El
éxito conseguido por la novela “Un otoño sin paraguas” había
encumbrado a su editor. Publicada bajo un seudónimo, la editorial
no quiso desvelar nunca al autor de la misma.
Todo
el mundo hablaba de ella, no había día en que los medios de
comunicación no se hicieran eco de las opiniones de los
especialistas o del público lector, toda la crítica la alababa y
conseguir eso era realmente extraordinario.
Pero
en la privacidad de dos hogares no había calma desde que dicha
novela se publicó.
Dos
hermanos estaban en encarnizado conflicto por la posesión del famoso
manuscrito, pues el mismo había sido escrito por su padre, el
insigne escritor D. Román de Berenguer, un afamado historiador,
empeñado en descubrir al pequeño lector las maravillas de la
historia que aún quedaban por conocer.
Su
pasión era la investigación, y cuando ya conocía los entresijos de
un personaje o un hecho histórico, entonces era cuando los plasmaba
en el papel, para conocimiento y disfrute de doctos, eruditos y
cualquier lector con curiosidad por el pasado.
Algunos
de sus libros fueron tenidos en cuenta a la hora de confeccionar
libros de texto para los escolares, algo que si bien le dio mucha
fama, no le reportaba grandes beneficios.
La
cuestión es que el susodicho tuvo dos hijos, tan diferentes en sus
personalidades como en su físico, que eligieron llevar vidas muy
distintas sin apenas contacto entre sí.
Corsino,
el mayor, era un potentado, en posesión de un holding de empresas, y
con escaso tiempo para su padre o hermano, a pesar de que estos
siempre le invitaban a compartir las Navidades con ellos, pero su
vida era su trabajo, con relaciones esporádicas, nunca ha tenido una
familia estable porque desconfía de todo y de todos. Para él lo
más importante es el dinero.
Mientras
que Higinio, el pequeño, es un espíritu alegre y jovial, de joven
fue un hippie alocado, pero al alcanzar la madurez se convirtió en
profesor de una escuela para alumnos con dificultad de aprendizaje.
Los veranos los pasa de voluntario con una ONG. Hace cinco años
encontró al amor de su vida, compartiendo con ella la pasión por
sus dos hijos y sus cuatro perros.
Desde
que Higinio había convertido a D. Román en abuelo, le visitaba
asiduamente, ya que pensaba, y con razón, que la influencia que su
padre pudiera tener en sus nietos era algo positivo, y con ellos era
donde D. Román que se mostraba auténtico, los pequeños conseguían
sacar de él su mejor faceta, y esa relación beneficiaba a ambas
partes.
Su
hermano Corsino empezó a sentirse celoso y a rumiar una venganza
inmerecida.
A
la muerte de D. Román, todos sus derechos de autor, libros,
investigaciones y demás posesiones pasaban a pertenecer a una
Fundación que Corsino había creado y que dirigía en la sombra, por
lo que estaba más que ufano, feliz con la patada en salva sea la
parte que con ello daba a su hermano.
Es
bien cierto que Higinio al principio se molestó por la escasa
herencia que su padre le había legado, sabiendo de sobra quien movía
los hilos de la Fundación, pero su alma generosa y desprendida
enseguida lo superó, había conseguido de su padre un cariño que su
hermano no conocía, unos consejos y filosofía de vida que el otro
no tenía, y un baúl con recuerdos antiguos de su madre y de él,
que por lo antiguos que eran tenían bastante valor.
Pero
lo más valioso era un manuscrito de su puño y letra, de una novela
escrita por su padre mientras estudiaba la carrera de historia. Esa
novela se titulaba “Un otoño sin paraguas”, desconocida por
todos, una historia tan maravillosamente pergeñada que desde las
primeras líneas atrapaba al lector con ansias de contemplar en su
imaginación tan encantadora historia.
Como
no era el género literario por el que su progenitor fue
internacionalmente conocido, Higinio decidió llevarla a una
editorial por si consideraban publicarla. Cuando le llamaron para
hacerlo, les indicó que lo haría bajo un seudónimo, porque no
quería publicidad de ningún tipo en la vida de su familia, ni
tampoco disputas sobre la autoría del mismo, conocía bien a su
hermano y le temía.
Al
llegar a oídos de Corsino el éxito de aquella novela, se olió que
la misma tenía relación con su familia, en concreto con su padre, y
corrió a exigir a su hermano explicaciones sobre la misma.
Derivándole éste a sus abogados si quería relacionarse o hablar
con él, porque conocía de sobra sus dotes persuasorias y su encanto
hipócrita que podía lograr cualquier cosa de los demás.
Intentó
por todos los medios conocer al autor de la prestigiosa novela,
demandó a la editorial para que se lo dijeran, mediante terceros
intentó mandar a su hermano a la calle cerrando la escuela en la que
trabajaba, pero todo aquello que intentaba acababa en fracaso, su
desconcierto era mayúsculo, tan acostumbrado estaba a conseguirlo
todo fácilmente, que llevaba meses sin dormir, comer o descansar
pensando como conseguir los derechos de aquella novela, aún sin
estar seguro de quien era el verdadero autor.
Todo
el conflicto se apagó a la par que la vida de Corsino, fallecido un
día de tormenta, al alcanzarle un rayo que atravesó el paraguas que
le resguardaba de la lluvia.
Toda
su vida había estado tan pendiente de ganar dinero, que no tuvo la
ocurrencia de hacer testamento, resultando que su hermano era su
único heredero, éste aceptó la herencia, nombrando Administradores
para que llevaran la misma hasta que sus hijos fueran lo
suficientemente mayores y decidieran si querían hacerse cargo de la
misma, porque él vivía bien con su trabajo y su familia, y no
quería tener disputas o confrontaciones por temas económicos, salvo
quizás, una subida de sueldo.
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