sueldo de seis meses.
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