Siempre estaré contigo - Gloria Losada



Querida Carmen:
Supongo que te sorprenderá recibir mi carta después de tanto tiempo sin tener noticias
mías. No creo que me valga de mucho decir que siempre fui un poco desastre para eso de
mantener el contacto con las amigas, sé que no es excusa, pero lo cierto es que desde la
muerte de Luis mis ánimos han estado por los suelos y las ganas de hacer cosas volaron
lejos, de sobra conoces lo mal que lo pasé, todo fue tan repentino... Me costó asumir que
todos nuestros planes habían de quedar en simples deseos ya imposibles de cumplir por
culpa de un conductor irresponsable que minimizó los riesgos reales de haber llenado su
cuerpo de alcohol. Pero en fin, no es momento de recuerdos amargos, no te escribo para
que te conviertas en mi paño de lágrimas, sino para pedirte ayuda, pues eres la única
persona que creo puede echarme una mano.
Sé que lo que te voy a explicar es difícil de creer, pero tú me conoces bien y sabes que
soy una persona juiciosa y equilibrada, que jamás he jugado con las mentiras ni me he
inventado historias inverosímiles, así que te ruego que confíes en mi y que aunque mi
extraño relato te resulte eso, extraño, pongas todo de tu parte y trates de comprender mi
situación desesperada.
Todo empezó unos meses después del accidente de mi novio. En realidad si me pongo a
analizar lo ocurrido con la frialdad necesaria con la que se deben ver estas cosas creo que
fue la misma noche de su muerte cuando comenzaron esos sucesos inexplicables. Yo estaba
sentada al pie de su cama y él estaba allí postrado, conectado a un sinfín de máquinas cuya
única misión era la de prolongar sin sentido su agonía. Sólo se oía el rítmico y molesto
pitido del monitor cardíaco y el ruido sordo del respirador. Fue en el momento en que el
sonido del monitor se hizo cada vez más rápido y finalmente se convirtió en un sonido
agudo y continuo cuando sentí una sensación muy extraña, como si de repente una corrientede aire frío me envolviera y una mano helada me acariciara el rostro y el pelo. Apenas duró
unos segundos, los que tardaron los médicos en entrar apresurados en el cuarto e iniciar
unas maniobras de reanimación que resultaron inútiles. Luis murió y el dolor y la angustia
posteriores ocuparon mi vida durante mucho tiempo, tiempo durante el que no volví a
recordar el singular suceso ocurrido en aquella habitación de hospital. Hasta que una
noches, hace apenas unos meses, ocurrió de nuevo. Primero el frío casi glacial, luego
aquella gélida caricia por el rostro, el pelo, los hombros.
Sorprendentemente no sentí miedo, sólo paz y bienestar. Me daba la impresión de que
alguien, no sé quién, estaba allí a mi lado, protegiéndome, intentando hacerme menos
vulnerable, envolviendo todo mi ser con un caparazón bajo el que refugiarme y
resguardarme de los peligros de un mundo en el que Luis ya no podía ocuparse de mi.
Desperté a la mañana siguiente preguntándome si lo que me había pasado había sido
real o simplemente producto de mi imaginación. Evidentemente mi estado mental no
pasaba por su mejor momento, y tal vez fuera posible que aquella tristeza que parecía
haberse tragado mi realidad, me hiciera imaginar cosas imposibles, mas mis dudas se
disiparon cuando
aquello empezó a suceder todas las noches. Aquella presencia fría
aparecía silenciosa y queda, como un fantasma, y jugaba con mi pelo, con mi piel, con mi
cerebro maltrecho. De pronto me sentí perdida y sin saber qué hacer. Quise contárselo a
alguien, tal vez así pudiera aliviar un poco la angustia de no saber qué me estaba
ocurriendo, pero el miedo a que no me creyeran o me tomaran por loca, como finalmente
así ha ocurrido, hizo que desistiera de mis intenciones. Decidí callarme y esperar a ver en
qué terminaba todo aquello. Pero lejos de terminar, los fenómenos extraños se
intensificaron.
Comencé a notar que los objetos de mi hogar aparecían cambiados de lugar, primero
fue una taza, luego un libro, después la toalla del lavabo. Una tarde, al regresar del trabajo,
observé que había un periódico encima de la mesa del salón doblado de la misma forma en
que lo solía doblar Luis cuando lo terminaba de leer: siempre por la página del cine y los
espectáculos. Yo estaba segura de que aquella mañana, al marchar, la mesa había quedado
absolutamente limpia. Tomé el diario en mis manos y cuando miré la fecha un escalofrío
recorrió mi espalda: era el día de la muerte de Luis. Parecía que siguiera vivo, que estuviera
allí como si nada hubiera ocurrido, como si su muerte fuera solo una quimera producto demi imaginación cada día más enferma.
Una noche me puse delante del ordenador dispuesta a preparar un trabajo, pero cuando
comencé a presionar las teclas las letras se negaban a aparecer en la pantalla. Lo intenté una
y otra vez con nulos resultados, hasta que de repente, en la pantalla del ordenador
comenzaron a aparecer símbolos sin sentido, letras y guarismos que no podían
corresponderse con ningún idioma conocido. Tuve miedo. Me levanté de la silla y reculé
hacia atrás, quería salir de aquel cuarto pero mi mirada no podía apartarse del monitor. Y
entonces pude leer el mensaje: "SIEMPRE ESTARE CONTIGO". Apareció una y otra vez
hasta que ocupó todo el monitor. “Siempre estaré contigo”, me decía Luis cada vez que,
después de alguna discusión tonta, nos reconciliábamos y nos volvíamos a prometer amor
eterno. La sospecha que se llevaba gestando en mi mente tomó forma y se volvió una
posibilidad real, casi tangible. Luis estaba allí, su presencia flotaba en el aire y se
materializaba en aquellos sucesos para los que de pronto ya existía explicación. Pero aún
hay más, porque ahora....ahora puedo hablar con él. Sé que parece inverosímil, pero no hay
nada más cierto. Un día se me ocurrió contestar a aquel mensaje con un escueto “ya lo sé” y
en la pantalla del ordenador apareció una nueva comunicación, “pensé que nunca ibas a
contestarme”; y así, mensaje va, mensaje viene, iniciamos una singular conversación.
Hablamos de nuestras vidas, de la mía y de la suya, que aunque no lo parezca es también
una vida, diferente, especial, pero vida al fin y al cabo. Me ha contado que permanece a mi
lado porque siente que debe cumplir la promesa que un día me hizo, que sabe que debe
cruzar al otro lado y a veces le apremian, pero que no va a hacerlo jamás porque eso
significaría tener que abandonarme.
Aunque no esté físicamente aquí yo soy capaz de notar su presencia. Arrolla mi cuerpo
y mi mente como si fuéramos una sola persona y me gusta, me siento dichosa de tenerle ahí
donde sea, en un trozo de aire, en el humo que sale de mi cigarrillo cuando fumo o en el
fuego de la cerilla cuando lo enciendo.
Tal fue mi entusiasmo que un día sentí que tenía que compartirlo con alguien y no se me
ocurrió otra cosa que contarle todo a mi madre y ella, que siempre fue mi confidente, mi
mejor consejera, no me creyó ni una sola palabra. Trató de hacerme entrar en razón con sus
argumentos cargados de una lógica que no existe y como yo me negué a aceptarlos se lo
contó a mi padre y entre ambos llegaron a la conclusión de que la muerte de Luis me habíaafectado psicológicamente y que si no se ponía una solución estaba en camino de volverme
loca de remate. Movieron los hilos pertinentes y hace un mes consiguieron ingresarme en la
clínica de reposo desde donde ahora mismo te estoy escribiendo. Al principio no me
importó. Ciertamente todo lo ocurrido me estaba estresando y pensé que una temporada de
tranquilidad no me sentaría del todo mal, pero el tiempo va pasando y conforme me siento
mejor, más tranquila, más me parece estar viviendo en una cárcel. No me dejan recibir
visitas, no puedo ni siquiera ver la televisión ni salir al jardín y la medicación que me hacen
tomar me atonta de tal manera que me paso casi todo el tiempo durmiendo.
Desde hace unos días escondo las pastillas debajo de la lengua y cuando las enfermeras
se van las tiro en el baño, sólo así consigo estar despejada y con mis cinco sentidos. He
intentado hablar con los médicos, decirles que me encuentro bien y que me siento
preparada para regresar de nuevo al mundo que esta ahí fuera, tras los muros de este...
manicomio, pero se niegan a entrar en razón. Tampoco mis padres me hacen demasiado
caso. Su actitud sólo consigue exasperarme y excitar mis nervios de nuevo.
Carmen, tú sabes que mis padres te tienen en gran estima, como persona y como
profesional, por ello te pido que intercedas por mí, que les hagas ver que lo que me ocurre,
aunque es misterioso y sorprendente, también puede ser posible. Necesito salir de aquí, de
lo contrario terminaré por volverme loca de verdad.
Esperando tu pronta respuesta, recibe todo mi afecto.
Berta.
*
Carmen conducía despacio entre el abundante tráfico mientras su mente repasaba los
acontecimientos de los últimos días. Primero la carta de Berta. Le había sorprendido
gratamente recibirla después de tanto tiempo sin saber de ella, más cuando terminó de leer
aquella perorata sin demasiado sentido se quedó sin saber muy bien a qué atenerse. Desde
luego la historia que le contaba no era demasiado creíble y en un primer instante se inclinó
más a pensar que efectivamente la muerte de Luis había causado cierto desequilibrio mental
en su amiga. Sin embargo, por otra parte, Berta siempre había sido una chicaextremadamente cuerda, la mas sensata de la pandilla, la que siempre sabían afrontar los
contratiempos de la manera más serena, más real. Por eso que se hubiera vuelto inestable
mentalmente parecía tan improbable como su absurda historia.
Después de darle muchas vueltas a la cuestión, decidió que lo mejor sería hacer una
visita a los padres de su amiga, pues tal vez ellos pudieran arrojar algo de luz sobre todo
aquel oscuro galimatías. Pero lo cierto es que no le pudieron contar otra cosa que lo ya le
había dicho Berta en su carta, y eso sí, estaban absolutamente convencidos de que a su hija
se le había ido la cabeza y que su estancia en la clínica de reposo era lo mejor que podían
hacer por ella. La visita, pues, había sido un fracaso total y Carmen regresaba a casa tal y
como había salido, sin saber qué hacer ni a qué atenerse.
Se tomó un relajante baño de espuma que la mantuvo en la bañera durante casi media
hora, tiempo durante el cual no dejó de dar vueltas al problema de su amiga. Bastaba una
llamada telefónica para que Berta saliera de su encierro y recuperara su ansiada libertad,
puesto que, casualidades de la vida, el director de la clínica había sido su profesor en la
universidad y había dirigido su tesis doctoral. Pero sentía que no debía hacer esa llamada
sin saber si realmente su amiga estaba en condiciones de salir.
Salió de la bañera, se envolvió en su suave albornoz de terciopelo azul y trató de alejar
el problema de su cabeza, pues tenía que escribir un artículo para una revista médica que
requería toda su concentración. Después de tomar una cena frugal se sentó ante el
ordenador dispuesta a cumplir con su tarea.
Carmen comenzó a pulsar las letras del teclado con la vista fija en la pantalla de su
portátil, más lo que allí aparecía escrito no se semejaba en nada a las órdenes que su
cerebro daba los dedos que pulsaban las teclas. Por unos segundos se le aceleró el pulso.
Recordó la carta de Berta e intuyó la presencia de Luis. No se equivocó. Dejó reposar sus
manos a ambos lados del teclado y entonces apareció el mensaje más revelador: "SOLO TÚ
PUEDES AYUDARLA. HAZLO PARA QUE YO PUEDA ESTAR SIEMPRE A SU
LADO".
Carmen sonrió. “La muerte no te ha cambiado nada” escribió,”¿no hay por ahí arriba
ninguna chica guapa?” “Más guapa que mi Berta no, ni de broma” apareció en la pantalla.
La muchacha no sintió miedo, sólo alivio por haber encontrado la solución a sudisyuntiva y con gesto firme cogió el teléfono y marcó el número de la clínica. Una breve
conversación fue suficiente para liberar a su amiga del encierro. En unas horas estaría de
vuelta en su hogar, al lado del espíritu de su novio el cual, en un gesto de educación sin
precedentes en un espectro había escrito en la pantalla de su ordenador: “Gracias”.

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