Mi prima Eudoxia
es horrible, cosa incomprensible si tenemos en cuenta a sus
progenitores. Su madre, una cubana de piel canela y ojos negros como
el carbón, había sido reina de la belleza allá en La Habana en los
tiempos de Mari Castaña, y su padre, a la postre hermano del mío,
conservó siempre, a pesar de los años, la belleza serena y elegante
que había gozado en su juventud y que había hecho que las
jovencitas del pueblo perdieran la cabeza por él. Pero Eudoxia salió
fea, muy fea. La abuela decía que a saber quién sería el padre,
que las cubanas ya se sabe, son ligeras de cascos. Tonterías de
vieja, por supuesto. Seguramente algún antepasado desconocido con
genes dominantes había tenido la osadía de trasmitirselos a la
pobre chica a través de sus padres y le había hecho la puñeta,
vaya que sí. Para colmo de males, aquel nombre no acompañaba nada.
A lo mejor si se hubiera llamado Lucía, o Noelia, o algún nombre
así, suave, que denotara dulzura... pero no, Eudoxia, como la
bisabuela de su madre, tóquense las narices.
Eudoxia era
demasiado alta, medía uno ochenta y cinco; demasiado delgada, pesaba
cincuenta y siete kilos; tenía el pelo de color indefinido y
estropajoso recogido siempre en una coleta que parecía el rabo de un
conejo; las orejas de soplillo, los ojos demasiado juntos, estrábicos
y miopes coronando una nariz que más bien parecía el pico de un
loro; los labios finos y unos dientes prominentes que le impedían
mantener la boca cerrada. Además no se destacaba precisamente por su
simpatía ni por su elegancia, vamos, que no había por dónde
cogerla a la pobre.
No era mala
persona, pero se encontraba enormemente acomplejada por su aspecto y
su carácter era más bien hosco, detalle que le cerraba muchas
puertas, entre otras las laborales, pues aunque había estudiado
económicas en la universidad, no había conseguido encontrar un
trabajo.
Cuando sus
padres fallecieron le dejaron en herencia una enorme mansión y unas
cuantas tierras, pero nada de dinero y a mi prima se le presentó un
problema de cuidado, puesto que al carecer de medios económicos para
pagar los impuestos correspondientes se iba a tener que ver obligada
a renunciar a la herencia. Toda la familia se volcó con ella e
intentamos ayudarla, pero la cantidad de dinero era demasiado alta
para poder reunirla y fue entonces cuando anunciaron por la
televisión aquel concurso. El más feo ganaría un premio de cien
mil euros. No leí ni me informé de nada más. Se lo dije a ella,
sin sutilezas ni nada, que era horrible estaba a la vista y ella lo
sabía, y si su fealdad le servía para solucionar su problema, pues
que vivan los feos.
Nos apuntamos al
concurso y unas semanas después la llamaron para el casting. Yo la
acompañé al lugar señalado, un hotel en pleno centro de la
capital, el cual, cuando llegamos se encontraba repleto de hombres y
mujeres guapos, muy guapos. Me pregunté si nos nos habríamos
equivocado de lugar y me acerqué a una muchacha que andaba por allí
y que parecía dirigir todo aquel cotarro. Le di el nombre de mi
nombre y me indicó que sí, que efectivamente estaba seleccionada
para el casting.
-Tienes que
esperar ahí – me dijo, señalando la sala repleta de gente guapa.
-Bueno, pero yo
no soy, es mi prima – le dije señalando a Eudoxia, que estaba a mi
lado.
La chica se la
quedó mirando durante un buen rato. Después me miró a mí y me
dijo muy seria:
-Ella no puede
concursar. Ella ya es fea.
Yo no entendía
nada. Si era un concurso de feos.... le pedí a la muchacha que me
explicara lo que ocurría y lo hizo muy amablemente.
-Se trata de
elegir a diez personas guapas y durante dos meses tienen que hacer
todo lo posible para volverse feas. Quién más feo se ponga, gana
los cien mil euros. Esta chica no es guapa, vamos, yo creo que más
fea no puede ponerse ya, jugaría con desventaja. Tú sí podrías
concursar.
O sea que yo no
había entendido bien de qué iba la mecánica del concurso, y ahora
que sí la entendía no sabía yo si me apetecía continuar con
aquello. Porque claro, ponerme fea.... no es que me considerase mis
universo, pero hacerle competencia a Eudoxia....
Miré a mi prima.
La pobre estaba a punto de echarse a llorar. Una vez más la posible
solución a sus problemas se esfumaba. Me dio tanta pena que no me lo
pensé demasiado. Hala, de cabeza al concurso de marras.
Me cogieron y
durante dos meses, ayudada por un asesor personal hice de todo con mi
físico. Cada semana acudíamos al plató para comprobar nuestros
logros. Cada vez que me miraba al espejo me entraban ganas de llorar,
pero me acordaba de Charlize Terón, mi ideal de belleza femenina, en
la película Monster y eso me daba ánimos a mí misma. Engordé
quince kilos, me corté el pelo a trasquilones y me lo dejé de
lavar, me colocaron unas prótesis dentales que me hacían parecer un
caballo, tomé hormonas para que me creciera una ligera barba y me
pusieron no sé de qué manera una nariz porcina .... en fin, lo
dicho, que me miraba al espejo y apartaba la vista hacia el techo.
Como no ganara el maldito concurso me iba a quedar con un depresión
de por vida, a pesar de que todo aquello era reversible, por
supuesto, condición sine quanon para poder concursar.
Mi principal rival
fue un muchacho que el primer día estaba como un queso y la semana
que apareció con los ojos torcidos, mirando uno para Pinto y otro
para Valdemoro, que no sé cómo demonios pudieron hacerle aquello,
le quedó una cara de murciélago tan siniestra que me vi perdida.
Pero finalmente la suerte se puso de mi lado y gané los cien mil
euros. A mi prima Eudoxia le regalé el dinero justo para pagar sus
impuestos, el resto me lo quedé yo, que me lo merecía, y arreglé
todos mis desaguisados. Aún así me sobró algo de dinero, y como en
el fondo soy buena persona, lo invertí en reparar en la medida de lo
posible, los desaguisados que la caprichosa naturaleza había hecho
con mi prima. Ahora, con una nariz nueva, sin gafas y con una buena
prótesis dental, se le ha suavizado el carácter, se le han quitado
los complejos, y ha conseguido encontrar un trabajo. Todos felices.
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