Se abrió la
puerta del ascensor y apareció la vecina del segundo. La cuestión
no revestiría mayor importancia si no fuera por unos cuantos
detalles. Eran las cinco y media de la mañana de un gélido día de
diciembre. Yo me dirigía a mi trabajo en el astillero y ella...quién
sabe a dónde iba o de dónde venía. Cuando salió del ascensor iba
pulcramente vestida y peinada y cuidadosamente maquillada, no parecía
regresar a casa, más bien al contrario. Me llamaron la atención sus
zapatos de tacón fino y alto, como de unos quince centímetros, que
la hacían parecer mucho más alta de lo que ya era de por sí. Y
sobre todo, lo que más me sorprendió es que tan pronto salió del
ascensor comenzó a bajar las escaleras. Pensé que a lo mejor se
había equivocado de piso, o que yo había pulsado el botón de
llamada antes que ella, incluso pensé que a lo mejor era su manera
peculiar de hacer ejercicio, bajar escaleras a las cinco de la
mañana, no era muy ortodoxo pero.... Antes de que me diera tiempo a
mí a meterme en el elevador escuché el estruendo que me indicaba
que mi rara vecina se había caído por las escaleras. Prácticamente
me tiré tras ella, pero llegué tarde. Estaba tirada en el rellano
del cuarto en una postura imposible, muerta.
Fue la comidilla
del barrio durante unas semanas. Todo el mundo hablada de ella y de
sus rarezas. Vivía sola y al parecer su cuerpo fue a parar al
anatómico forense y allí está todavía, sin que nadie lo haya
reclamado, lo cual acrecentó todavía más si cabe la rumorología
barata que comenzó a circular de boca en boca. Nunca fui yo de
rumores ni de habladurías, pero confieso que en este caso ponía el
oído en cuanto escuchaba hablar de la muchacha, aunque a decir
verdad tampoco era necesario. Mi mujer me mantenía informado a base,
como no, de los chismes que ella misma escuchaba.
-Dicen que se
suicidó -me contó un día durante el almuerzo – En la frutería
de la señora Paca, dicen que ella misma lo dijo en medio de una
conversación trivial, que no estaba contenta con su vida y que
quería quitarse de en medio.
-¿Y tú crees
que es buena manera de suicidarse tirarse escaleras abajo? - pregunté
con incredulidad.
-Es que al
parecer también dijo que le faltaba valor y que cuando se decidiera
a hacerlo nadie se iba a dar cuenta, vamos, que iba a parecer una
muerte casual y ya ves, así fue. La verdad es que hace no mucho yo
misma la vi cruzando la calle una y otra vez cuando más coches
pasaban, calzada con esos zapatos de tacón que tenía que parecían
zancos. Los coches pitando, ella torciéndose los pies... se calló
más de una vez... vamos, una escena de lo más dantesca. Yo creo que
ya se quería suicidar aquel día. La recogió el carnicero y se la
llevó dentro, no sé que pasó después.
Otro día mi
mujer me contó que había oído que tenía problemas mentales. Esta
vez fue en la peluquería. La peluquera, Martita Villaverde, una
mujer de mediana edad y me mediana inteligencia, que parecía saber
la vida de todo el pueblo y de España entera, también estaba
enterada, como no, de la vida de la vecina del segundo.
-Tenía
desdoblamiento de personalidad – relató la peluquera - tres o
cuatro personalidades diferentes, todas ellas muy peligrosas, y
además tenía trastorno bipolar y no se tomaba las medicinas. Lo sé
de buena tinta, porque resulta que su madre, que ya está muerta, era
prima segunda de la cuñada de mi prima Margarita, y mi prima
Margarita conoció a esa chica de toda la vida. Me contó además que
era un poco casquivana, que tuvo veinte novios y que con ninguno
terminó bien, de ahí las tendencias esas a matarse que le dieron. Y
claro, los padres murieron hace años, sin pareja y sin familia....
quién iba a reclamar su cuerpo. Quedará para la ciencia, que yo
creo que estudiando su cerebro se podrán averiguar grandes cosas.
Lucía, mi
hija de cuatro años, que comía a nuestro lado a su bola, como quién
no quiere la cosa, me miró muy seria. Yo le sonreí y le pregunté.
-¿Y tú que
piensas de la vecina del segundo Lucía?
-Pues que era
tonta y no lo sabía.
-¿Ah sí? ¿Y
eso por qué?
-Buf, por todo
papá, es que no entiendes nada. Si tuvo veinte novios y ninguno la
quiso... es que era tonta y no lo sabía, porque si lo “sabiera”
le pondría remedio. Yo tengo uno y me durará para siempre.
Mi mujer y yo
soltamos una carcajada. Luego seguimos comiendo cada uno a sus
pensamientos.
La vecina del
segundo poco a poco se fue difuminando del recuerdo de todos los
vecinos sin pena ni gloria. Nunca supimos nada real de su vida, de
una vida que dejó de interesar cuando su muerte cayó en el olvido.
Han pasado ya veinte años. Por cierto, Lucía sigue con su novio de
siempre. Es que es muy lista, mi niña.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario