Relato inspirado en la fotografía
Aquel día hacía
un sol espléndido, así que decidí pasar la tarde en la playa. Me
encanta tumbarme al sol y meterme de vez en cuando en el mar, nadar
un poco o simplemente dejarme mecer por las olas. Debido a mi trabajo
no tengo demasiadas oportunidades para disfrutar de semejante placer,
así que el día en cuestión aproveché mi suerte.
Cuando llegué al
arenal extendí la toalla, me embadurné de crema protectora y me
tumbé dispuesta a dejar que el astro rey bronceara un poco mi piel.
Al rato comencé a notar que un objeto extraño se clavaba en mi
espalda, pero estaba tan a gusto que no tuve ganas de levantarme.
Simplemente me revolví un poco intentando que mi cuerpo encontrara
acomodo, pero no lo conseguí, así que no me quedó más remedio que
levantarme y buscar qué era aquello que me estaba fastidiando y
estupefacta me quedé cuando saqué de entre la arena un botella de
vidrio transparente con un papel cuidadosamente enrollado en su
interior. La cogí y me senté de nuevo sobre la toalla. Estuve un
raro dándole vueltas entre mis manos, mirándola por un lado y por
otro, imaginando su procedencia, vayan ustedes a saber desde dónde
había llegado allí, y sobre todo elucubrando qué podía decir
aquel papel amarillento que se agitaba en su interior. Intenté
sacar el corcho pero no era tarea fácil. Parecía que estaba pegado
a la botella, cosa lógica, por otra parte, si las intenciones del
mensajero eran que su misiva llegara sana y salva a manos de quién
fuera. Finalmente, después de mucho pelear y con la ayuda de las
llaves de mi coche, conseguí sacar el corcho y el papel enrollado se
deslizó suavemente por el cuello de la botella. Con manos
temblorosas desenrollé el mensaje y leí: “Sálvame” y en una
esquina un número de teléfono. Un escalofrío recorrió mi espalda
a pesar del intenso calor que hacía. Alguien estaba en peligro,
alguien que pedía ayuda, y en mis manos estaba el poder ofrecérsela.
Tal vez fuera una persona secuestrada, o una mujer maltratada....
aunque ¿por qué rayos iban a escoger un método tan poco ortodoxo
de pedir ayuda, que además ni era rápido, ni mucho menos efectivo?
En todo caso parte de la solución al galimatías que se estaba
formando en mi cabeza la tenía al alcance, pues llamando al número
de teléfono sabría de qué se trataba, después ya vería lo que
podía hacer.
Así estuve
cavilando dos días, pensando si llamar o no. Mi conciencia me decía
que debía hacerlo, pero me daba miedo lo que pudiera encontrarme al
otro lado de la línea ¿Y si se trataba de una situación peligrosa
que pudiera comprometer mi seguridad o incluso mi vida? Además, yo
soy tan cobarde que seguro que no iba a saber qué hacer ni a quién
acudir para pedir ayuda.
Estaba
preocupada y casi no podía dormir, hasta esta mañana, cuando
mientras desayunaba plácidamente sentada en un terraza, escuché
casi sin quererlo la conversación que mantenían dos mujeres
entradas en años sentadas en la mesa de al lado.
-¿Te has
enterado del concurso que han puesto en marcha en el programa ese de
la tele? Han dejado en un playa de España un mensaje en una botella.
A quien lo encuentre, les llame y les lea el texto del mensaje le dan
cien mil euros. Ya me gustaría a mi...
-Y a mí, hija,
y a mí. Pero vete tú a saber dónde está la botellita de las
narices.
En mi casa, la
botella en mi casa y el papel en mi bolso. Me puse nerviosa, tan
nerviosa que derramé el café y me puse perdida la blusa. Después
de limpiarme un poco en el lavabo regresé a mi dulce hogar. Por fin
tenía claro lo que iba a hacer. La verdad es que contra el programa
en cuestión yo siempre eché pestes, es más, en mi casa está
absolutamente prohibido verlo. Para basura ya hay bastante por el
mundo sin necesidad de que nos traguemos también la que nos
bombardean desde la televisión. Supongo que debería mantenerme en
mis trece y ser fiel a mis principios, y si siempre despotriqué
contra aquellos personajillos de tres al cuarto que destripaban vidas
ajenas sin ningún pudor, ahora tendría que llamarlos, sí, para
decirles que se metieran su dinero por salva sea la parte, pero
claro, cien mil euros, son cien mil euros y después de pensar en los
problemas que me iban a resolver (cancelar el crédito del coche,
pagar el dentista de la niña y arreglar el tejado de la casa) me
dije que por una vez iba a dejar mis principios aparcados a un lado y
quedarme con el dinerito, que falta me hacía. Así que me armé de
valor, marqué el número de teléfono sin vacilar y cuando alguien
contestó yo cerré los ojos, me armé de valor y dije: “sálvame”
y simplemente me dejé salvar.
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