Sus
ganas de hacerse un tatuaje van disminuyendo según pasan los minutos
en la sala de espera. Ya ha mirado todos los catálogos y el hilo
musical le está poniendo de los nervios.
Su
primera idea, un timón enorme en la espalda ha ido virando hacia una
calavera en el muslo, a un barco pirata en la rodilla, un puñal en
el tobillo, a una rosa sangrante en el hombro hasta llegar a un
diminuto carácter chino detrás de la oreja.
Vuelve
a abrir el catálogo. Una sensual sirena le sonríe pícaramente
desde una de las páginas. Quizá sea ella la elegida. O quizá las
rosas sangrantes. O tal vez...
Se
abre la puerta y un tipo enorme, tatuado y anillado de arriba abajo,
se asoma, llevando consigo un muestrario de agujas esterilizadas de
todos los tamaños.
- ¿El siguiente? – pregunta con tono neutro.
Los
nervios son tales ya, que los dientes le castañetean de puro miedo.
Mareado por el calor, la espera, la visión del gigante con las
agujas y el olor de las tintas, cae casi desmayado encima de su
sirena.
Su
pavor infantil a las inyecciones ha vuelto en el peor momento.
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