Desde
pequeño siempre fui un bicho raro. Compañeros, profesores, incluso
hasta mis padres, no eran capaces de entenderme. Fui un alumno
aventajado. Las explicaciones de clase me resultaban insuficientes y
pasaban largas horas consultando enciclopedias y ampliando
información. Como no tenía amigos, me convertí en una rata de
biblioteca.
Siempre
lo cuestionaba todo, normas establecidas, convencionalismos sociales,
imposiciones, horarios. Mi frase favorita era: "Pues no entiendo
porqué, explícamelo". Jamás soporte las mentiras, el
escaqueo, ni la falta de profesionalidad. La irascibilidad que me
provocaban, me ha causado verdaderos problemas, incluso alguna que
otra noche en el calabozo. A nadie le extrañó que me hiciese
ornitólogo. Sentía verdadera admiración y pasión por los pájaros.
He llegado a pasarme semanas enteras, en refugios de montaña,
observándolos. En el fondo los envidiaba, cuando algo no les
gustaba, simplemente levantaban el vuelo y se iban. ¡Ojalá yo
pudiera hacer lo mismo!
Puede
que fuera por desear volar tan intensamente, o por alguna maldición
de la que fui objeto, pero me empezaron a salir dos bultos en la
espalda. "Me están creciendo alas", le dije frívolamente
al médico. Fue el comienzo de mi calvario, de una larga batería de
pruebas y análisis para saber qué era aquello. Cada vez que iba al
hospital terminaba igual. Bronca con los celadores, o con las
enfermeras, o con el médico, o con los de administración. Siempre
había algún problema, siempre fallaba algo, y siempre este
endiablado carácter, me hacía enfrentarme, con acritud, a todos
ellos.
Fueron
diez meses de agonía, pero por fin había llegado el día de la
operación. Al final, resultaron ser unas protuberancias benignas,
que se extirpaban con cirugía ambulatoria. Ese día la espera se me
hizo insoportable, la calma con que se lo tomaban todo, me estaba
poniendo de los nervios. O se daban prisa, o no iba a darles tiempo a
operarme. Por fin me pasaron a quirófano, sólo era necesario
anestesia local. En veinte minutos, el cirujano ya había extirpado
la primera y suturado la incisión. Empezó a sonar su móvil y se
fue a hablar al despacho de al lado. Mi cabreo no tenía límites,
¡había dejado la operación para contestar al móvil! No me lo
podía creer. Colgó, habló con la enfermera, y se marchó. Me
levanté de la camilla y le seguí por el pasillo hasta su despacho.
Asomado a la ventana, le gritaba a alguien en el aparcamiento: "dame
cinco minutos y bajo". "Sólo vas a necesitar diez segundos
hijo de puta" le espeté mientras le cogía por los pies y le
tiraba por la ventana. La conversación con la enfermera, señor
juez, fue más de lo que pude soportar:
-¿Doctor,
no va a finalizar la operación?
-No,
me están esperando para ir a jugar al golf, que vuelva el jueves y
le corto la otra.
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