Cesáreo, hombre de edad madura, bizco y con gafas de culo de
botella, casi calvo y corto de expresión, tenía, sin embargo, un
encanto especial………….
¡Esto promete!, me dije nada más comenzar el libro que acababa de
encontrar en la biblioteca municipal. Con este inicio no sé como
terminará, pero se me hace rara la forma en que alguien define tan
gráficamente un personaje justo al inicio de una obra.
Buscando, para un trabajo del instituto, entre los anales de nuestra
pequeña ciudad, algún personaje que hubiera tenido relevancia en la
misma. Gracias a la ayuda de la bibliotecaria, escogí a Don Cesáreo
Castro, marqués de Rinconada, a quien debemos para mayor honor el
nombre de mi Instituto. Nunca se me ocurrió pensar que el nombre de
Rinconada dado al Centro de estudios podía deberse a un personaje, y
menos que éste fuera marqués, bizco y con gafas de culo botella,
tal y como lo describen.
Siempre había tenido la idea que lo de Rinconada era por la lejanía
con el centro urbano, no por un apellido. Si el libro me resultaba
interesante al inicio, ¿Qué no me depararía en las siguientes
líneas?
El susodicho tenía un encanto especial, con mujeres y niños, pues
era despreciado por su fisonomía entre sus coetáneos. Lejos de
amilanarse por su falta de estética, era todo un galán chapado a la
antigua, alegre y servicial, así como generoso a manos llenas.
Siempre con un gesto de cariño o un pequeño detalle para los más
pequeños, conquistándoles como narrador increíble de auténticas
historias de aventuras de sus antepasados, porque él, debido a su
deficiente visión, no había podido salir más allá de las lindes
de su hacienda.
Galán consumado con las damas, quienes habían tenido algún desliz
de alcoba en la oscuridad de la noche, no presumían de ello para no
verse privadas de un nuevo encuentro, al ser un amante consumado,
delicado hasta el éxtasis y generoso en los agradecimientos.
Era el tercer hijo del marqués, según dicen las malas lenguas, más
hijo del párroco que de él, pero su padre legal se comportó con
lealtad hacia su esposa, aceptándole y criándole como a uno más de
su prole. Desde bien pequeño estaba más pendiente de lo que hacían
los criados que lo que correspondía a un niño de alta cuna. Sus
hermanos siempre se burlaron de él por su poca visión, por ello
desde su tierna infancia tuvo que arreciar su carácter y hacer
hincapié en aquello que podría agradar más a las mujeres, un buen
chiste, un buen piropo o un buen regalo. Mientras ellos se
convertían en sesudos hombres de negocios, él se orientó hacia la
naturaleza, siendo un estudioso de las aves canoras, reptiles y
coleópteros. Ésta última afición fue la que le deparó pingües
beneficios, al conseguir una gran colección y negociar con
especímenes raros que sólo se daban en las fincas de su padre.
Su vida transcurrió sin sobresaltos, hasta que debido a la edad, sus
padres fallecieron, los hermanos querían vender la finca de la que
no había salido nunca, debido a que sus dispendios en el mundo de
los negocios les había abocado a la bancarrota. Pero no lograron
hacerlo, pues murieron mientras lo intentaban.
.
Por esa razón se encontró con un título de marqués, una hacienda
completamente suya, y cuantiosos ingresos por sus aficiones.
Pero estaba sólo, con sus lacayos y sirvientes, a los que trataba
con cortesía y generosidad, pero que no eran amigos. Y tenía
muchas horas al día para pasear, pensar y cavilar sobre quien le iba
a heredar.
Sus correrías amorosas debían ser nocturnas, porque era consciente
que sus amantes no soportarían con demasiado agrado su presencia.
Ya se sabe, de noche todos los gatos son pardos. Además por aquel
entonces, la sociedad puritana dictaba como norma que lo que se
hacía en la alcoba debía ser a oscuras, para no permitir que el
diablo viera alegría alguna, y eso a él le venía de perlas.
Su haya le había iniciado desde bien pequeño en los protocolos
amatorios, a ser melindroso al principio y fogoso en el culmen, con
un final tierno y delicado para dejar buen recuerdo.
Sus noches ardientes transcurrían en un piso de la ciudad, donde
disponía de un fiel mayordomo que le proveía de amantes, quienes
tras la primera noche caían rendidas a sus encantos.
Corría el año 1900 cuando en la pequeña ciudad hubo una veintena
de nacimientos, nada de mayor relevancia, si no fuera porque los
bebés se parecían mucho unos a otros, los recién nacidos casi
todos los son, pero al ir creciendo, sus similitudes eran mayores.
Todos veían mal, y tuvieron que ponerse gafas desde bien jovencitos,
la mitad bizcos, y la otra mitad con el pelo muy ralo, sus narices
eran prominentes y su talla más bien baja. Algunos con hermanos a
los que ni en pintura se parecían, sus madres achacaron el problema
al agua. Algún producto habían echado en la canalización, y
preocupadas se dirigieron al Ayuntamiento a denunciarlo para que se
hicieran cargo del desaguisado cometido. En el consistorio las
echaron con cajas destempladas porque, a las claras se veía, que
aquellos infantes eran la fiel estampa del marqués de Rinconada, así
que a disimular a otra parte, les decían. Ellas eran sinceras, pues
al marqués no lo habían visto en su vida, a pesar de haber yacido
en su alcoba.
Los niños en cuestión, comenzaron bien pronto a tener problemas de
relación con sus hermanos y vecinos, llegando esto a oídos de Don
Cesáreo, quien sabiéndose autor de tamaño desaguisado y orgulloso
de su prole, decidió construir un centro de estudios para ellos,
donde contrataría a los mejores profesores y maestros para
instruirlos.
De aquel centro salieron famosos investigadores, filósofos,
escritores, y tres llegaron a ser ministros de Gobierno. Un centro
puntero en educación y adelantos tecnológicos, al que apoyó hasta
el fin de sus días, dejando toda su herencia para el mantenimiento
del centro de estudios, al que pusieron, tras su muerte, el nombre
de su creador y benefactor.
En la actualidad es mi Instituto, donde curso mis estudios y donde
transcurren mis días de instrucción. A pesar de los años, el
centro sigue con su premisa de sólo atender a gente como yo, bizca,
con gafas de culo de botella, casi calva y corta de expresión, pero
tengo un encanto especial que un día de estos, en la intimidad de la
noche, si queréis os lo enseño.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario