París
era importante en sus vidas. Allí se habían conocido y allí
volvían todos los septiembres, al menos durante un par de días.
Eran dos almas gemelas con el mismo deseo: una casa llena de niños.
No
tardaron mucho en decidirse a empezar su proyecto y escribir a la
Cigüeña; esa cigüeña parisina que reparte bebés por todo el
mundo.
Así
se la imaginaban, no como un ejército de cigüeñas, sino como una
sola ave encargada de todo el trabajo y de recibir las cartas que
escribimos los papás desde todos los rincones del planeta.
De
algún modo, la Cigüeña se convirtió en el centro de sus vidas. En
su pensamiento, y cuando estaban a solas, todo lo compartían con
ella. Antes que visitar a la familia, antes que disfrutar una velada
con amigos, preferían quedarse en casa, ellos dos solos, soñando al
unísono con la querida Cigüeña.
Sobre
un plano de su amado París se entretenían diseñando diferentes
rutas que la Cigüeña podría seguir en su viaje hacia su casa.
Lo
primero era fijar un punto de partida y estuvieron de acuerdo en que
la Cigüeña debía de tener su base de operaciones en el Bosque de
Vincennes, maravillosa reserva verde, el lugar ideal para la casa de
un pájaro.
Se
la imaginaban volando sobre el centro de París, sosteniendo en su
pico el paquete de mantas donde dormía un bebé rosadito; pasando
sobre Versalles, sobre Orléans, sobre Toulouse, y finalmente
entrando en España por Andorra. Después de Andorra todo era más
fácil, como si la última etapa, al estar ya en nuestro país, fuera
como llegar a casa.
Así
lo imaginaban.
Buscaban
los pronósticos del tiempo. Quizás ahora hace demasiado frío,
esperará a que llegue la primavera. Y cuando llegaba la primavera
había demasiadas lluvias, quizás mejor hacer el viaje en verano.
Y
así se les pasaron cuatro años: con el viaje de la Cigüeña, qué
comerá la Cigüeña, cuántas entregas tendría que hacer antes de
que les llegara el turno.
Cuatro
largos años sin que la esperada Cigüeña llegará desde París y
les dejara un bebé ante la puerta.
Así
que la Cigüeña se transformó en un avión, regordete y blanco, y
les llevó hasta China, donde les esperaba una preciosa hija a la que
llamaron, por supuesto, París.
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