Todos somos esclavos - Gloria Losada





 Relato inspirado en el título

Llovía y yo no tenía ganas de vagar por la calle. Últimamente no hacía mucho más que eso, vagar por la calle y ver la vida pasar. Con todo perdido, sin nada que esperar... pues eso, para qué voy a entrar en detalles. Me había acostumbrado a esa forma de vida. Mis padres me ayudaban en lo que podían y yo prefería no pensar y conformarme con el destino que me había tocado. Seguramente mi actitud pasiva no era la más correcta, pero era la que yo había decidido para evitar entrar en una depresión que me abocara a un pozo sin fondo. No sé si era feliz o no, en todo caso existía, que ya era mucho.
Pero aquella tarde estaba cansado y no me apetecía caminar y encima empezó a diluviar. Pasé por delante de un local, era un teatro o algo así, y un letrero en la puerta invitaba a entrar en una conferencia sobre la esclavitud que impartía una señora de nombre impronunciable. No es que me interese mucho el tema. Confieso que cuando leí eso de esclavitud pensé en Raíces, aquella serie de televisión que echaban cuando yo era pequeño, en la que salía Kunta Kinte, el negro esclavo; y el Masa Moore, que era un cabrón de tres pares de narices. Me gustó aquel recuerdo y empujado por él y por la lluvia entré a la conferencia. Ya había comenzado, así que me senté discretamente en una esquina apartada y me dispuse a escuchar. No era lo que yo pensaba. La mujer que hablaba no se refería a los esclavos negros, ni a ningún cautivo sometido al dominio de algún mandatario desaprensivo. La mujer que hablaba se refería a las esclavitudes del siglo XXI, esas que padecemos todos aunque no nos demos cuenta. Somos esclavos del dinero, de la familia, de las pasiones y no sé qué, no sé cuánto. No me gustaba el tema y me salí enseguida. Cuando lo hice había parado de llover y me dirigí al parque del Retiro a dar mi acostumbrado paseo vespertino. Mientras caminaba se me venían a la mente las escasas palabras que le había escuchado a la conferenciante. No sé si tendrían razón. Afortunadamente yo no era esclavo de nada. No tenía dinero, no tenía casa, mi familia me dejaba vivir a mi aire, tampoco tenía pasiones.... bueno a lo mejor sí que era esclavo de algo, sí, de ella, de sus ojos verdes y de su pelo moreno y rizado que le caía en cascada por la espalda. La veía todas las mañanas en la parada del bus que hay al lado de casa de mis padres. Yo me sentaba en el banco de en frente para poder observarla bien. Llegaba siempre a la misma hora, con sus libros en el brazo, y tomaba el autobús número veintiuno, el que iba a la ciudad universitaria. Era consciente de que era sólo un sueño, de que ella y yo nunca podríamos llegar a nada, pero me daba igual, me conformaba con mirarla desde mi rincón, sólo con eso ya era feliz, y esa felicidad es también esclavitud, pues vale, entonces también era esclavo.
Un día me cansé de mirarla nada más y quise darle una sorpresa. Me levanté bien temprano por la mañana y empapelé la marquesina con un enorme cartel en el que había escrito todo lo que sentía por ella. No, no era una declaración de amor en toda regla, nunca me hubiera atrevido, era sólo sentimiento escrito, de alguien anónimo, a otro alguien anónimo. Sólo yo sabía la identidad de la pareja. Le decía que me gustaba mucho, que me gustaban sus rizos morenos y sus ojos verdes de gitana, que me gustaba imaginar cómo sería su vida, levantarse por las mañanas, ir a la universidad, volver a casa, estudiar, así día tras día hasta que llegaba el fin de semana. Entonces se divertiría, saldría de noche, a la discoteca o al cine... tal vez tendría novio, aunque yo esperaba que no, aunque fuera consciente de que nuestra historia nunca podría llegar a ser una verdadera historia me ponía un poco celoso que pudiera haber otro.
También le puse que todo aquello lo hacía con la simple intención de hacerla un poco feliz. Que seguramente ya lo fuera, no digo yo que no, pero no sé, supongo que llegar por la mañana a la parada del bus y encontrarte con algo así te tiene que aumentar un tanto tu dosis de felicidad diaria.
Terminaba diciéndole que me sentía esclavo de sus ojos. Eso igual me quedó un poco cursi, pero es que me acordé de la conferencia de marras y yo, que no me considero esclavo de nada, quise sentirme un poco así, y que mejor serlo de su mirada.
Cuando llegó a la parada yo estaba allí, disimulando, como si fuera a tomar el bus también. La gente que había llegado antes había ido leyendo el cartel en silencio, y se miraban unos a otros. Ella también lo hizo, leer digo, y yo creo que supo que iba dirigido a ella, de hecho allí no había otra chica con ojos verdes y melena morena y rizada. Se tapó la cara con la bufanda, me parece que para disimular su turbación y yo me sentí orgulloso de haber llegado a alguna parte de ella, no creo que a su corazón, pero sí a su cerebro.
Al principio nadie decía nada. Después murmuraban entre ellos hasta que ella dijo:
-Pobre muchacho, mira que sentirse esclavo de unos ojos....
No supe discernir si lo decía con pena o con cierto aire de burla, preferí pensar que lo primero. Luego alguien repuso:
-Todos somos esclavos de algo.
Luego vino el bus y todos se subieron, menos yo, que no soy esclavo de nada, bueno... de sus ojos, por ser de algo.







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