El primer día todo bien, aunque por la noche acabamos la comida y a
Carlos se le ocurrió sincerarse conmigo, al llegar a la ciudad
tendríamos problemas con hacienda, tres años atrás estuvo sin
declarar algún dinero que escabullía de alguna forma no muy legal.
Yo no entendía nada y nunca me lo había contado hasta ahora,
incluso había falsificado mi firma en alguna ocasión. No sé por
qué sigo enamorada de este cabestro. El segundo día, caminando
desfallecidos, sin provisiones, nos dimos cuenta de que estábamos
andando en círculo. Carlos tropezó y se rompió un brazo. Se lo
inmovilicé con unos palos, una cuerda y mi fular. Al escurecer
encontramos una cabaña de pastor y nos metimos a pasar la noche. Nos
despertó la voz de un hombre, aún no podíamos verlo porque había
nevado tanto por la noche que la puerta estaba cubierta. Carlos y yo
comenzamos a quitar nieve desde dentro y el hombre desde fuera. Era
un pastor. En la calle seguía nevando e introdujo a tres corderillos
y al perro. Luego nos escuchó la historia de nuestra entupida
excursión y sacó de su zurrón un pan y medio queso que nos ofreció
cortando trozos con su navaja. Carlos lo devoraba, en cambio a mi me
resultaba más placentero saborearlo, también cortó un poco de
cecina y yo ya sentía lo más parecido a un orgasmo.
Bebimos vino de una bota y luego el pastor nos dijo que iba a estar
todo el día nevando, que lo mejor era recoger troncos que había
apilados tras la cabaña y encender un fuego para quitarnos el frio.
Nos tranquilizó llenar el estomago y saber que no iba a estar
cayendo nieve toda la vida. El señor nos llevaría al pueblo más
cercano, aunque la verdad, yo recordando lo que me esperaba al llegar
a la civilización, prefería ser pastora. Entonces recordé las
palabras de la gitana. “Ay, ojalá se os hielen los genitales y sus
lleve la guardia civil presos, pa que sepáis lo que es pasar hambre”
Yo creo que aquella mujer en Málaga era la única con verdaderos
poderes.
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