Llegué al
antiguo lagar del pueblo. Olía a cerrado, a humedad, a mil
recuerdos. Hacía años que la sidra no se derramaba por sus viejas
barricas.
Pasé mi mano por
aquella madera sólida y oscura. Miles de voces llenaron mi cabeza.
¡Ay! Esas
espichas interminables y multitudinarias que animaban las fechas
señaladas...
Recordé al viejo
artesano ambulante, sentado en su tayuelu del rincón, cortando
piezas para las madreñas y pequeños muebles que decoraba con
motivos típicos, con los que se ganaba la vida viajando y tallando
de pueblo en pueblo, de fiesta en fiesta.
El olor a serrín
inundó mis sentidos. Y me ví, a su lado, subido sobre el caballo de
madera que él me talló con sus manos, balanceándome al ritmo de
viejas canciones tradicionales.
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