La fotografía - Cristina Muñiz Martín


                                             


 Se abrió la puerta del ascensor con brusquedad. Mauro, con el equipo fotográfico al hombro, la cámara en la mano para ganar tiempo, se dirigió a su habitación. Entró apresuradamente, soltó la mochila sobre la cama y encendió el ordenador. Buscó la fotografía y la amplió a pantalla completa. Quedó mirándola un buen rato. No recordaba haberla visto nunca y eso le extrañaba. Pasó más de tres horas buscando en los portales fotográficos más reconocidos, en los temáticos y en algunos especializados. No encontró nada. Sonrió al darse cuenta de ser el dueño de una imagen inédita y original por la que podía sacar un buen dinero. Sí, tenía entre sus manos una buena fotografía, pero estaba seguro que tras ella se escondía una buena historia. Si daba con ella, podía escribirla y venderlo todo junto. Seguro que le interesaría a más de uno de los medios de comunicación con los que solía trabajar.
Al día siguiente, Mauro salió del hotel muy temprano, imprimió la fotografía y después se dirigó a la Biblioteca Nacional. Una vez allí enseñó su carnet de periodista y pidió ver los archivos. Una chica lo acompañó a una sala repleta de archivadores, carpetas y legajos, indicándole dónde estaba el año que buscaba. También le explicó que podía intentar buscar en los ordenadores de esa misma sala, aunque si la noticia no hubiera sido lo suficientemente importante, al ser tan antigua, era posible que no estuviera digitalizada.
Mauro lo intentó primero en un ordenador. Introdujo varias fechas, el nombre de la mujer y el nombre del hombre sin obtener resultado. Entonces se trasladó a una mesa, colocó la fotografía sobre ella y comenzó a buscar en los archivos. Al mediodía bajó a la cafetería del mismo edificio a comer un bocadillo y después continuó con su investigación. Por fin, a las seis de la tarde, encontró un recorte de periódico que hablaba del caso “¿Cómo es posible que se permita tal falta de respeto a un ciudadano honorable como es el señor don Ildefonso Del Pino Montaraz? Si a su mujer ya no se le pueden pedir cuentas, habrá que buscar a otro culpable, pues siempre hay un responsable en todas las acciones”. Mauro devolvió los archivos a su lugar y abandonó la biblioteca sabiendo que al día siguiente lo primero que haría sería dirigirse al registro civil.
Al la mañana siguiente, Mauro enseñó los nombres y la fecha a una funcionaria del Registro, y salió con una dirección en la mano. La casa estaba situada en el centro. Era un edificio elegante y tenía portero. Otro inconveniente que superó esperando el momento oportuno. Subió andando, procurando no hacer ruido, hasta el cuarto piso y llamó a la puerta. Abrió una sirvienta. Preguntó por el hombre. La sirvienta dijo que el hombre había muerto, que ahora, allí, vivía una sobrina de la mujer. Pidió verla, haciéndose pasar por detective privado, enseñando su carnet de periodista. Tras un rato de espera a la puerta, la sirvienta lo llevó hasta un salón donde lo esperaba una anciana de unos ochenta años. Parecía estar encantada de recibir una visita a esas horas de la mañana. Le dijo que estaba a punto de desayunar y le pidió que la acompañara. Mauro accedió con gusto, pues esa mañana no había probado bocado. Le hizo saber el motivo de su visita. Ella, solícita, entre sorbos de café y risas le fue contando la historia. “Fue un escándalo, joven, un escándalo. Ya sabe, eran otros tiempos, aunque seguro que ahora también se armaría un buen follón. Puede que hasta saldría en esos programas de televisión, ya sabe usted los que digo. Fue ella, mi tía, la que ordenó que se hiciera así, hasta lo dejó escrito en su testamento y al notario encargado de que cumpliera su deseo ¿puede creerlo? Pero no hizo falta porque me ocupé yo. Me apetecía tanto hacerlo...No quiera saber el suspiro de alivio del notario y la cara de preocupación del dueño de la empresa donde hice el encargo. Así se vengó de él, ya ve usted. Mi tía se había casado con apenas dieciocho años, enamorada como una loca de un hombre guapo y apuesto veinte años mayor que ella. Pero no tardó en enterarse de la doble vida de su marido. Él, creía que era tonta y no lo sabía, pero se enteró que tenía una amante cuando apenas llevaba un mes de casada. También se enteró de todas las demás, porque hubo muchas ¿sabe usted? Era un mujeriego y un jugador que dilapidó toda la fortuna de mi tía. Y si le hubiera hecho caso, ella hubiera mirado para otro lado, pero la hacía de menos constantemente y no visitaba su cama. ¿Qué por qué lo sé? Porque una se acaba enterando de esas cosas, los criados hablan ¿sabe usted? Es el precio que hay que pagar por tener servicio. Además, en aquellos tiempos no existía el divorcio y mucho menos en su círculo. En aquellos tiempos la mujer aguantaba y callaba. ¡Ay, si fuera ahora! Si fuera ahora lo hubiera puesto de patitas en la calle, porque ella tenía su carácter, no vaya a creer”.
La anciana continuó desgranando la historia durante más de dos horas, contándole a Mauro un montón de anécdotas. Cuando salió del portal, con una sonrisa en los labios, y una buena historia en la cabeza, miró de nuevo la fotografía. Sobre una piedra de mármol blanco se leía la siguiente inscripción:           
                                                  Aquí yace
                DOÑA LEONOR ALBURQUERQUE DEL RÍO GINÉS
    Fiel esposa de Ildefonso del Pino Montaraz, que me embaucó siendo niña,
           me engañó con numerosas amantes y dilapidó toda mi fortuna.
                                  Yo, por fin, descanso en paz.
                    Él, se queda arruinado y enfermo de sífilis.
                   Y, aunque a pesar de todo lo sigo queriendo,
              espero que no tarde en venir a hacerme compañía.




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