La música inundaba la calle. Su voz era prodigiosa. Pedro Conde, “Solo con mi sombra”, ponía el CD que tenía a sus pies. Deposité unas monedas sobre la funda de su guitarra y me quedé escuchando. Era bueno, muy bueno. Definitivamente iba a comprarle el CD.
En
el cajero del banco de al lado, dos personas discutían a gritos.
Supe después por los periódicos, que se trataba de Alberto alias
“el estafador” y Klaus alias “el instructor de vuelo”. Al
parecer, Alberto le debía dinero a Klaus y este se lo recriminaba de
malos modos. Tras comprobar que ninguna de las tarjetas tenía saldo,
Klaus le metió a empujones en el portal contiguo gritándole: “más
te vale tener algo de dinero en casa”. Las voces cesaron. Pedro y
yo intercambiamos una mirada de extrañeza y siguió tocando. Me
acerqué a felicitarle y a comprarle un CD. “Es el último que me
queda”, me dijo. Avanzó su mano para dármelo, pero el cuerpo de
Alberto, cayendo desde el tercer piso, pasó rozándonos y le arranco
el CD de las manos, haciéndose, ambos, trizas contra el suelo.
“Creo
que tendrás que volver otro día por el disco”, me dijo Pedro
manteniendo la compostura. “Ya, es una pena”, le dije yo mientras
sacaba el teléfono para llamar a emergencias.
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