Soy despistada,
muy despistada, tanto que hasta unos días antes de mi partida me
creí que el lugar al que me marchaba para hacer mi máster era
Pensilvania, y no Transilvania. La Universidad de Brasov esperaba por
mi. Y confieso que me fui con un poco de recelo. Sin duda
influenciada por las historias de Drácula, ir a Transilvania me
daba.... miedo, si, lo reconozco. Y con razón. Aunque esto que les
voy a contar sea difícil de creer.
Uno
de los profesores que me daba clase tenía un colmillo de oro
que relucía con un extraño
fulgor en las pocas veces que el hombre sonreía, y una mirada torva
que parecía escarbar en tu cerebro para robar tus pensamientos. Ya
no era miedo, era espanto lo que me provocaba. Como si fuera un
vampiro. Claro que eso no era posible. No sólo porque los vampiros
no existen, sino porque aún en el improbable caso de que existieran,
no sobreviviría a la luz solar. Intenté alejar de mi mente tan
peregrina idea, pero no pudo ser, al revés, cada día que pasaba
estaba más convencida de que aquel hombre y muchas más personas,
no eran del todo normales. Y digo más personas porque
inconscientemente comencé a fijarme en los colmillos de la gente y
vi de todo. Algunos los tenían de oro, otros de plata, otros de
alguna piedra preciosa, incluso algunos de porcelana dibujada.
Semejante anormalidad me empujó a la biblioteca. Quería encontrar
algo, no sabía bien qué, alguna explicación para aquellos
colmillos tan originales. Y la encontré, vaya si la encontré. Los
que poseían esas piezas dentales eran los vambiros, que no vampiros,
uno seres híbridos entre éstos y los humanos. La mayoría de ellos
tenían cierta fotofobia, su media de vida era superior al del resto
de los humanos, aunque no eran inmortales; se alimentaban con
normalidad, aunque su bebida preferida era la sangre de cerdo, y no
solían ser agresivos, aunque de vez en cuando alguno que otro dejaba
gravado su mordisco en el cuello de cualquier persona con el fin de
perpetuar la especie. Absolutamente alucinada levanté la vista hacia
la bibliotecaria, que me sonrió amablemente mostrando su colmillo
rojo rubí. Dos días después estaba de regreso en España. El caso
es que la semana pasada pasé por delante del matadero y... me
apeteció beber sangre. Al principio me pareció extraño y me
alarmé, pero como no me encuentro mal ni nada de eso... creo que me
da igual haberme convertido en vambiro. Pero tengo un problema gordo:
A ver dónde encuentro yo ahora a alguien que me haga incrustaciones
en mi colmillo.
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