Cesáreo,
hombre de edad madura, bizco y con gafas de culo de botella, casi
calvo y corto de expresión, tenía, sin embargo, un encanto
especial.
Yo lo conocí de una forma trasnochada, mientras intentaba ahogar mis
penas con unos cuantos.. ron con cola, el cubalibre de toda mi
historia existencial. Había quedado sola, mi amiga se acababa de ir
sin mi porque soy muy cabezota. Generalmente, cuando me emborracho,
lo soy el doble, así que ella dejó por imposible lo de convencerme
para coger un taxi y mandarme para casa. Me mandó verbalmente a otro
lado que no voy a reproducir y se fue. Allí me quedé en una de las
terrazas de la plaza Santa Ana, frente al teatro Español, unicamente
acompañada por mi cubata y mi autocompasión.
Esas ideas absurdas autodestructivas sobre mi edad y mi vida hasta
entonces. Como si fuese un examen de conciencia pero en plan negativo
o lo que una se plantea cuando se es actriz y tiene que dar vida a un
personaje. “¿Quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy?.
Los cuarenta no son tantos pero sí los suficientes para saber qué
se quiere en la vida y decidirse por un camino o una meta. Ser
consecuente con la vida que uno se ha forjado.
Ya había probado de casi todo y en esos momentos si me fulminase un
rayo, me habría ido en plenitud.
Mientras estaba absorta en estas cosas mías tan profundas me
apeteció fumar y saco mi cajetilla de Mallboro y rebusco en mi
gran bolso un puñetero mechero, que debía estar por ahí pero no lo
hallaba. Como un albañil con el pitillo entre los labios,
cabreandome con el desaparecido encendedor, alguien con una voz
varonil, de esas que son tan bonitas y vocalizadas a la perfección
se acerca desde la mesa de al lado, mechero en mano. Era Cesáreo. Yo
no acertaba a verlo muy claramente, bueno claramente en la vida lo
vería,porque él tampoco es que fuese muy claro, más bien tirando a
cobre, vamos, un africano que desde niño vivía en Madrid. Me
preguntó si podía sentarse a mi lado, ya que los dos estábamos
solos. Si no estuviese borracha, es probable que le hubiese dicho que
no, lo habría visto con nitidez y... yo, como todo el mundo, en lo
primero que me fijo, es en el físico.
Se sentó y comenzamos a hablar de diversos temas acabando por tocar
los más tórridos. Cesáreo me pone la mano en el muslo, por encima
de mi falda, yo inclino la mirada hacia mi pierna pero se me va la
vista inevitablemente para su entrepierna, donde bajo sus vaqueros
ajustados se le adivinaba una gran herramienta sexual. De pronto
pensé que el rayo debía esperar en fulminarme, nunca había estado
con un negro en la cama y me estaba dando un morbazo enorme. Me dejé
llevar por su seducción y lo invité a mi apartamento a tomar una
última copa.
Mientras íbamos en taxi a mi morada, yo no apartaba mi vista de su
paquete, lo hacía con disimulo, pero era peor mirarle a la cara.
Ya en mi casa, abro, y lo invito a pasar, cuando yo entro y cierro la
puerta él me agarra con pasión y me pone de espaldas a la pared, a
la vez que su cuerpo se ajusta al mío y a mi boca. El mejor beso de
toda mi vida, con aquellos labios gruesos y una lengua juguetona que
ya podía imaginar qué mas cosas sabía hacer aquella lengua tan
experta. Me fue desnudando paso a paso, antes de llevarlo a mi cama,
la excitación estaba al máximo. Me tiró sobre el lecho y se quitó
pantalones y gaymbos a la vez, dejando al descubierto algo que me
noqueó los sentidos. Aquello más que un miembro viril era un
mástil. Me abrió de piernas y comenzó a probar de mi manjar, hasta
que ya no podía más y deseaba estar insertada en el mástil, ser su
bandera y ondear durante un buen rato sobre las blancas sabanas de mi
cama.
Me volví loca llegando al clímax más excitante que jamas habría
imaginado. Me sentía viva y tenía ganas de continuar. Estuvimos
horas... no sé si decir amándonos, porque no lo conocía, aquello
tampoco era follar, era sexo del bueno, del que si lo pruebas te
engancha y quieres repetir siempre. Me quedé dormida.
Pasadas las horas una canción de Amaral me despierta, era mi móvil.
Mi amiga me preguntaba si estaba bien y yo antes de contestar miré a
mi lado, y luego alrededor y por el suelo. Estaba sola, entonces le
contesto a mi amiga: “ Joder tía he soñado que me follaba un
negro feisimo, pero que su encanto especial lo tenía en el mango.
Pedazo de instrumento, qué sueño tan genial”. Al despedirme de mi
amiga, Cesáreo hace acto de presencia en la puerta de mi habitación
con una bandeja en las manos, desnudo completamente y me dice: “No
fue un sueño, mi amor” Me quedé con la boca más abierta que
nunca, podéis imaginar lo que sucedió a continuación.
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