Sálvame - Gloria Losada





Relato inspirado en la fotografía

Aquel día hacía un sol espléndido, así que decidí pasar la tarde en la playa. Me encanta tumbarme al sol y meterme de vez en cuando en el mar, nadar un poco o simplemente dejarme mecer por las olas. Debido a mi trabajo no tengo demasiadas oportunidades para disfrutar de semejante placer, así que el día en cuestión aproveché mi suerte.
Cuando llegué al arenal extendí la toalla, me embadurné de crema protectora y me tumbé dispuesta a dejar que el astro rey bronceara un poco mi piel. Al rato comencé a notar que un objeto extraño se clavaba en mi espalda, pero estaba tan a gusto que no tuve ganas de levantarme. Simplemente me revolví un poco intentando que mi cuerpo encontrara acomodo, pero no lo conseguí, así que no me quedó más remedio que levantarme y buscar qué era aquello que me estaba fastidiando y estupefacta me quedé cuando saqué de entre la arena un botella de vidrio transparente con un papel cuidadosamente enrollado en su interior. La cogí y me senté de nuevo sobre la toalla. Estuve un raro dándole vueltas entre mis manos, mirándola por un lado y por otro, imaginando su procedencia, vayan ustedes a saber desde dónde había llegado allí, y sobre todo elucubrando qué podía decir aquel papel amarillento que se agitaba en su interior. Intenté sacar el corcho pero no era tarea fácil. Parecía que estaba pegado a la botella, cosa lógica, por otra parte, si las intenciones del mensajero eran que su misiva llegara sana y salva a manos de quién fuera. Finalmente, después de mucho pelear y con la ayuda de las llaves de mi coche, conseguí sacar el corcho y el papel enrollado se deslizó suavemente por el cuello de la botella. Con manos temblorosas desenrollé el mensaje y leí: “Sálvame” y en una esquina un número de teléfono. Un escalofrío recorrió mi espalda a pesar del intenso calor que hacía. Alguien estaba en peligro, alguien que pedía ayuda, y en mis manos estaba el poder ofrecérsela. Tal vez fuera una persona secuestrada, o una mujer maltratada.... aunque ¿por qué rayos iban a escoger un método tan poco ortodoxo de pedir ayuda, que además ni era rápido, ni mucho menos efectivo? En todo caso parte de la solución al galimatías que se estaba formando en mi cabeza la tenía al alcance, pues llamando al número de teléfono sabría de qué se trataba, después ya vería lo que podía hacer.
Así estuve cavilando dos días, pensando si llamar o no. Mi conciencia me decía que debía hacerlo, pero me daba miedo lo que pudiera encontrarme al otro lado de la línea ¿Y si se trataba de una situación peligrosa que pudiera comprometer mi seguridad o incluso mi vida? Además, yo soy tan cobarde que seguro que no iba a saber qué hacer ni a quién acudir para pedir ayuda.
Estaba preocupada y casi no podía dormir, hasta esta mañana, cuando mientras desayunaba plácidamente sentada en un terraza, escuché casi sin quererlo la conversación que mantenían dos mujeres entradas en años sentadas en la mesa de al lado.
-¿Te has enterado del concurso que han puesto en marcha en el programa ese de la tele? Han dejado en un playa de España un mensaje en una botella. A quien lo encuentre, les llame y les lea el texto del mensaje le dan cien mil euros. Ya me gustaría a mi...
-Y a mí, hija, y a mí. Pero vete tú a saber dónde está la botellita de las narices.
En mi casa, la botella en mi casa y el papel en mi bolso. Me puse nerviosa, tan nerviosa que derramé el café y me puse perdida la blusa. Después de limpiarme un poco en el lavabo regresé a mi dulce hogar. Por fin tenía claro lo que iba a hacer. La verdad es que contra el programa en cuestión yo siempre eché pestes, es más, en mi casa está absolutamente prohibido verlo. Para basura ya hay bastante por el mundo sin necesidad de que nos traguemos también la que nos bombardean desde la televisión. Supongo que debería mantenerme en mis trece y ser fiel a mis principios, y si siempre despotriqué contra aquellos personajillos de tres al cuarto que destripaban vidas ajenas sin ningún pudor, ahora tendría que llamarlos, sí, para decirles que se metieran su dinero por salva sea la parte, pero claro, cien mil euros, son cien mil euros y después de pensar en los problemas que me iban a resolver (cancelar el crédito del coche, pagar el dentista de la niña y arreglar el tejado de la casa) me dije que por una vez iba a dejar mis principios aparcados a un lado y quedarme con el dinerito, que falta me hacía. Así que me armé de valor, marqué el número de teléfono sin vacilar y cuando alguien contestó yo cerré los ojos, me armé de valor y dije: “sálvame” y simplemente me dejé salvar.





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