El gusano viajero - Cristina Muñiz Martín







 
El gusano vivía triste y abatido, pues nadie miraba para él. Un día decidió ir a ver mundo y al ponerse en movimiento se sintió feliz. Recorrió las altas hierbas de derecha a izquierda, las amapolas y el sendero hasta llegar a la casa. Tomó posesión de ella, haciendo de centinela ante la puerta, asomándose a las ventanas, paseando por el tejado y escalando a la chimenea. Eulalia, en cuanto se percató de los cambios producidos en su cuadro comenzó a sentirse inquieta. Pasaba largos ratos sentada frente a él, intentando ver al gusano en movimiento, pero éste aprovechaba cuando ella no estaba, o cuando, agotada, se sumía en una duermevela. La inquietud de Eulalia se fue transformando en un miedo que desvelaba sus noches y desasosegaba sus días, dedicados ya en exclusiva a observar el cuadro. Pero cuando el gusano apareció triunfante sobre el espléndido sol del mediodía, Eulalia, ya presa del pánico, se levantó apresuradamente, volviendo al poco rato con un trapo y un bote de disolvente. El gusano y el sol desaparecieron del cuadro, quedando en su lugar un redondel blanquecino y triste. Desde entonces, Eulalia vive sentada frente al cuadro, triste y abatida por la pérdida del gusano que animaba su apagada vida.




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