El
gusano vivía triste y abatido, pues nadie miraba para él. Un día
decidió ir a ver
mundo y al ponerse en movimiento se sintió feliz. Recorrió las
altas hierbas de derecha a izquierda, las amapolas y
el sendero hasta llegar a la casa.
Tomó posesión de ella, haciendo de centinela ante la puerta,
asomándose a las ventanas, paseando por el tejado y escalando a la
chimenea. Eulalia, en cuanto se percató de los cambios producidos en
su cuadro comenzó a sentirse inquieta. Pasaba largos ratos sentada
frente a él, intentando ver al gusano en movimiento, pero éste
aprovechaba cuando ella no estaba, o cuando, agotada, se sumía en
una duermevela. La inquietud de Eulalia se fue transformando en un
miedo que desvelaba sus noches y desasosegaba sus días, dedicados ya
en exclusiva a observar el cuadro. Pero cuando el gusano apareció
triunfante sobre el espléndido sol del mediodía, Eulalia, ya presa
del pánico, se levantó apresuradamente, volviendo al poco rato con
un trapo y un bote de disolvente. El gusano y el sol desaparecieron
del cuadro, quedando en su lugar un redondel blanquecino y triste.
Desde entonces, Eulalia vive sentada frente al cuadro, triste y
abatida por la pérdida del gusano que animaba su apagada vida.
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