Soy una tía buena - Cristina Muñiz Martín

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Tengo muchísimas virtudes, entre ellas que estoy buenísima, vamos, que estoy de coge pan y moja. Además, no soy nada antipática y acepto a cualquiera que se me arrime. Como dicen por ahí, igual me va la carne que el pescado. Es que no sé estar sola, ese es mi único defecto. Sola me encuentro alicaída, mustia, sin gracia. Vamos, que da asco verme. Pero es rozarme con alguien y empezar a entrarme unos ardores que no me puedo contener. Es como si se me subiese la bilirrubina, ya me entendéis. Y bueno, con algunos y algunas me pongo ...animada...para decirlo en plan fino, y hasta cojo color y se me saltan las lágrimas de felicidad. Pero con ciertos tipos --y aquí van incluídas las tipas-- me entra una excitación que no paro de moverme y de bailar y de acercarme para que me rocen y me impregnen de su olor, de su sudor, de todo su ser. Vale, ya sé que estáis pensando que soy una fresca y una chabacana, pero la vida es así, y una tiene sus necesidades. Y me da un poco de vergüenza decirlo, pero me va más bien el tipo embuchado, ya sabéis, el que lo lleva ahí bien apretado. Y los gordos y sebosos también. Vaya, que no salí chica fina, pero en fin, de todo tiene que haber en esta vida.
Lo malo es que los jóvenes pasan de mi olímpicamente y tengo que conformarme con los viejos. Que esa es otra, cuando se mueran los viejos ¿qué va a ser de mi? En este punto tengo que aclarar que en los viejos están incluidas las viejas, que no soy yo de esas que andan con los dos géneros a cuestas, o con el invento ese tonto de la arroba. Así que ya veis, yo, una tía buena donde las haya, conformándome con los viejos y las viejas. Pero qué voy a hacer, así son las cosas. La única esperanza que tengo es que dure la crisis. Que sí, que vale, que ya sé que está mal que diga eso, con los agobios que anda pasando la gente, pero qué queréis que os diga, cada una tiene que mirar para sí, para lo que le conviene. Y a mí me interesa que la crisis siga, qué digo que siga, que no se acabe nunca. ¡Ay! Mis antepasadas vivieron mucho mejor que yo, todo el mundo andaba detrás de ellas, hasta los mozos más curiosos. Es que ahora la juventud se volvió muy refinada, con el dinero de los padres claro, y prefieren otras experiencias. Pero ya llegará, ya, ya llegará el día que vengan a mi, porque además de estar buenísima, soy barata. Sí, claro que me gustaría ser cara, tener clase y todo eso, pero que se le va a hacer, nací de clase baja y de ahí es difícil salir. Pero estoy segura que los que ahora me desprecian un día vendrán a mí, aunque a ver si nos esperan a volverse viejos, que esa es otra, que una ya tiene ganas de probar carne joven. En fin, que lo hablé con mis hermanas y todas están de acuerdo conmigo. Somos un montón las que vivimos en esta casa desde hace ¡puffff! Ni se sabe el tiempo que llevamos aquí sin que nadie mire para nosotras. Puede que meses o incluso años, porque alguna ya se está empezando a poner un poco pocha. Todos los meses estamos esperando como agua de mayo a que lleguen los últimos días, cuando los escuchamos decir que no tienen dinero ni para comprar el pan. A ver si hay suerte, y este mes, al fin, se acuerden de nosotras. El problema es que caímos en casa de gente joven, de esa que comparte piso y lo dejan todo tirado por ahí y no comen más que guarrerías ¡Ay! Ya lo dicen sus abuelos: a vosotros los que os hace falta es una guerra, para que sepáis lo que es pasar hambre. Y estoy de acuerdo con ellos, porque mira que trabajan como burros y no ganan ni para comer y ni por esas se acuerdan de nosotras: redonditas, sabrosonas, buenísimas, bronceadas, baratas...si lo único que tienen que hacer es acercarnos unos buenos maromos: chorizos, morcillas, tocino, panceta...y comida solucionada. Al final, la culpa es de la gente mayor, yo lo tengo claro, aunque mis hermanas digan lo contrario. Y es que si desde niño escuchas: “lentejas, comida de viejas, si quieres las comes y si no las dejas” qué podemos esperar de las nuevas generaciones.



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