La decepción de Elena - Gloria Losada








Después de muchos años de vida licenciosa y libertina había decidido ingresar en el convento de
las Carmelitas Descalzas. De pronto había sentido que necesitaba expiar sus culpas, arrepentirse de
sus pecados, que habían sido muchos y muy variados, y encaminar sus pasos hacia una existencia
más calmada y menos mundana. Así se lo había prometido a la virgen de la Esperanza cuando su
hermano enfermó y a punto estuvo de estirar la pata: si Luisito se cura, yo me meto monja.
La imagen que Elena tenía de un convento era la que todos tenemos, un lugar de recogimiento y
oración, sin lugar para las juergas y mucho menos para la lujuria, un lugar oscuro, silencioso, con
las paredes cubiertas de cuadros y retablos tenebrosos y de imágenes con rostros velados por el
sufrimiento. Y así era aquel convento, hasta que la muchacha fue a dar por equivocación a un
pequeño cuarto de cuya pared colgaba un cuadro con una imagen de los infiernos y de una orgía en
la que los demonios practicaban el acto sexual con mujeres cuyas caras parecían distorsionadas por
el deseo, o eso le pareció a Elena.
-¿Qué hace usted aquí, hermana?
Elena se dio la vuelta bruscamente mientras el corazón le daba un vuelco. La madre superiora la
miraba con la severidad marcada en su mirada.
-Yo.... me perdí y llegué aquí. Y miraba el cuadro. Es...obsceno
La madre superiora sonrió con picardía.
-¿Te parece obsceno a ti, que fuiste más puta que las arañas? Aquí dentro también tenemos
nuestras necesidades, y algunas nos aliviamos mediante la contemplación de semejante belleza
pictórica.
Aquella misma noche Elena se fue del convento. Prefería dar rienda suelta a sus bajos instintos
a la vista de todos. ¡Maldita hipocresía!





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