El encantador Rinconada - Marian Muñoz

                                              


Cesáreo, hombre de edad madura, bizco y con gafas de culo de botella, casi calvo y corto de expresión, tenía, sin embargo, un encanto especial………….

¡Esto promete!, me dije nada más comenzar el libro que acababa de encontrar en la biblioteca municipal. Con este inicio no sé como terminará, pero se me hace rara la forma en que alguien define tan gráficamente un personaje justo al inicio de una obra.

Buscando, para un trabajo del instituto, entre los anales de nuestra pequeña ciudad, algún personaje que hubiera tenido relevancia en la misma. Gracias a la ayuda de la bibliotecaria, escogí a Don Cesáreo Castro, marqués de Rinconada, a quien debemos para mayor honor el nombre de mi Instituto. Nunca se me ocurrió pensar que el nombre de Rinconada dado al Centro de estudios podía deberse a un personaje, y menos que éste fuera marqués, bizco y con gafas de culo botella, tal y como lo describen.

Siempre había tenido la idea que lo de Rinconada era por la lejanía con el centro urbano, no por un apellido. Si el libro me resultaba interesante al inicio, ¿Qué no me depararía en las siguientes líneas?

El susodicho tenía un encanto especial, con mujeres y niños, pues era despreciado por su fisonomía entre sus coetáneos. Lejos de amilanarse por su falta de estética, era todo un galán chapado a la antigua, alegre y servicial, así como generoso a manos llenas. Siempre con un gesto de cariño o un pequeño detalle para los más pequeños, conquistándoles como narrador increíble de auténticas historias de aventuras de sus antepasados, porque él, debido a su deficiente visión, no había podido salir más allá de las lindes de su hacienda.

Galán consumado con las damas, quienes habían tenido algún desliz de alcoba en la oscuridad de la noche, no presumían de ello para no verse privadas de un nuevo encuentro, al ser un amante consumado, delicado hasta el éxtasis y generoso en los agradecimientos.

Era el tercer hijo del marqués, según dicen las malas lenguas, más hijo del párroco que de él, pero su padre legal se comportó con lealtad hacia su esposa, aceptándole y criándole como a uno más de su prole. Desde bien pequeño estaba más pendiente de lo que hacían los criados que lo que correspondía a un niño de alta cuna. Sus hermanos siempre se burlaron de él por su poca visión, por ello desde su tierna infancia tuvo que arreciar su carácter y hacer hincapié en aquello que podría agradar más a las mujeres, un buen chiste, un buen piropo o un buen regalo. Mientras ellos se convertían en sesudos hombres de negocios, él se orientó hacia la naturaleza, siendo un estudioso de las aves canoras, reptiles y coleópteros. Ésta última afición fue la que le deparó pingües beneficios, al conseguir una gran colección y negociar con especímenes raros que sólo se daban en las fincas de su padre.

Su vida transcurrió sin sobresaltos, hasta que debido a la edad, sus padres fallecieron, los hermanos querían vender la finca de la que no había salido nunca, debido a que sus dispendios en el mundo de los negocios les había abocado a la bancarrota. Pero no lograron hacerlo, pues murieron mientras lo intentaban.
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Por esa razón se encontró con un título de marqués, una hacienda completamente suya, y cuantiosos ingresos por sus aficiones.
Pero estaba sólo, con sus lacayos y sirvientes, a los que trataba con cortesía y generosidad, pero que no eran amigos. Y tenía muchas horas al día para pasear, pensar y cavilar sobre quien le iba a heredar.

Sus correrías amorosas debían ser nocturnas, porque era consciente que sus amantes no soportarían con demasiado agrado su presencia. Ya se sabe, de noche todos los gatos son pardos. Además por aquel entonces, la sociedad puritana dictaba como norma que lo que se hacía en la alcoba debía ser a oscuras, para no permitir que el diablo viera alegría alguna, y eso a él le venía de perlas.

Su haya le había iniciado desde bien pequeño en los protocolos amatorios, a ser melindroso al principio y fogoso en el culmen, con un final tierno y delicado para dejar buen recuerdo.
Sus noches ardientes transcurrían en un piso de la ciudad, donde disponía de un fiel mayordomo que le proveía de amantes, quienes tras la primera noche caían rendidas a sus encantos.

Corría el año 1900 cuando en la pequeña ciudad hubo una veintena de nacimientos, nada de mayor relevancia, si no fuera porque los bebés se parecían mucho unos a otros, los recién nacidos casi todos los son, pero al ir creciendo, sus similitudes eran mayores. Todos veían mal, y tuvieron que ponerse gafas desde bien jovencitos, la mitad bizcos, y la otra mitad con el pelo muy ralo, sus narices eran prominentes y su talla más bien baja. Algunos con hermanos a los que ni en pintura se parecían, sus madres achacaron el problema al agua. Algún producto habían echado en la canalización, y preocupadas se dirigieron al Ayuntamiento a denunciarlo para que se hicieran cargo del desaguisado cometido. En el consistorio las echaron con cajas destempladas porque, a las claras se veía, que aquellos infantes eran la fiel estampa del marqués de Rinconada, así que a disimular a otra parte, les decían. Ellas eran sinceras, pues al marqués no lo habían visto en su vida, a pesar de haber yacido en su alcoba.

Los niños en cuestión, comenzaron bien pronto a tener problemas de relación con sus hermanos y vecinos, llegando esto a oídos de Don Cesáreo, quien sabiéndose autor de tamaño desaguisado y orgulloso de su prole, decidió construir un centro de estudios para ellos, donde contrataría a los mejores profesores y maestros para instruirlos.
De aquel centro salieron famosos investigadores, filósofos, escritores, y tres llegaron a ser ministros de Gobierno. Un centro puntero en educación y adelantos tecnológicos, al que apoyó hasta el fin de sus días, dejando toda su herencia para el mantenimiento del centro de estudios, al que pusieron, tras su muerte, el nombre de su creador y benefactor.

En la actualidad es mi Instituto, donde curso mis estudios y donde transcurren mis días de instrucción. A pesar de los años, el centro sigue con su premisa de sólo atender a gente como yo, bizca, con gafas de culo de botella, casi calva y corta de expresión, pero tengo un encanto especial que un día de estos, en la intimidad de la noche, si queréis os lo enseño.










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