Había
una gran expectación. Se trataba de la recreación de los torneos
medievales, a las que es muy aficionada mi esposa. Los hombres
estaban dispuestos con sus armaduras y sus caballos para entrar en
competición, y en el estrado principal se encontraba, con sus
mejores galas, la joven en cuyo honor se hacía el evento, Esther. El
que ganase el torneo se llevaría, ficticiamente, el favor de la
chica, aunque ella ya tenía un favorito, Andrés, su novio en la
realidad.
Al
son de los clarines, los jinetes empezaron a correr. Todos debían
llevar un regalo para Esther, algo especial. La carrera fue seguida
con gran interés, y resultó ganador Andrés. A Esther se le iluminó
la cara y le dio un gran beso, seguido unos minutos después de un
sonoro tortazo que nos hizo enmudecer. Nadie entendía por qué,
aunque pronto lo descubrimos.
Resulta
que el regalo de Andrés era una bolsa de lepiotas. En realidad,
Esther estaba harta de la afición a las setas de su novio, y cuando
vio el contenido de la bolsa se indignó.
Luego
no se les volvió a ver juntos y al marcharnos todos nos preguntamos
si ella habría podido perdonárselo alguna vez.
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