Todo
empezó con la maldición de aquella gitana,
aunque de primeras ni me enteré. Regresando a casa de la discoteca
con mis amigos, me hallaba tan absorto contemplando el cimbreante
talle de Berta que sólo oí el griterío de todos. Ocurrió en un
instante, y para cuando dirigí la mirada hacia aquella mujer, que
apareció de quien sabe dónde, pensé que no debía ser tan vieja
como aparentaba, aunque por lógica, vestida por completo de negro,
cualquiera parecería mucho mayor. Con lo que sí me quedé fue con
su cara, enmarcada por un pañuelo negro del que se escapaban unos
rizos acaracolados del mismo color, su rostro de piel cetrina estaba
iluminado por unos ojos enormes de un azul intenso, me chocó en una
mujer de su raza.
Corrían
despavoridos y tuve que esforzarme para seguirles, desconocía lo
ocurrido, pero era evidente que algo les había asustado. Después
me contaron que los muchachos habían contestado en malas formas a la
vendedora de romero, una gitana con mal genio que no les aguantó las
chanzas y les gritó el conjuro “Por
mis muertos y los vuestros que no superareis la edad de Cristo”.
Las chicas al oírlo se asustaron y comenzaron a correr, los chicos
detrás, y yo para variar, el último.
Al
día siguiente partí con Toni a la capital para el examen a notarías
que estábamos preparando. Íbamos con dos semanas de antelación,
para acudir a un curso intensivo y repaso de los temas. El
alojamiento era en una pensión muy económica que la misma academia
nos había buscado. Hacía allí partimos en el autocar de la tarde.
Mientras viajábamos no paraba de pensar en Berta, en el movimiento
de sus caderas caminando y en la sonrisa que me dedicaba en
ocasiones. Aún no se había decantado por ninguno de nosotros, así
que quien sabe que oportunidades tendría con ella, si saco las
oposiciones le pediré que seamos novios, y cuando me den destino le
pediré en matrimonio.
Iba
ensimismado en estos pensamiento cuando decir a Toni, ¿Sabes, si
apruebo las oposiciones le pido a Berta que sea mi novia?
¡Vaya
hombre! Pero si Berta no te gusta y además creo que anda detrás de
Poldo. Le contesté intentando desanimarle, pero él ni caso.
La
pensión no estaba mal, ubicada en la primera planta de un edificio
antiguo, las habitaciones eran grandes y con techos altos, sus
paredes lucían un papel pintado de flores grandes que antaño
debieron estar de moda pero ahora eran de todo menos elegantes. La
dueña de la pensión nos daba un trato más bien maternal, seguro
que estaba acostumbrada a tratar con opositores jóvenes como
nosotros.
Toni
enseguida empezó a planear una salida para irnos de juerga por la
ciudad, le dije que no, estaba allí para preparar el examen, no
tenía intención de dispersarme con tonterías y deseaba poder
casarme con Berta, aunque ella aún no lo supiera.
Las
mañanas las pasábamos en clase y las tardes estudiando en la
habitación, al tercer día empecé a cansarme y bajamos un momento a
la cafetería de enfrente para despejarnos. Pese a estar bastante
concurrida el servicio fue rápido y el café bueno. Mientras
charlábamos me dediqué a echar un vistazo por el local, al llegar a
la barra no pude dejar de mirar hacia ella, la camarera, que con
diligencia atendía a los clientes a la par que recogía o fregaba
vasos y tazas. No le quitaba ojo y mi amigo lo notó.
--
¿Te gusta esa chica? Me preguntó.
--
No qué va, es que se me parece a alguien.
No
podía dejar de mirarla. Aún con tanta clientela ella se dio cuenta
y el dueño también. Se acercó a mí en tono reprobatorio por
incomodar a la pobre muchacha. E intenté disculparme como pude,
diciéndole que me recordaba a alguien del pueblo. Le pedí permiso
para hablar con ella en un momento más tranquilo. Lo sopesó como
pensando la forma tan rara que tenía de ligar, pero al aparentar
sinceridad, dio su visto bueno y me despedí hasta otro rato.
Toni
se partió de la risa, y yo no paraba de preguntarle si no la había
reconocido. ¡Anda ya! Tú estás pasado de tanto estudiar, me
respondió.
En
otro descanso de mis horas de estudio me acerqué a dicha cafetería,
estaba más tranquila, y pude hablar con la camarera. No sabía muy
bien como llevar a colación la idea que me daba vueltas en la
cabeza, pero a pesar de ser una muchacha bien guapa, mi intención no
era otra que saber si estaba emparentada con la mal encarada gitana
que hacía unos días nos echó un maleficio. Era igualita a ella,
pero en joven, su pelo negro con rizos suaves rodeaba su rostro de
piel oscura, alumbrado éste por unos ojos azules como el cielo. Le
hablé del encuentro que habíamos tenido mis amigos y yo allá en el
pueblo, y como aquella gitana se parecía muchísimo a ella y tenía
curiosidad por saber si eran familia.
Se
puso muy contenta cuando le conté la historia, aunque sentía lo del
maleficio, pero la alegría era porque su hermana mayor había
desaparecido al querer sus padres casarla con el terrateniente del
pueblo, hacía bastantes años, y no había vuelto a dar señales de
vida. Me preguntó todos los detalles por ver si podía localizarla,
y no tuve objeción alguna en dárselos.
Toni
y yo hicimos el examen, aunque no me salió muy bien tenía
esperanzas de aprobarlo, pero quien lo hizo fue Toni, tuvo más
suerte que yo. En cuanto lo supo fue a hablar con Berta para
declararle su amor, y por lo que supe más tarde, ella le rechazó.
Esperando
que convocaran las siguientes oposiciones a notario, me presenté a
las de procurador, las cuales aprobé, conseguí trabajar en dos
bufetes de abogados y económicamente me fue bastante bien. Y sí,
le pedí a Berta que saliéramos, y un año más tarde nos casamos.
Tengo
ya treinta y cinco años y Berta los hará el año que viene, dos
niños preciosos ocupan mi tiempo libre de orgulloso padre y algunas
veces nos reunimos con nuestros amigos que también han superado, ya,
la edad de Cristo.
Todo
se arregló al participar en un juicio en la capital, me alojé como
antaño en la discreta pensión. Aproveché para visitar a la
camarera de la cafetería de enfrente quien me reconoció al
instante, agradeciéndome la visita. Me contó que había contactado
con su hermana gracias a mí y habían conseguido reencontrarse. Las
dos estaban tan agradecidas que me dio el teléfono de la gitana,
porque quería quitarnos el maleficio echado.
Por
mi no hubiera hecho falta, pero ya se sabe, ¡las mujeres son de un
superticioso!
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