Dormir - Marian Muñoz



 Relato inspirado en la fotografía

Qué bien lo pasamos, cuantas risas nos echamos, sobre todo Mayte, y como colofón, una foto de las dos con la imagen de la peculiar botella como recuerdo.
Aquella tarde fui a visitarla, hacía al menos 15 años que no nos veíamos, y la culpa la tuvo aquella botella encontrada en la playa. Iniciamos con tristeza nuestro encuentro, pero acabamos excitadas con tantas risas, recordando las peripecias de aquellas vacaciones.

Éramos el trío Lalala, juntas todo el día, sólo nos separábamos para dormir, menudo tostón para nuestras madres, en vez de poner un plato en la mesa, tenían que poner tres, pero lo llevaban bien, nos querían como hijas y nosotras las adorábamos.
Elena, Mayte y yo.
Nos habíamos conocido en primaria y desde aquel curso nos hicimos amigas. Parecíamos hermanas porque nos vestíamos parecido al tener gustos similares, pero en carácter éramos bien dispares, lo que fortalecía aún más si cabe nuestra unión.
Todo era perfecto, teníamos un futuro incierto por delante, pero muy feliz y por azares del destino, a los catorce años se quebró.

Una tarde de frío y crudo invierno regresábamos caminando de clase, llovía a mares y el viento no paraba de pelearse con nuestros paraguas. Cerca de la rotonda que hay antes de llegar a casa, se me escapó. Tanto Mayte como yo corrimos hasta alcanzarlo, Elena ni se enteró, continuó caminando, justo en ese instante un conductor perdió el control de su coche subiéndose a la acera, y la atropelló.

Nuestras risas por la mojadura al atrapar mi paraguas se vio cortada por el estruendo del choque, nos giramos para ver qué pasaba, vimos a Elena bajo las ruedas del automóvil.
Un segundo, tan sólo un segundo y habría estado fuera de la rotonda, fuera de aquel coche asesino, pero ahí estaba el destino implacable con su guadaña certera.
No recuerdo cuanto tardó la ambulancia en llegar o la policía. El conductor parecía destrozado, nosotras no podíamos ni respirar y Elena ni se movía. Nos atendieron después en el hospital por una crisis nerviosa. Estuvimos más de un mes con pastillas, y poco a poco logramos dejarlas, aunque nos daba igual.
Ya no éramos las mismas, apenas salíamos ni nos veíamos. Íbamos a clase como autómatas y no sé ni cómo sacamos aquel curso, aún hoy creo que nos aprobaron por compasión.
Sólo quería dormir, dormir y dormir, poder despertar como si todo hubiera sido un mal sueño, una pesadilla, y volver a nuestras risas.

La madre de Mayte habló con la mía, nos obligaron a pasar las vacaciones de verano con su hermana Angelina, quien vivía con su familia en una granja. Ninguna de las dos teníamos ganas, pero pensaron que cambiar de aires nos vendría bien. Hicimos las maletas y marchamos.
Tanto la tía Angelina, su marido y sus hijos nos trataron al principio con delicadeza y cariño, pero enseguida emplearon mano dura para hacernos trabajar en la granja en lo que buenamente pudiéramos.
A Mayte se le daban bien los animales, por lo que estuvo ayudando en los establos y en el campo, a mí como me encantaba la cocina, fui la ayudante de tía Angelina en los preparativos de las comidas, elaborando pan, bizcochos y empanadas para vender en el mercado del pequeño pueblo. No parábamos en todo el día y no nos daba tiempo a pensar. En el silencio de la noche, acostadas en las literas, intentábamos hablar, pero el cansancio nos vencía. Así fueron pasando los días, hasta que Juan, el primo de Mayte, nos invitó a pasar una jornada cerca del mar. ¡Ya está bien que dos chicas jóvenes estén tan atareadas, os merecéis un descanso!, dijo él, y nos llevó a la playa.

El refulgir del sol, el azul del mar y del cielo, la dorada arena, obró el milagro. Comenzamos a jugar, a reír, a correr, como si algo hubiera estado encerrado en nuestro interior durante mucho tiempo y de repente fuera capaz de salir. Una explosión de alegría nos inundó. Risas, bromas y la botella, allí esperándonos, en la arena, la dichosa botella.
¡No la toques! Dijo Mayte, espera que le haga una foto, quien sabe cuanto ha viajado y de donde habrá venido.
Intrigada la cogí, no pude abrirla y fue Juan quien tuvo que sacar el tapón de corcho muy hinchado de haber flotado en el mar. Sacamos el papel de su interior y allí estaba el mensaje.
Se llamaba Vincent, nos contaba donde vivía y quería que nos pusiéramos en contacto con él para conocer cuanto había recorrido aquella botella. Se lo dí a Mayte para que fuera ella quien contactara, pero se negó, dijo que poner una dirección de @mail no era nada romántico, ella prefería las cartas en papel, así que me la quedé yo.

Hasta los dieciocho estuvimos relacionándonos por Internet, y en cuanto los cumplí me alejé de casa para vivir con él. Mayte intentó convencerme de que era una locura, que no le conocía en persona y podía ser cualquier desalmado, pero el ambiente de mi familia llevaba un tiempo bastante fastidiado, así que me decidí a ir.
En mi maleta llevaba la foto de la botella encontrada en la playa que Mayte me había regalado, como recuerdo de nuestra amistad.
No supimos nada la una de la otra, perdimos el contacto, y nuestras vidas discurrieron por diferentes caminos, hasta que leí aquel correo spam que había llegado a mi @mail antiguo.

La madre de Mayte intentaba contactar conmigo, pues mi amiga tenía una leucemia muy agresiva y le quedaba poco de vida. Hablé con Vincent y arreglé todo para poder visitarla. En mi maleta volvía a viajar aquella foto de la botella en la playa, me había dado suerte y deseaba que ella también la tuviera.

Así fue como nos reencontramos en aquella habitación de hospital, llena de tubos y conectada a múltiples aparatos intentaba arrancarle una sonrisa, que pudiera evadirse por un rato de su enfermedad, y lo logré, vaya si lo logré, más de una enfermera nos regañó por el barullo montado, pero necesitábamos reír, ella más que yo.
A la mañana siguiente me llamó su madre, dándome las gracias por el feliz rato que mi amiga había pasado y para contarme que esa misma noche había fallecido con una sonrisa en los labios.
Acudí a su funeral y no pude llorar a pesar de sentir una infinita tristeza.

Al regresar a casa lo único que quería era dormir, dormir y dormir, y que toda esta vida pasara. Poder reunirme con mis amigas y pasarlo bien, no tenía que ser tan difícil.
Menos mal que tengo a Vincent a mi lado, me cogió de la mano, me llevó al jardín donde nuestra hija y sus dos amigas estaban jugando, apenas levantan un palmo del suelo, tienen toda la vida por delante para estar juntas, y yo sé cómo van a lograrlo.

En Navidad les regalaré una foto ampliada de la botella en la playa, para que les guste narraré una historia de aventuras relacionada con ella. Esa imagen les traerá suerte, como me la trajo a mí.






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