Perdidos en la montaña - Pilar Murillo


Todo empezó con la maldición de aquella gitana. Estoy segura que de no ser así ninguna desgracia nos habría pasado, pero estando en la feria de Málaga, una gitana se ofreció a leerme la mano y mi marido me dijo, “Eso es para sacarnos los cuartos, no le hagas caso, que tú eres muy tonta” así que le negué con la cabeza a la calé, entonces insistió en vendernos romero y mi marido le gritó. “Que nos dejes, ni romero ni nada” y la mujer nos miro de lado mascullando algo entre dientes que debió de ser una maldición, pues a partir de ahí todo fue un cúmulo de casualidades muy malas. Aunque lo peor fue al llegar al norte, en invierno. ¡Tres días perdidos en las montañas!. ¿alguien se lo puede tan solo imaginar? Pies con llagas, cara seca por la frialdad del viento. Hambre..., en fin un bonito panorama que ahora mismo voy a relatar…

El primer día todo bien, aunque por la noche acabamos la comida y a Carlos se le ocurrió sincerarse conmigo, al llegar a la ciudad tendríamos problemas con hacienda, tres años atrás estuvo sin declarar algún dinero que escabullía de alguna forma no muy legal. Yo no entendía nada y nunca me lo había contado hasta ahora, incluso había falsificado mi firma en alguna ocasión. No sé por qué sigo enamorada de este cabestro. El segundo día, caminando desfallecidos, sin provisiones, nos dimos cuenta de que estábamos andando en círculo. Carlos tropezó y se rompió un brazo. Se lo inmovilicé con unos palos, una cuerda y mi fular. Al escurecer encontramos una cabaña de pastor y nos metimos a pasar la noche. Nos despertó la voz de un hombre, aún no podíamos verlo porque había nevado tanto por la noche que la puerta estaba cubierta. Carlos y yo comenzamos a quitar nieve desde dentro y el hombre desde fuera. Era un pastor. En la calle seguía nevando e introdujo a tres corderillos y al perro. Luego nos escuchó la historia de nuestra entupida excursión y sacó de su zurrón un pan y medio queso que nos ofreció cortando trozos con su navaja. Carlos lo devoraba, en cambio a mi me resultaba más placentero saborearlo, también cortó un poco de cecina y yo ya sentía lo más parecido a un orgasmo. Bebimos vino de una bota y luego el pastor nos dijo que iba a estar todo el día nevando, que lo mejor era recoger troncos que había apilados tras la cabaña y encender un fuego para quitarnos el frio. Nos tranquilizó llenar el estomago y saber que no iba a estar cayendo nieve toda la vida. El señor nos llevaría al pueblo más cercano, aunque la verdad, yo recordando lo que me esperaba al llegar a la civilización, prefería ser pastora. Entonces recordé las palabras de la gitana. “Ay, ojalá se os hielen los genitales y sus lleve la guardia civil presos, pa que sepáis lo que es pasar hambre” Yo creo que aquella mujer en Málaga era la única con verdaderos poderes.

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