¡Menuda era mi abuela! - Cristina Muñiz Martín

                                     




Mi abuela me llamaba melindrosa porque me daba asco entrar en el corral. Así y todo, tenía que ir porque ella me obligaba. Yo no lograba vencer mi repugnancia al llevarles a los cerdos los restos de comida metidos en una lata de hojalata. En cuanto me veían llegar se acercaban a mí y casi no me dejaban vaciar el contenido en el comedero, al que se tiraban como locos como si aquellos apestosos restos constituyeran el más exquisito manjar. También sentía náuseas al entrar en el gallinero lleno de excrementos desde el suelo hasta el palo más alto. Pero la abuela era una mujer de carácter y no paraba de decir que si seguía así me daría un escarmiento. Y lo hizo. Vaya si lo hizo. Un día, me dijo, toda misteriosa, que íbamos a hacer una pequeña excursión, algo que me extrañó, pues ella no solía alejarse de la granja, siempre tenía algo que hacer. Salimos de casa a media mañana y me mandó llevar las botas de agua pese a lucir un día espléndido. Fuimos caminando por un sendero estrecho y despues atravesamos un prado con bastante desnivel. No tardamos en llegar ante la boca de una cueva desconocida para mí. La abuela me dio la mano y me arrastró a su interior. Estaba oscura y despedía un hedor insoportable. Tuve que aguantar las ganas de vomitar por miedo a una regañina. De pronto, la abuela dirigió la linterna hacia el techo. De mi boca salió un grito de asombro al ver a miles de murciélagos durmiendo boca abajo. Algo empezó a caer sobre nosotras, como si estuviera empezando a llover. <Están cagando> dijo la abuela <mira como está el suelo de mierda> continuó diciendo mientras la escasa luz de la linterna me dejaba ver un suelo lleno de deposiciones malolientes. Salí de allí corriendo y vomitando. Y corriendo fui hasta casa, para meterme en la bañera, donde pasé más de media hora frotando mi pelo para quitar el olor de unas heces que parecía haber anidado en mi pituitaria. Cuando salí del baño la abuela me miró muy seria y dijo: <Eso es asco, niña, y no lo que hay en mi corral>. Nunca más se me ocurrió volver a quejarme.


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