Me encontraba yo
un buen día en el Museo del Prado, admirando con verdadera pasión
las maravillosas pinturas que adornaban sus paredes. Estaba ante el cuadro de Adán y Eva de Durero. Analizaba lo feos que eran
tanto el uno como la otra y la exacta posición de las ramitas del
árbol, ocultando sutilmente las partes íntimas de ambos. De repente un gusano salió de la
manzana que sujetaba Eva, despacito, como suelen salir los gusanos,
con su reptar lento y asqueroso. Inmediatamente fui avisar al guarda,
que avisó al conservador, que avisó al secretario y éste al
director. Media hora después se presentó allí el ministro de
cultura y a punto estuvo de acudir el presidente del gobierno. Yo no
entendía nada. Tanto lío por un gusano. Ni que no fuera normal que
los gusanos salieran de las manzanas. Ellos me ignoraban y yo me
sentí ninguneado. Cuando pretendía explicarles lo que había visto
me echaban a un lado y no me dejaban hablar. Al final llegaron a la
conclusión de que todo había sido una falsa alarma. El cuadro
estaba en perfectas condiciones. No mostraba huellas de ácaros, ni
gusanos, ni ningún otro insecto dañino. Se fueron por donde habían
llegado y yo volví a acercar mi nariz a la manzana. El gusano salió
de nuevo.
-¿Qué te esperabas, si son una pandilla de ineptos? - me dijo.
No me dio tiempo a contestarle. En ese momento llegó el enfermero
a recogerme.
-Pero Lucio ¿Otra vez aquí? ¿No te vale con pintar tus propios
cuadros? Venga para el manicomio. Vamos a tener que encerrarte en
una celda de castigo.
El gusano me guiñó un ojo y yo salí de allí con gesto
cansino. Mañana sería otro día
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