Le caía el sudor por la frente mientras caminaba por la acera. No de
muy lejos llegaba hasta sus oídos una música sensual. Llega
a su destino y mira a derecha e izquierda, luego sin dejar de
arrollarle las gotas de sudoración, escribe la contraseña en el
cajero. Era tarde, apenas había gente en la calle. Se oía a
un barrendero regando las calles. La máquina escupe el dinero y el
hombre sudoroso guardando los billetes en su cartera, sin percatarse
de que lo han estado observando. Al torcer la esquina recibe un
garrotazo en la cabeza para robarle los cuatrocientos euros que había
sacado, y allí en la puerta misma del local lo encontró el portero
del burdel, ensangrentado, sudado y humillado.
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