De peregrinación - Esperanza Tirado

                                                                      

¡Qué complicado es esto de encontrar piso! Entre el trabajo, ir a ver a mis padres, hacer de canguro a mi hermana e imprevistos varios, casi no me queda tiempo para concertar citas en la inmobiliaria. Luego el finde me apetece salir y parezco un oso panda con estas ojeras, que no hay corrector que las disimule.
¡Y qué caros son todos! No quiero pedir más dinero a la familia que ya bastante he abusado. Aunque vivir de alquiler el resto de mi vida,... no sé, no me convence. Es un pozo sin fondo al que va a parar medio sueldo.
Pero piso propio, bueno, bonito, barato y bien comunicado es poco menos que una utopía. Si me tocaran los Euromillones todavía podría permitirme algo así.
Hasta el gorro estoy de mirar inmobiliarias online. Las fotos son preciosas, pero ya me he desengañado. En vivo y en directo son cuchitriles a los que habría que meterle el triple de lo que valen para hacer de ellos un sitio medio habitable. Algunos parecen el desván de la Familia Monster con los muebles viejos de la abuela puestos de cualquier manera. Otros no tienen ni una mísera ventana y huelen a rana...
Me voy a hacer hasta poeta con tanta visita fallida.
Ni con cojines multicolores de IKEA se disimularía tanto desastre.
No te puedes fiar de lo que te anuncian. Te ilusionas, pensando ‘esta es, aquí me quedo, por fin podré llamarlo hogar, ya colocaré todas mis cajas el fin de semana cuando descanse’.
Pero nada. A ver el siguiente. Y otro más. Y otro... La peregrinación eterna. Y para no conseguir nada. Un cabreo del quince y un dolor de pies monumental.
Y menudos personajes los caseros. Para escribir un libro. No sé si de terror o cómico, porque a veces mejor reír que llorar viendo lo que se ve. Que te lo pintan como ‘ideal para jóvenes’, ó ‘para entrar a vivir’ y algunos pisos están que se caen a trozos.
Y esas exigencias absurdas: Que si más de cinco en un piso no. Que si con quién vas a vivir. Que no pongas macetas en las ventanas que se caen las hojas al patio de luces...
Y lo que cobran. Entre lo que te clavan con lo de la señal y lo que cuesta cada mes casi tienes que vender tu alma para alquilar el piso.
Ya podían ser españoles los hermanos Scott, esos de la tele. Entre uno y otro me dejarían el piso para salir en la portada de la revista de El Mueble.
O casi mejor me mudaba yo a EEUU, y de paso me hacía famosa saliendo en su programa de reforma de casas. Que vaya casoplones. Con su garaje de dos plazas, su jardín trasero, su sótano, tan grande como una sala de cine, sus vestidores fabulosos... Y mientras, yo viviendo en una caja de zapatos por la que tengo que pagar un riñón y medio. Ni que fuera una caja de plata que guarda un par de Manolos vintage.
Para colmo me dice Ángel que nos vayamos a vivir juntos. ¡A su piso! Que es aún más diminuto que el mío. O juntamos nuestros sueldos y nos buscamos otro sitio o de nuestros respectivos minipisos no saldremos jamás.
¡Ay! Quién pudiera vivir en una casa de esas de concepto abierto y enormes cristaleras con vistas al jardín...
Soñar es gratis...
¡Uy! Que ya son las cinco. Se me va el santo al cielo. Llego tarde a la cita para ver otro piso. A ver si este es el definitivo


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