Las apariencias engañan - Pilar Murillo


                                          

Se abrió la puerta del ascensor y mi perro se puso a ladrar justo en el momento que un hombre de unos cincuenta años, ataviado con mono de trabajo y caja de herramientas se disponía a salir. “Toby, tranquilo” le dije a mi perrillo, un chihuahua de lo más quisquilloso cuando un olor no le gusta. El hombre me miró mal encarado, bueno solo le pude ver los ojos, pues cubría su cabello largo con un gorro de lana y su cara la tenía poblada de espesa barba. El hombre se alejó por el portal hacia la calle sin saludar y yo me subí a mi casa pensando qué tipo de técnico era aquél tío raro y mal educado. ¿ de qué piso vendría?
Un día después me asomé a la terraza al oír las sirenas de la policía. Estuve observando todo con detalle, se metían en mi portal, luego llamaron a mi puerta, una pareja de policías me preguntaban por la vecina de al lado, si había oído algo extraño, ruidos, o pedir auxilio. Yo me quedé muda y uno de los dos policías le dijo a su compañero “Es tonta y no lo sabe…” Luego me mira y me dice: “¿no puedes responder a algo tan sencillo?” Entonces a una afirmación tan vejatoria le contesté que lo primero que no me faltase al respeto, que yo me pasaba el día trabajando y apenas estaba en casa. Entonces el otro agente me informa de que otros vecinos habían oído discutir conmigo a la anciana que vivía a mi lado, por causa de los ladridos de mi perro. Le aclaré que no era cierto, que no había sido discusión si no que le tenía que hablar a voces, pues la señora es sorda. “Era sorda” me dicen los policías. Ahí me explican que la han encontrado muerta y siguen insistiendo en preguntas como si he visto algo sospechoso, oído algo, buscaban una buena pista para saber quién la habría podido asesinar. Entonces recordé al técnico, bastante raro de aspecto. Me llevaron a comisaría para declarar. Allí fueron muy amables, la verdad. Me atendió una mujer policía que iba poniendo los datos que yo le decía en un ordenador, incluso me ofrecieron café. A los pocos minutos ya estaba sacando por la impresora un retrato robot del sospechoso. Luego me trajeron de vuelta a mi edificio. Me metí en mi casa, cerrando la puerta de entrada con todos los cerrojos que tiene.
Pasada una semana estoy desayunando cerca de mi oficina y como siempre que tengo un poco de tiempo, me hago con el periódico y le echo un vistazo. En la sección de sucesos hablan de lo acontecido en mi edificio. Han detenido a una mujer de unos sesenta años, de aspecto dulce y bonachón, la prensa explica que había estado durante un año haciéndose amiga de la víctima y que no era la primera vez que le quitaba la vida a una anciana. Habían aparecido más casos similares que se los atribuían a ésta mujer. Por lo visto solía entablar conversación con ellas en el supermercado, ayudándolas a llevar la compra a casa, averiguando si eran ancianas sin familia, que nadie las pudiese echar de menos. Así pues fue como premeditadamente entabla amistad con Generosa, mi anciana vecina. Hace que confíe en ella y le sonsaca donde tiene sus joyas y algo de dinero que tenía escondido, hasta que un día la asfixia en su propia cama y se larga, no sin antes haber dejado más de una pista.
Cierro el periódico y pienso en lo fácil que me resultó juzgar por la indumentaria y aspecto al técnico. Un hombre parco en palabras pero que no había matado a nadie, que se sepa.



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