Un bicho raro - Rufino García Álvarez




Desde pequeño siempre fui un bicho raro. Compañeros, profesores, incluso hasta mis padres, no eran capaces de entenderme. Fui un alumno aventajado. Las explicaciones de clase me resultaban insuficientes y pasaban largas horas consultando enciclopedias y ampliando información. Como no tenía amigos, me convertí en una rata de biblioteca.
Siempre lo cuestionaba todo, normas establecidas, convencionalismos sociales, imposiciones, horarios. Mi frase favorita era: "Pues no entiendo porqué, explícamelo". Jamás soporte las mentiras, el escaqueo, ni la falta de profesionalidad. La irascibilidad que me provocaban, me ha causado verdaderos problemas, incluso alguna que otra noche en el calabozo. A nadie le extrañó que me hiciese ornitólogo. Sentía verdadera admiración y pasión por los pájaros. He llegado a pasarme semanas enteras, en refugios de montaña, observándolos. En el fondo los envidiaba, cuando algo no les gustaba, simplemente levantaban el vuelo y se iban. ¡Ojalá yo pudiera hacer lo mismo! 
Puede que fuera por desear volar tan intensamente, o por alguna maldición de la que fui objeto, pero me empezaron a salir dos bultos en la espalda. "Me están creciendo alas", le dije frívolamente al médico. Fue el comienzo de mi calvario, de una larga batería de pruebas y análisis para saber qué era aquello. Cada vez que iba al hospital terminaba igual. Bronca con los celadores, o con las enfermeras, o con el médico, o con los de administración. Siempre había algún problema, siempre fallaba algo, y siempre este endiablado carácter, me hacía enfrentarme, con acritud, a todos ellos.
 Fueron diez meses de agonía, pero por fin había llegado el día de la operación. Al final, resultaron ser unas protuberancias benignas, que se extirpaban con cirugía ambulatoria. Ese día la espera se me hizo insoportable, la calma con que se lo tomaban todo, me estaba poniendo de los nervios. O se daban prisa, o no iba a darles tiempo a operarme. Por fin me pasaron a quirófano, sólo era necesario anestesia local. En veinte minutos, el cirujano ya había extirpado la primera y suturado la incisión. Empezó a sonar su móvil y se fue a hablar al despacho de al lado. Mi cabreo no tenía límites, ¡había dejado la operación para contestar al móvil! No me lo podía creer. Colgó, habló con la enfermera, y se marchó. Me levanté de la camilla y le seguí por el pasillo hasta su despacho. Asomado a la ventana, le gritaba a alguien en el aparcamiento: "dame cinco minutos y bajo". "Sólo vas a necesitar diez segundos hijo de puta" le espeté mientras le cogía por los pies y le tiraba por la ventana. La conversación con la enfermera, señor juez, fue más de lo que pude soportar:
-¿Doctor, no va a finalizar la operación?
-No, me están esperando para ir a jugar al golf, que vuelva el jueves y le corto la otra.






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