Conflicto - Marian Muñoz


El éxito conseguido por la novela “Un otoño sin paraguas” había encumbrado a su editor. Publicada bajo un seudónimo, la editorial no quiso desvelar nunca al autor de la misma.
Todo el mundo hablaba de ella, no había día en que los medios de comunicación no se hicieran eco de las opiniones de los especialistas o del público lector, toda la crítica la alababa y conseguir eso era realmente extraordinario.

Pero en la privacidad de dos hogares no había calma desde que dicha novela se publicó.
Dos hermanos estaban en encarnizado conflicto por la posesión del famoso manuscrito, pues el mismo había sido escrito por su padre, el insigne escritor D. Román de Berenguer, un afamado historiador, empeñado en descubrir al pequeño lector las maravillas de la historia que aún quedaban por conocer.
Su pasión era la investigación, y cuando ya conocía los entresijos de un personaje o un hecho histórico, entonces era cuando los plasmaba en el papel, para conocimiento y disfrute de doctos, eruditos y cualquier lector con curiosidad por el pasado.
Algunos de sus libros fueron tenidos en cuenta a la hora de confeccionar libros de texto para los escolares, algo que si bien le dio mucha fama, no le reportaba grandes beneficios.

La cuestión es que el susodicho tuvo dos hijos, tan diferentes en sus personalidades como en su físico, que eligieron llevar vidas muy distintas sin apenas contacto entre sí.

Corsino, el mayor, era un potentado, en posesión de un holding de empresas, y con escaso tiempo para su padre o hermano, a pesar de que estos siempre le invitaban a compartir las Navidades con ellos, pero su vida era su trabajo, con relaciones esporádicas, nunca ha tenido una familia estable porque desconfía de todo y de todos. Para él lo más importante es el dinero.

Mientras que Higinio, el pequeño, es un espíritu alegre y jovial, de joven fue un hippie alocado, pero al alcanzar la madurez se convirtió en profesor de una escuela para alumnos con dificultad de aprendizaje. Los veranos los pasa de voluntario con una ONG. Hace cinco años encontró al amor de su vida, compartiendo con ella la pasión por sus dos hijos y sus cuatro perros.
Desde que Higinio había convertido a D. Román en abuelo, le visitaba asiduamente, ya que pensaba, y con razón, que la influencia que su padre pudiera tener en sus nietos era algo positivo, y con ellos era donde D. Román que se mostraba auténtico, los pequeños conseguían sacar de él su mejor faceta, y esa relación beneficiaba a ambas partes.

Su hermano Corsino empezó a sentirse celoso y a rumiar una venganza inmerecida.

A la muerte de D. Román, todos sus derechos de autor, libros, investigaciones y demás posesiones pasaban a pertenecer a una Fundación que Corsino había creado y que dirigía en la sombra, por lo que estaba más que ufano, feliz con la patada en salva sea la parte que con ello daba a su hermano.

Es bien cierto que Higinio al principio se molestó por la escasa herencia que su padre le había legado, sabiendo de sobra quien movía los hilos de la Fundación, pero su alma generosa y desprendida enseguida lo superó, había conseguido de su padre un cariño que su hermano no conocía, unos consejos y filosofía de vida que el otro no tenía, y un baúl con recuerdos antiguos de su madre y de él, que por lo antiguos que eran tenían bastante valor.
Pero lo más valioso era un manuscrito de su puño y letra, de una novela escrita por su padre mientras estudiaba la carrera de historia. Esa novela se titulaba “Un otoño sin paraguas”, desconocida por todos, una historia tan maravillosamente pergeñada que desde las primeras líneas atrapaba al lector con ansias de contemplar en su imaginación tan encantadora historia.
Como no era el género literario por el que su progenitor fue internacionalmente conocido, Higinio decidió llevarla a una editorial por si consideraban publicarla. Cuando le llamaron para hacerlo, les indicó que lo haría bajo un seudónimo, porque no quería publicidad de ningún tipo en la vida de su familia, ni tampoco disputas sobre la autoría del mismo, conocía bien a su hermano y le temía.

Al llegar a oídos de Corsino el éxito de aquella novela, se olió que la misma tenía relación con su familia, en concreto con su padre, y corrió a exigir a su hermano explicaciones sobre la misma. Derivándole éste a sus abogados si quería relacionarse o hablar con él, porque conocía de sobra sus dotes persuasorias y su encanto hipócrita que podía lograr cualquier cosa de los demás.

Intentó por todos los medios conocer al autor de la prestigiosa novela, demandó a la editorial para que se lo dijeran, mediante terceros intentó mandar a su hermano a la calle cerrando la escuela en la que trabajaba, pero todo aquello que intentaba acababa en fracaso, su desconcierto era mayúsculo, tan acostumbrado estaba a conseguirlo todo fácilmente, que llevaba meses sin dormir, comer o descansar pensando como conseguir los derechos de aquella novela, aún sin estar seguro de quien era el verdadero autor.

Todo el conflicto se apagó a la par que la vida de Corsino, fallecido un día de tormenta, al alcanzarle un rayo que atravesó el paraguas que le resguardaba de la lluvia.
Toda su vida había estado tan pendiente de ganar dinero, que no tuvo la ocurrencia de hacer testamento, resultando que su hermano era su único heredero, éste aceptó la herencia, nombrando Administradores para que llevaran la misma hasta que sus hijos fueran lo suficientemente mayores y decidieran si querían hacerse cargo de la misma, porque él vivía bien con su trabajo y su familia, y no quería tener disputas o confrontaciones por temas económicos, salvo quizás, una subida de sueldo.

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