Relato inspirado en la fotografía.
La
noticia salió en todos los periódicos. Había llegado flotando a la
playa de Santa María del Mar, una botella que contenía un mensaje
con las últimas voluntades de mi tía Almudena. Me dejaba el 80% de
sus bienes y un 20% para una protectora de animales de la que era
miembro de honor. Hacía cinco meses, la tía había salido a navegar
con su yate y se le estropeó el motor en alta mar. Para cuando la
localizaron los de salvamento marítimo, ya era demasiado tarde, la
pobre había muerto deshidratada. No tenía hijos y siempre había
hablado de dejar toda su fortuna a la protectora, pero aún así,
como era su único pariente vivo, reclamé mi parte de la herencia.
Realmente, era una tía segunda política que se había casado con el
hermano pequeño de mi abuela y probablemente, no me hubiera tocado
nada. La aparición del testamento en la botella, lo facilitó todo.
Contraté al abogado que ella tenía y una vez que los peritos
calígrafos autentificaron su letra y su firma, la cosa fue sencilla.
De la noche a la mañana pase a tener casi dos millones de euros, un
chalet y un yate. ¡ERA RICO!
A
las dos semanas, me fui a jugar a lo grande al casino de los jeques
árabes de Madrid. Cambé 350.000 € en fichas y me fui a las mesas
de póker. Empecé con pequeños escarceos, ganando un poco aquí
perdiendo un poco allá, hasta que por fin llegó la gran partida. El
tipo de la cicatriz y yo estábamos solos en la mesa y apostando
fuerte. En la primera hora le gané casi 50.000€. Y entonces llegó
la mano, esa con la que todo jugador sueña. Había aceptado una
pequeña apuesta sin mucha convicción con el nueve y el diez de
corazones. En el “flop” salió el As de picas y el siete y el
ocho de corazones. Noté en su cara un gesto casi imperceptible de
que tenía jugada. Acepté su apuesta. En el “turn” apareció el
As de trébol. Estaba casi seguro que llevaba trío de ases aunque
por lo flojo que apostó pensé en la posibilidad de que llevara un
póker. Volví a aceptar su apuesta. En el “river” salió ¡¡la
jota de corazones!! Tenía escalera de color. Ninguna combinación de
cartas que él pudiera tener, ni siquiera un póker de ases podía
ganarme.
Volví
a ver su tic en la cara antes de hacer una apuesta fuerte, yo fui con
todo, 392.000 € y él lo vio. Lanzó su par de ases sobre la mesa
gritando ¡POKER! y yo, que le hubiera ganado con mi escalera de
color, mezclé mis cartas boca abajo con las de la mesa y salí de
allí maldiciendo mi mala suerte y jurando que nunca más volvería a
jugar al póker.
Estoy
convencido de que resultó creíble. Fue una verdadera pena no poder
mostrar la increíble jugada que llevaba, pero tenía que pagar los
350.000€ pactados por sus servicios. Ellos lo habían planificado
todo, el asesinato de la tía Almudena, el testamento en la botella,
el porcentaje para la protectora y la forma de pago sin levantar
sospechas perdiendo la partida de póker. Da gusto hacer negocios con
profesionales.
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Un final sorprendente. Un buen relato.
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