Mi hermano Juan
estudia informática. Es un fanático de los ordenadores y le
encantan los videojuegos. Se pasa el día entre sofwers y cosas de
esas que no sé ni como se llaman ni me importa demasiado. Su ilusión
siempre fue comprase un ordenador de esos guays, caros, con muchas
funciones, cuanto más caro más funciones, y estuvo ahorrando
durante años para cumplir su capricho. El día que llegó a casa con
su portátil de la marca esa de la manzana venía absolutamente
feliz, por fin había cumplido su sueño. Los primeros días pasaron
por casa toda su caterva de amigos, ante los que se chuleaba de lo
lindo explicándoles las maravillas de aquel aparato. No lo
abandonaba ni a sol ni a sombra y a mi, por supuesto, me prohibió
siquiera acercarme a él.
-Ni lo toques,
¿entiendes enana? - me dijo de malos modos.
Y claro, bastó que
me lo prohibiera para que a mi me entraran ganas de comprobar por mi
misma las fastuosas posibilidades de aquella máquina diabólica.
Esta tarde me atreví. Lo cogí de su cuarto, lo coloqué
cuidadosamente encima de la mesa de la cocina y lo abrí. Me quedé
durante un rato mirando la pantalla sin saber qué hacer, porque en
realidad a mi los ordenadores... ni fu ni fa, y cuando me disponía a
cerrarlo y a devolverlo a su sitio sin hacer nada de nada, mi mano
tropezó sin querer con un vaso de agua que se derramó completamente
sobre el teclado. Inmediatamente lo sequé con diez o quince
servilletas, pero creo que no ha servido de nada. El ordenador no
enciende. Yo lo he vuelto a poner en sus sitio, tal y como estaba,
nadie me ha visto tocarlo y esta en garantía. Espero que la sangre
no llegue al río, porque yo, desde luego, no he sido.
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