Se
abrió la puerta del ascensor y salió Hans, el vendedor de
enciclopedias. Aunque su nombre era alemán, Hans era más español
que el chotis y de tamaño diminuto, menos de 1,50, aunque su cuerpo
era fuerte y estaba bien formado.
Hans
se dirigió a la primera puerta que halló a su derecha y llamó al
timbre. Se atusó un poco el bigote y esperó. Le abrió una mujer
muy alta, y eso a Hans le impactó. La mujer, sin que Hans abriera la
boca, le pidió que entrase y lo hizo.
Le
condujo al salón y le hizo sentarse.
-Hola,
Hans, soy Natacha. Te estaba esperando.
El
hombre se quedó boquiabierto. No podía entender que ella le
conociera pues nunca avisaba de sus visitas.
-¿Cómo
sabe Usted mi nombre?
-Porque
esta noche se me apareció en un sueño. Soñé que iba a venir a
verme un señor pequeño llamado Hans para venderme una enciclopedia.
Hans
no daba crédito. Pero estaba habituado a situaciones extrañas y
decidió aprovechar el momento para hablar a Natacha de su
enciclopedia sobre los animales salvajes del mundo. La mujer le cortó
rápidamente.
-Mire,
Hans, yo no estoy interesada en sus enciclopedias. Sin embargo, puede
que a Usted le interese algo que yo estoy en condiciones de
ofrecerle.
Natacha
se puso de pie y le pidió que se levantara. Con las manos, comparó
las medidas de ambos. Ella llegaba a 1,90 y Hans a su lado parecía
un enano.
-Hans,
yo sé que usted sufre por ser tan pequeño. Yo tengo un producto
milagroso que podría hacerle crecer. Sólo le costaría 100 euros y
en tres semanas alcanzaría mi tamaño.
Hans
se sintió mareado y se sentó en el sillón.
-No
sé cómo puede Usted conocer esto de mí. Toda la vida he padecido
por ser tan bajito, pero yo he venido aquí a venderle una
enciclopedia, no a comprarle nada, porque no creo en los milagros y
ya he crecido todo lo que tenía que crecer.
La
mujer, que era tonta y no lo sabía, insistió mucho en su producto y
ensalzó sus miles de ventajas. Hans empezó a ponerse muy nervioso y
se levantó para irse. De repente, desde el fondo del pasillo se oyó
un vozarrón que decía:
-Mamá,
¿qué estás haciendo? ¿Otra vez intentando vender tu producto a
alguien?
Se
oyeron unos pasos y apareció Diego, el hijo de Natacha, que
alcanzaba los dos metros de altura. Hans se quedó impresionado.
-Hola,
Hans, dijo Diego.
-Pero
¿cómo sabe Usted mi nombre?
-Porque
yo también le vi en un sueño. Pero no haga caso de mi madre, que es
tonta redomada. El producto que intenta venderle no puede hacerle
crecer. Sin embargo, yo sí tengo un producto que podría
interesarle.
-
Mire, señor, contestó muy alterado Hans, ¡no sé cómo pueden
ustedes conocer mi nombre, yo he venido aquí a vender una
enciclopedia de animales salvajes, y veo que están todos locos, así
que me voy!
El
pequeño Hans se levantó rápido y se dirigió a la puerta. Los dos
gigantes intentaron impedirle que saliera, cercándole el paso. Pero
Hans, que gracias a su tamaño sabía escurrirse muy bien, salió
corriendo de la casa y gritando:
-¡Locos,
en esa casa están todos locos!
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