Rebeca
era una niña de ocho años. Tenía dos hermanos más; una hermana
mayor y un hermano más pequeño. Normalmente su madre encomendaba
los recados a su hermana, pero ese día se lo dijo a ella.
No era difícil ir a por leche
a la casería de los vecinos; Vivian a pocos metros camino abajo.
Su madre le entregó la
lechera y ella la agarró como si acabase de recibir un premio de
cine. La niña corrió por el camino con la alegría que trota un
potro por el prado, hasta llegar a la granja. En la entrada se detuvo
para pasar muy despacito y arrimada al muro, casi pegada a él. Con
tal de que la gruesa cadena impidiese acercarse al gran perro
guardián que dormía bajo la panera.
La
señora granjera la atendió muy amablemente y la invitó a pasar a
la cuadra, allí dentro, Aurora, la joven hija de los granjeros
estaba ordeñando a mano.
Rebeca saluda a la niña
granjera y ésta le devuelve el saludo lanzándole un chorro de leche
con el teto del animal. Rebeca mira su vestido manchado de leche y se
le borró la sonrisa. La jovencita granjera se ríe y le dice, “Qué
sólo es leche” pero esa explicación no le sirvió para nada a
Rebeca. Cuando llegó a su casa, le entregó a su madre la lechera y
le dijo mientras miraba la mancha de su vestido: “mamá, yo
prefiero tomar té, como los ingleses”
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