Quiero el divorcio - Clara Conde





- Muy bien de la cabeza no está, Damián, eso ya lo sabías antes de casarte con ella.

La que había tomado la palabra era mi cuñada, hablando de su propia hermana, mientras mi suegra, aunque silenciosa, asentía con la cabeza dedicándome miradas de compasión.

Yo había acudido a su casa, nada más dejar a mi hija en el instituto, buscando consuelo, quizás consejo, o por lo menos un poco de compañía. Sí, a casa de mi familia política, porque a veces la vida te regala personas que van sustituyendo las carencias de los de tu propia sangre.

- Seguro que mañana la tienes otra vez en casa –me dijo mi suegra, acariciando mi mano- si Carol te adora…



Carol y yo nos levantábamos temprano y desayunábamos en la cocina. Disfrutábamos mucho de esos momentos de intimidad, antes de que la niña despertara, compartiendo un café y unas tostadas, hablando de lo que haríamos a lo largo del día y, a veces, haciendo algún plan para la tarde, cuando volviéramos a casa.

Yo la contemplaba sentada a la mesa, frente a mí, tan arrebatadora como siempre, con el cabello revuelto y las mejillas aún coloradas del calor de la cama.

Esa mañana en particular yo estaba ensimismado en sus manos, viéndolas echar azúcar en el café y sostener la cucharilla con la que iba a removerlo. La noche anterior, antes de dormirnos, habíamos hecho el amor de una forma a la vez especial y a la vez como siempre, y yo me sentía aún envuelto en las sensaciones.

- Damián, escúchame.

Carol reclamó mi atención, como si supiera exactamente por donde divagaba mi cerebro. Y me di cuenta de que estaba un poco seria.

- Quiero el divorcio –soltó de golpe.

Yo dejé en el plato la tostada mordida, perdidas todas las ganas de pronto, y me quedé esperando que siguiera. Ella no decía nada, como si ya lo hubiese dicho todo.

- ¿Hay otro? –dije, porque me parecía que era lo que debía preguntar.

- Claro que no, cielo. Si sabes de sobra que no podría querer a nadie más.

- Entonces…

- Mira, Damián, no quiero que te preocupes por nada. Me voy a un hotel, de momento, y ya hablaremos de las cosas prácticas.

- ¿Y la niña? –se me ocurrió decir. A lo mejor apelando a nuestra hija en común conseguía algo.

- Se queda contigo –dijo Carol, como si ya lo tuviese planeado- De todas formas, siempre has sido tú quien más se ha ocupado de ella.

- Pero, qué le digo…

- Nada, tranquilo, por la tarde paso a buscarla y hablo con ella.

Era muy extraño, pero me sentía vacío. No estaba triste, ni asustado. No tenía ganas de llorar, ni de hacerle reproches. Porque en el fondo era una escena irreal, que se iba a terminar de un momento a otro.

- Y ¿qué vas a decirle? –pregunté.

- La verdad, claro –dijo Carol.

- ¿Y cuál es la verdad?

Carol sopló para apartarse un mechón de pelo de la cara, y fue tan sexy…

- Pues la verdad. Que su padre es un cielo, el mejor hombre del mundo y el hombre de mi vida. Y que no me voy por su culpa ni por la tuya. Sólo me aburro. Me muero de aburrimiento y necesito cambiar de vida.

En ese dramático momento entró en la cocina nuestra niña, frotándose los ojos, casi sin poder abrirlos.

- Papá, ¿me llevas? Si no, voy a llegar tarde.

Le dije que sí, y mi familia, la familia que estaba a punto de deshacerse, se embarcó en las rutinas mañaneras para poder salir de casa.



- Vamos, Damián –me decía mi cuñada- No te hundas. Alguna crisis ya has pasado con Carol.

- No, esto es distinto –le dije yo, recordando el beso que Carol me había lanzado con la mano al salir de casa, y que olía a despedida.

- Sólo tienes que hacer memoria –dijo mi suegra- La vida, un poco especial, que has tenido con ella. Búscale un reto, algo nuevo, nosotras te ayudamos, no lo dudes. Estoy segura de que todo se va a arreglar.

Yo hice memoria. Sí, era verdad que vivir con Carol había sido una aventura maravillosa, a veces aterradora, pero siempre emocionante.

Y ahora se aburría.

Cierto que últimamente estaba más tranquila, que burbujeaba menos, y pensé en la nueva medicación que le habían recetado y en que quizás los objetivos del médico no coincidían con los nuestros.

Yo quería a mi preciosa pelirroja de vuelta, con todas las consecuencias.

Iría a ver al médico, pero lo primero que hice fue mandarle un whatsapp a Carol para decirle que yo también quería divorciarme y quería hacerlo rápido.

Y luego le pediría que fuera mi novia.




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