De
noche todos los gatos son pardos. Pero en una discoteca, con dos, o
tres -o unas cuantas- copas encima ya no hay gato feo ni gordo ni
calvo.
Sus
complejos y sus dudas se han quedado en la puerta acompañando al
segurata y ella se siente ligera y confiada.
Sale
a la pista, sin un propósito fijo. Da vueltas, saltos, canta, o se
lo inventa, mueve las caderas al ritmo de la música, su ropa produce
efectos extraños bajo la luz fluorescente de colores... El humo que
sale por las esquinas empieza a marearla. Pero sigue bailando.
Ha
conectado visualmente con un moreno de casi dos metros que se acerca
a ella, muy sonriente. Ella le sonríe también, empieza a sudar, su
cara se pone verde, da una arcada y la tortilla de la cena cae a la
pista, estableciendo una enorme frontera entre ella y el moreno; que
sigilosamente se bate en retirada.
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