Maleficio - Marian Muñoz


                                         


Todo empezó con la maldición de aquella gitana, aunque de primeras ni me enteré. Regresando a casa de la discoteca con mis amigos, me hallaba tan absorto contemplando el cimbreante talle de Berta que sólo oí el griterío de todos. Ocurrió en un instante, y para cuando dirigí la mirada hacia aquella mujer, que apareció de quien sabe dónde, pensé que no debía ser tan vieja como aparentaba, aunque por lógica, vestida por completo de negro, cualquiera parecería mucho mayor. Con lo que sí me quedé fue con su cara, enmarcada por un pañuelo negro del que se escapaban unos rizos acaracolados del mismo color, su rostro de piel cetrina estaba iluminado por unos ojos enormes de un azul intenso, me chocó en una mujer de su raza.
Corrían despavoridos y tuve que esforzarme para seguirles, desconocía lo ocurrido, pero era evidente que algo les había asustado. Después me contaron que los muchachos habían contestado en malas formas a la vendedora de romero, una gitana con mal genio que no les aguantó las chanzas y les gritó el conjuro “Por mis muertos y los vuestros que no superareis la edad de Cristo”. Las chicas al oírlo se asustaron y comenzaron a correr, los chicos detrás, y yo para variar, el último.
Al día siguiente partí con Toni a la capital para el examen a notarías que estábamos preparando. Íbamos con dos semanas de antelación, para acudir a un curso intensivo y repaso de los temas. El alojamiento era en una pensión muy económica que la misma academia nos había buscado. Hacía allí partimos en el autocar de la tarde. Mientras viajábamos no paraba de pensar en Berta, en el movimiento de sus caderas caminando y en la sonrisa que me dedicaba en ocasiones. Aún no se había decantado por ninguno de nosotros, así que quien sabe que oportunidades tendría con ella, si saco las oposiciones le pediré que seamos novios, y cuando me den destino le pediré en matrimonio.
Iba ensimismado en estos pensamiento cuando decir a Toni, ¿Sabes, si apruebo las oposiciones le pido a Berta que sea mi novia?
¡Vaya hombre! Pero si Berta no te gusta y además creo que anda detrás de Poldo. Le contesté intentando desanimarle, pero él ni caso.
La pensión no estaba mal, ubicada en la primera planta de un edificio antiguo, las habitaciones eran grandes y con techos altos, sus paredes lucían un papel pintado de flores grandes que antaño debieron estar de moda pero ahora eran de todo menos elegantes. La dueña de la pensión nos daba un trato más bien maternal, seguro que estaba acostumbrada a tratar con opositores jóvenes como nosotros.
Toni enseguida empezó a planear una salida para irnos de juerga por la ciudad, le dije que no, estaba allí para preparar el examen, no tenía intención de dispersarme con tonterías y deseaba poder casarme con Berta, aunque ella aún no lo supiera.
Las mañanas las pasábamos en clase y las tardes estudiando en la habitación, al tercer día empecé a cansarme y bajamos un momento a la cafetería de enfrente para despejarnos. Pese a estar bastante concurrida el servicio fue rápido y el café bueno. Mientras charlábamos me dediqué a echar un vistazo por el local, al llegar a la barra no pude dejar de mirar hacia ella, la camarera, que con diligencia atendía a los clientes a la par que recogía o fregaba vasos y tazas. No le quitaba ojo y mi amigo lo notó.
-- ¿Te gusta esa chica? Me preguntó.
-- No qué va, es que se me parece a alguien.
No podía dejar de mirarla. Aún con tanta clientela ella se dio cuenta y el dueño también. Se acercó a mí en tono reprobatorio por incomodar a la pobre muchacha. E intenté disculparme como pude, diciéndole que me recordaba a alguien del pueblo. Le pedí permiso para hablar con ella en un momento más tranquilo. Lo sopesó como pensando la forma tan rara que tenía de ligar, pero al aparentar sinceridad, dio su visto bueno y me despedí hasta otro rato.
Toni se partió de la risa, y yo no paraba de preguntarle si no la había reconocido. ¡Anda ya! Tú estás pasado de tanto estudiar, me respondió.
En otro descanso de mis horas de estudio me acerqué a dicha cafetería, estaba más tranquila, y pude hablar con la camarera. No sabía muy bien como llevar a colación la idea que me daba vueltas en la cabeza, pero a pesar de ser una muchacha bien guapa, mi intención no era otra que saber si estaba emparentada con la mal encarada gitana que hacía unos días nos echó un maleficio. Era igualita a ella, pero en joven, su pelo negro con rizos suaves rodeaba su rostro de piel oscura, alumbrado éste por unos ojos azules como el cielo. Le hablé del encuentro que habíamos tenido mis amigos y yo allá en el pueblo, y como aquella gitana se parecía muchísimo a ella y tenía curiosidad por saber si eran familia.
Se puso muy contenta cuando le conté la historia, aunque sentía lo del maleficio, pero la alegría era porque su hermana mayor había desaparecido al querer sus padres casarla con el terrateniente del pueblo, hacía bastantes años, y no había vuelto a dar señales de vida. Me preguntó todos los detalles por ver si podía localizarla, y no tuve objeción alguna en dárselos.
Toni y yo hicimos el examen, aunque no me salió muy bien tenía esperanzas de aprobarlo, pero quien lo hizo fue Toni, tuvo más suerte que yo. En cuanto lo supo fue a hablar con Berta para declararle su amor, y por lo que supe más tarde, ella le rechazó.
Esperando que convocaran las siguientes oposiciones a notario, me presenté a las de procurador, las cuales aprobé, conseguí trabajar en dos bufetes de abogados y económicamente me fue bastante bien. Y sí, le pedí a Berta que saliéramos, y un año más tarde nos casamos.
Tengo ya treinta y cinco años y Berta los hará el año que viene, dos niños preciosos ocupan mi tiempo libre de orgulloso padre y algunas veces nos reunimos con nuestros amigos que también han superado, ya, la edad de Cristo.
Todo se arregló al participar en un juicio en la capital, me alojé como antaño en la discreta pensión. Aproveché para visitar a la camarera de la cafetería de enfrente quien me reconoció al instante, agradeciéndome la visita. Me contó que había contactado con su hermana gracias a mí y habían conseguido reencontrarse. Las dos estaban tan agradecidas que me dio el teléfono de la gitana, porque quería quitarnos el maleficio echado.
Por mi no hubiera hecho falta, pero ya se sabe, ¡las mujeres son de un superticioso!











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