Mari Pili era una
muchacha con grandes aspiraciones, pero un poco torpe. Había ido a
la escuela lo justo y aprendió a leer y escribir con mucho esfuerzo.
Le gustaba la moda y seguía todas las tendencias en las revistas que
miraba en la peluquería y en las redes sociales. Desde bien pequeña
quería ser diseñadora y soñaba con ver desfilar sus modelos en
las grandes pasarelas. Sus padres, conscientes de que su hija era un
poco corta, le decían a todo que sí y alimentaban sus ensoñaciones
por no quebrar las ilusiones de la pequeña, pensando que ya tendría
tiempo de darse cuenta de que no podía dedicarse a mucho más que a
las tareas domésticas, craso error, pues Mari Pili era torpe pero
muy insistente y si algo se le metía en la cabeza era más terca que
un carnero. Para colmo de males en la casa siempre había flotado la
presencia casi fantasmal de su tía Marujita, la cual había
conseguido ser una peluquera de renombre mediante el aprendizaje
autodidacta y ayudada un poco por la suerte, suerte que, sin duda
alguna, acompañaría también a Mari Pili, según ella misma
pensaba, en cualquier proyecto que se propusiera iniciar.
Cuando terminó
la EGB, a la no despreciable edad de diecisiete años cumplidos, Mari
Pili comunicó a sus padres la decisión de comenzar su carrera de
diseño de moda, cosa harto imposible pues para ello tendría que
haber obtenido el título de bachiller. Cuando su madre le hizo ver
tal detalle, ella se quedó pensativa durante unos segundos, al cabo
de los cuales encontró la solución a su problema.
-Si tu hermana
Marujita consiguió ser peluquera por sí misma, yo conseguiré ser
diseñadora por mí misma. Me compraré una enciclopedia y asunto
resuelto.
Le pareció bien
a su madre semejante idea. Era lo mejor para tener a Mari Pili
entretenida hasta que algún caballero de buen ver y con posibles se
decidiera a convertirla en su esposa, único papel que ejercería a
la perfección.
Compró la
enciclopedia por correspondencia y con ella se encerró en su cuarto,
en el que permaneció recluida durante un año entero sin salir más
que para comer y darse una ducha una vez por semana. Al cabo de ese
tiempo, un buen día hizo su aparición en la cocina mientras sus
padres comían y dijo:
-Voy a montar un
boutique. Después de estudiar a fondo todas las posibilidades he
llegado a la conclusión de que mi mejor aportación al mundo de la
moda es siendo modista y vendiendo mi propia ropa en una boutique.
Ser diseñadora me queda grande, lo he intentado sobre el papel y
solo conseguía dibujar monigotes de mierda, pero coser se me da
mucho mejor.
-¿Y cómo lo
sabes, si jamás has cosido a máquina? - le preguntó su padre.
Mari Pili soltó
una sonora carcajada, como si la pregunta de su padre fuera la
pregunta de un imbécil y luego le contestó con condescendencia.
-Pero papá,
¿para qué te crees que me he pasado un año estudiando la
enciclopedia? Ahora es cuando me habéis de comprar la máquina de
coser y alquilar un bajo para la tienda y todo eso. Hala, ya podéis
espabilar que no me voy a pasar toda la vida esperando.
Mientras sus
padres cumplían sus caprichos con la esperanza de que solo fueran
eso, caprichos, y así no tener que pagar el alquiler del bajo más
de dos o tres meses e incluso poder devolver la máquina de coser,
Mari Pili comenzó su labor de modista a mano, que también así se
podían hacer cosas aunque fuera con más lentitud. Confeccionó
siete vestidos para la Nancy y un traje masculino para un enano. Ni
que decir tiene que daba pena verlos. No se sabían cuáles eran las
mangas o las perneras del pantalón, el dobladillo no mantenía la
rectitud adecuada y las telas eran de estampados feos y de tacto
tosco. Su madre, que ya se imaginaba algo así, intentó hacerla
desistir de sus intenciones, mas al ver, no solo que no se daba
cuenta de sus errores, sino que además se ponía agresiva antes las
críticas, desistió de sus intenciones y decidió dejar que fuera
ella misma la que cayera del burro.
El día en que se
abrió al público Mari Pili Boutique fue un día grande y especial.
La chica encargó un ágape a la tienda del señor Regino, que no
tenía ni idea de lo que era un ágape y que le mandó dos docenas de
empanadillas congeladas que se le habían quemado al freírse y dos
kilos y medio de embutido rancio. Ella iba vestida con un modelo de
fabricación propia de lo más original, por llamarle de alguna
manera, le habían quedado las mangas una más corta que la otra y
una más apretada que la otra y el escote medio flojo le permitía
lucir sus tetas enormes y misteriosamente sugerentes, embutidas en un
sujetador, también de fabricación propia, hecho con la tela de las
cortinas que su madre había retirado del salón el mes anterior. Y
es que a Mari Pili le encantaba todo lo vintage. El caso es que aquel
día ni Dios entró en la tienda, ni al otro, ni al otro más,
aunque para hacer justicia hay que decir que el escaparate era en el
que más gente se paraba de toda la ciudad y no era de extrañar,
dados los raros modelitos que lucían aquellos maniquíes
esperpénticos, hechos también, como no, por la propia Mari Pili.
Así fueron
pasando las semanas y cuando ya casi estaba a punto de echar el
cierre al negocio, acuciada por sus padres, su suerte cambió de un
día para otro, cuando entró e la boutique María Eduarda Torres y
Sarmiento de Espinosa, la hija rebelde de la Baronesa de Campollano,
que se enamoró de los modelos de Mari Pili, admirándolos de forma
desmesurada y tachándolos de diferentes, rompedores, geniales y no
sé cuántas cosas más.
-Me encantan
estas líneas tan..... eh... desiguales – dijo María Eduarda
completamente entusiasmada.
Sí desde luego
desiguales sí que eran, no había mangas, ni perneras, ni bajos de
vestidos o faldas, que tuvieran la misma medida por un lado y por el
otro, y eso, que todos veían como un defecto comenzó a verse como
un signo de identidad de Mari Pili Boutique. Todo el mundo quería
llevar esa desigualdad de formas, tales irregularidades en los
diseños y en las medidas se convirtieron de la noche a la mañana en
símbolo del modernismo más actual, más rabioso. Todo el mundo
quería una pernera del pantalón por el tobillo y otra por la
rodilla. El éxito y el trabajo llenaron la vida y los días de Mari
Pili, que se vio tan desbordada que la frase que más decía a lo
largo del día llegó a ser: vuelva el jueves y le corto la otra.
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