Muy
bien de la cabeza no está, ya
se le veía en la cara cuando llegó. Pero es que ahora... ¿No va y
me dice que se quiere tirar en paracaídas como regalo de cumpleaños?
Que le haría muchísima ilusión subirse en un avión, saltar al
vacío y sentirse libre por última vez.
A
mí cada día me sorprende más. Y eso que hace un año que
compartimos habitación. Pero cada mañana se inventa una cosa nueva.
Que si muñecas de croché,
pulseras
de bisutería para regalar a las enfermeras, un club de lectura en la
biblioteca...
Y a la semana siguiente se olvida y le da por hacer puzzles o
papiroflexia. O aquel curso de repostería creativa. En las cocinas
casi les da un soponcio. Nos echaron de allí casi tirándonos
tomates. Lo que nos reímos. Y lo que nos subió la tensión después.
Ay...
Hasta
cometas le dio por diseñar para volarlas por el jardín. Dice que si
la cabeza y el cuerpo no se mueven una persona se muere, aunque el
corazón le siga latiendo. Pero yo ya me canso, que no tengo edad de
tanto movimiento y tanta monserga.
Aunque
a veces me viene bien estar a su lado en la gimnasia de
mantenimiento. Así que me pongo a su lado y me muevo un poco más.
Que a veces me da la sensación de que me estoy anquilosando, siempre
del sofá a la cama y de la cama al sofá.
A
ver cuándo se lo comenta a sus hijos, lo del salto, digo. Que seguro
que le dicen que nones. Ya los viste hace unos domingos, vaya pareja.
No sé a quién habrán salido esos dos maizones. A su santo, que en
paz descanse seguramente. Pero a ella desde luego que no. Tiene
energía para ir de aquí a Roma y volver veinte veces todavía.
Menos
mal que aquí hay un jardín bien grande, un gimnasio, la biblioteca
y los horarios no son demasiado estrictos. Si no, con esa vitalidad
que tiene a la semana se hubiera mustiado como una flor a la que no
se riega.
A
mí me extrañó que la trajeran si aún se valía por sí misma.
Todo fue porque se cayó en casa y se rompió la cadera. Y al darle
el alta del hospital ninguno de los hijos pudo hacerse cargo porque
trabajaban, y según ellos tenían muchas obligaciones. Cría cuervos
para esto. Menudos desagradecidos de las narices. En estas ocasiones
me alegro de no haber tenido ninguno. Así no me salieron ni buenos
ni malos. Y me apañé yo solita hasta que buenamente pude. En fin...
Si
no fuera por las enfermeras que nos cuidan, tan saladas y tan majas
ellas, que vaya profesionales como la copa de un pino que son, ella
ya se habría ido de aquí. Haciendo un agujero con una cucharilla en
plan fuga de Alcatraz, saltando la verja del jardín o directamente
por la puerta. Que a veces esto parece más una cárcel que un asilo.
Una ‘residencia de apartamentos de gran lujo para mayores
independientes con todos los servicios’ dice la publicidad.
Palabras muy bonitas, pero aquí estamos, retirados de la sociedad,
aparcados y obedeciendo como autómatas. Tercera edad, vejestorios
achacosos, abuelos cebolleta nos dicen. Ella se indigna, y con razón,
porque suena realmente ofensivo.
A
veces, como dice el dicho, a la tercera va la vencida. Quizá por eso
se le haya ocurrido lo del paracaídas.
La
verdad es que sus pequeñas locuras, si lo piensas bien, ya no lo
parecen tanto.
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