Después de que
el primer rayo haya iluminado el cielo, -siempre que sea de noche,
obviamente-, esperen unos segundos. Si es de día, espere también,
pero el espectáculo será menos espectacular, perdonen ustedes la
redundancia.
Las nubes se
concentrarán, grises y gordas, dispuestas para hacer su parte,
esperando como una vaca espera con sus ubres llenas a ser ordeñada.
El viento las
empujará y hará caer alguna hoja de los árboles. Si esto ocurre en
campo abierto, no habrá hojas caídas.
Tras varios rayos
luminosos y algunos truenos ensordecedores, empezarán a caer las
primeras gotas sobre la tierra. Al principio serán despaciosas y
gordas, separadas y calientes. A continuación se irán uniendo,
hasta formar un coro bien sincronizado, metálico, tal vez algo frío,
pero cargado de vida.
Al terminar su
canción, de la tierra surgirá un aroma intenso, que se meterá por
nuestros poros, limpiando nuestros sentidos. El disfrute será
máximo. Sus efectos secundarios son muy recomendables.
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