Relato inspirado en la fotografía
Don Nicomedes Salgado de Mendoza había fallecido hacía tres meses, a los noventa años, sin hijos y con una inmensa fortuna tras su trabajo como empresario durante cuarenta años en Argentina. Las veinte mil almas de Villar, lugar donde residía el anciano, aguardaban impacientes a la lectura del testamento. Era éste un lugar donde todo se murmuraba, y las gentes decían que los tres sobrinos de don Nicomedes no vivían por la ansiedad de conocer lo que les había legado el tío rico de América.
Y
por fin llegó el día en que se conoció el testamento. En la
notaría se encontraban las personas que habían sido mencionadas por
el anciano: sus tres sobrinos, Roberto, Felipe y Rosa, que miraban a
Gladis y Norma, las dos asistentas dominicanas que habían trabajado
para él durante veinte años, y Francisco, el alcalde.
El
notario era un señor ya algo mayor, que había sido muy amigo de don
Nicomedes, y tal vez por eso ocurrió lo que ocurrió. Contra toda
lógica, el notario iba vestido y maquillado de payaso. La reacción
de estupor fue general.
-Señores,
nos hemos reunido aquí para abrir el testamento de don Nicomedes
Salgado de Mendoza. Sé que estarán todos sorprendidos por mi
disfraz de payaso, pero ha sido un deseo personal de mi querido amigo
y no podía negarme. Tal vez lo entiendan todo conforme vaya leyendo
el escrito que a ustedes ha dirigido don Nicomedes, así que vamos a
comenzar.
“Queridos
sobrinos Roberto, Felipe y Rosa:
Ya
llegó el momento que tanto esperabais. Por fin he muerto. La verdad
es que ni yo mismo sé cómo he podido vivir tantos años, aunque tal
vez lo intuya. Siento las molestias que os haya podido causar mi gran
longevidad, que seguro entorpeció vuestras altas expectativas.
Primero
me dirigiré a Roberto, el hijo de mi hermana Paula. Si haces
memoria, recordarás que te costeé los estudios, aunque no los
terminaras, y después te puse un negocio en el pueblo, aunque
fracasase porque no le dedicaras trabajo y esfuerzo. A pesar de eso,
y de los más de cincuenta años que te gastas, he ido sufragando tus
incesantes peticiones de dinero, para proyectos que nunca veían la
luz. Tú creías que me engañabas, pero yo sabía perfectamente
adónde iba destinado mi peculio. A la casa de putas del pueblo de
enfrente, y a las máquinas tragaperras. Aunque no te comprendiese,
el recuerdo de mi querida hermana pesaba demasiado. Y conforme fui
envejeciendo, me di cuenta de que hay seres con fallas, sin remedio,
como tú. Lo único que te reprocho es que siempre que me visitabas
era para pedirme dinero, que los últimos años apenas te preocupaste
por mí. Creo, Roberto, que tu pensabas que el dinero manaba de los
árboles, aunque yo me hubiera dejado el pellejo para prosperar en
Argentina, cuando me fui con catorce años, en aquel barco que olía
a miseria. Así que, sobrino Roberto, contigo ya he cumplido en vida,
y no te lego nada”.
Roberto
miró al payaso-notario cargado de indignación, pero sólo murmuró:
“esto no se va a quedar así”.
El
notario continuó la lectura:
“Felipe,
hijo de mi hermano Luis, eres el sobrino al que menos he tratado.
También te costeé los estudios y tú cumpliste terminando la
Ingeniería. Luego te fuiste del pueblo a la ciudad a trabajar, y por
méritos propios ascendiste en las empresas donde trabajabas. Estoy
orgulloso de ti, aunque apenas tuvieras tiempo para visitar a tu
anciano tío. Al menos, nunca intentaste sablearme. Por eso, he
decidido dejarte la mansión de la montaña. Sé que te gusta la
naturaleza, así que deseo que la disfrutes y te relajes en ella de
tu estresante trabajo. También te lego algún dinero para que te
quites esa hipoteca que sé que te asfixia tanto”.
Felipe,
un hombre circunspecto y tímido, emitió una gran sonrisa.
“Continúo
contigo, Rosa, la hija de mi querido hermano Raúl. He tenido que
pensar mucho qué hacer respecto a ti. Has sido la más atrevida de
mis tres sobrinos, y me has visitado muchas veces para adularme y
sacarme los cuartos. Tú creías que yo te los daba porque ya estaba
chocheando pero no, querida sobrina, yo nunca he perdido las
facultades, aunque estuviera en una silla de ruedas. Sé que luego
te andabas riendo de mí por el pueblo. Pero, a pesar de eso, voy a
legarte algunos cuartos, no a ti, sino a los hijos que has tenido con
el crápula de tu marido, cuando alcancen los veinticinco años. No
quisiera que acabasen en la indigencia, y eso es lo que les espera si
sigues malgastando y viviendo por encima de lo que puedes”.
Rosa
se puso colorada y sus manos golpearon su bolso de Carolina Herrera.
El
notario empezó a reírse a carcajadas, a desternillarse. Se puso la
nariz de payaso y dijo:
-Mi
amigo Nicomedes me pidió que me riera en este momento y eso es lo
que estoy haciendo. Pero el caso es que no me cuesta, ja,ja,ja,
porque es divertido ver las caras que ponéis.
Inmediatamente,
se quitó el disfraz de payaso y continuó con la lectura del
testamento:
“Ahora
voy a hablaros con el corazón a vosotras, mis queridas asistentas
Gladys y Norma. Lleváis más de veinte años conmigo, y no sólo os
habéis ocupado de cuidar mi salud, de cuidar mi casa. En medio de la
soledad de un hombre anciano y con dinero, a quien todos intentan
embaucar, a quien nadie realmente quiere, vosotras me habéis dado
algo que no tiene precio: la alegría. Recuerdo el primer día que os
vi bailar la música de vuestra tierra en la cocina. Yo estaba fuera,
en el pasillo, y me hicisteis feliz. Por eso os pedí que bailarais
todos los días un rato para mí, y lo hicisteis gustosas. Cuando
fuisteis cogiendo confianza, vosotras, dulces y juguetonas, me
hacíais miles de bromas y me contabais las historias más
divertidas. Cuántos ratos de felicidad he pasado con vosotras,
sentados los tres en la mesa camilla. Cuántos besos y achuchones me
habéis dado, cuánto cariño. “Viejito lindo”, me llamabais, y
eso llenaba de ternura mi corazón. Siento que he sido egoísta, pues
os debí dar los medios para que volvierais a vuestro país, con
vuestras familias, pero no podía prescindir de vosotras, los únicos
seres que me querían, los que impidieron que me sintiera solo como
un perro. Ahora es el momento de la recompensa. Tendréis una casa
con todas las comodidades cada una, a vuestro antojo. Y dinero
suficiente para vivir siempre sin trabajar y mantener a vuestros
hijos ”.
Gladys
y Norma se abrazaron emocionadas. Roberto y Rosa las miraron con
rencor.
-Le
cuidaron por el interés, serán zorras, dijo Rosa.
El
notario la mandó callar muy serio y continuó con la lectura.
“Ahora
me dirijo a ti, Francisco, alcalde de Villar. Te hago entrega de esta
botella que lleva un mensaje dentro, para que lo leas públicamente”.
El
notario le dio al alcalde la botella y éste sacó el mensaje que
comenzó a leer:
“Lego
al Ayuntamiento el resto de mis bienes, no para que construyáis
cosas innecesarias, pues Villar ya cuenta con todos los servicios. Te
preguntarás, Francisco, a qué quieres que destine el dinero. Pues
para mi último deseo: que todos los ancianos y ancianas de Villar
cuenten con compañía caribeña que les cuide y alivie en su vejez.
Sobre todo, que les alegren los años que les queden de vida. Por
eso, deseo que se organice un viaje todos los años para que las
chicas dominicanas, cubanas, etc, que estén interesadas puedan venir
al pueblo y empezar a trabajar. Eso sí, bajo una inspección durante
los primeros tiempos, con el fin de que se observe su conducta. El
dinero será administrado por mi amigo, el notario, a quien hago
albacea de mis bienes.
Como
mi fortuna es muy grande, este proyecto durará muchos años, con
tiempo para que los que ahora tienen cincuenta años puedan
disfrutarla si llegan solos a su vejez, como yo”.
El
alcalde puso cara de alucinado y Roberto y Rosa, dos de los sobrinos,
explotaron de indignación emitiendo rotundos “No puede ser”. El
notario impuso silencio y con estas palabras terminó la lectura del
testamento.
“He
pedido a mi querido amigo Segismundo, el notario, que se vista de
payaso para haceros comprender que ya hace muchos años que me tomo
la vida como una broma, como un teatro donde cada uno representa un
papel poco importante. El mío ha sido el de un emigrante que hizo
fortuna, un indiano y después el de un hombre solo y rico al que
todos envidian y algunos, o muchos, desean el mal. Pero no me ha
importado, pues la vida, amigos, amigos, es sólo un carnaval.
Aprended esta lección,
Fdo:
Nicomedes Salgado de Mendoza”.
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