Se abrió la puerta del ascensor y no tuve más remedio que
salir de mi ensoñación, no había pegado ojo en toda la noche al
lado de tío Roberto, medio dormida como estaba a duras penas atiné
a darle al botón de la planta baja, pero como iba diciendo, se abrió
la puerta del ascensor y él entró. Caballero de mediana edad, bien
vestido y ademanes resueltos, me miró y sonrió, me saludo con un
“buenos días” y yo medio lela por el sopor del insomnio, le
respondí con un “buenas noches” es que estuve velando a un
enfermo y ahora voy a dormir.
El caballero siguió sonriendo, y a pesar de mí trasnochada torpeza
intuí en él un sentimiento de aprecio, de cariño y empatía que
trastocó mi modorra. Empecé a tartamudear un “que pase un buen
día” pero su mirada y su sonrisa me descoyuntaron por completo y
sin saber porqué comencé a atusarme el pelo y estirarme el faldón
de mi vestido, en una palabra, intentar arreglarme un poco para no
parecer ante él un guiñapo.
Los dos éramos veteranos de la vida, él parecía haber librado más
batallas que yo, pero eso ojos, esa sonrisa, rediez como empezaban a
despertar en mi algo que hacía tiempo llevaba dormido.
Un viaje en ascensor debería ser rápido, pero aquel me estaba
resultando eterno aunque no largo. No cansaba de percibir aquella
mirada y su gesto sonriente, ojala no tuviera tanto sueño para
proponerle algo más que un sencillo viaje por las plantas del
hospital.
De un momento a otro el ascensor llegaría a su destino, la planta
cero, el hall de entrada, y aún no sabía si visitaba a algún
familiar o quizás fuera paciente del hospital, pero zas, de repente
las puertas se abrieron y él muy galante me dejó pasar.
Me despidió con un “buenas noches” y yo a mi vez le espeté un
seco “adiós”. Una mujer vestida de enfermera le estaba
esperando y oí como le decía “Buenos días Doctor Corrales el
paciente ya está en el quirófano”.
¡Era tonta y no lo sabía!, yo que me jacto de reconocer a la
gente por las mil peculiaridades que cada uno tenemos, y no le
reconocí, era Luis, mi amor de juventud, con el que salí mientras
estudiaba en Salamanca, él hacía medicina y yo Psicología, aquella
sonrisa y esa mirada eran lo que me conquistaron en él, y ahora,
¡tonta de mi!, seguía cautivándome sin saberlo, sin reconocerlo.
¡Ay madre que vergüenza! Seguro que si me ha conocido y se habrá
partido de risa al ver mi despiste, mi aturdimiento motivado por el
cansancio de una larga noche en vela, mi aspecto desastroso, ¡trágame
tierra! Espero no volver a verlo por lo vergonzante de la situación.
Al llegar a casa abracé con ganas mi cama y me sumergí en un
placentero sueño, no duró mucho rato porque la vecina de arriba no
paraba de hacer ruido con la aspiradora, y eso que tiene alfombras
por todas partes, se nota que le gusta rascar bien, ¡maldita sea mi
suerte! Me pondré debajo de la almohada para no oírla, pero qué
va, ahora es Pedrito el del quinto que está practicando con el
violín, y con esas notas tan agudas no consigo caer en los brazos de
Morfeo.
Tantas vueltas he dado en la cama que la sabana bajera se ha salido,
y la funda del colchón me raspa las piernas. Es evidente que así
no puedo dormir.
No hago más que dar vueltas a mi situación, tío Roberto lleva
tiempo enfermo, y va para largo, ya no puedo pedir más permisos en
el trabajo, tengo que buscar alguien que me sustituya por las noches
y por las mañanas, que las tardes bien puedo acudir yo. Creo que ya
tengo a la persona ideal, Doña Servanda, la madre de la frutera, es
viuda y se pasa todo el día acompañando a su hija y dando palique a
las clientas, mi tío y ella siempre se llevaron bien, la veo muy
maternal y cariñosa para con todos, así que no le vendría mal un
dinerillo extra para complementar su pensión, ya esta, decidido,
mañana se lo digo, bueno hoy, porque con tanto ruido no puedo pegar
ojo.
He vuelto a ruborizarme, lo noto, acordándome del incidente del
ascensor, mira que no darme cuenta de quien era, pero claro, antes
tenía una melena morena bien tupida que me volvía loca, y un
bigotillo incipiente que cosquilleaba al besar, en cuanto sonreía me
derretía todita, y ahora entiendo porque me puse tan nerviosa al
saludarme, mi cuerpo si le recordaba pero mi mente, claro después de
tanto tiempo, no.
Tengo que llamar al hospital preguntando por él, e interesándome
por su horario de consulta, más que nada para no coincidir en el
ascensor ni en ningún otro sitio, porque otro mal trago no creo que
lo aguantase.
Bueno, voy a recrearme recordando lo que sentía al estar con él,
cuando nos divertíamos en el rio y me contaba pasito a pasito el
nombre de los músculos, sobre mi piel, ¡ay que sueño tengo
ahora……Zzzzzzzzzzzzzzzzzzz!
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