Personajillos - Marian Muñoz


                                           


No tenía ni idea de quien era aquella viejecita menuda y encogida a la que estaban homenajeando. El grupo de personas y autoridades se encontraban frente a una pared donde tapada por una banderita española, se hallaba una placa, el nuevo nombre con que iban a llamar a la calle, Amapola Herranz de la Campa.
Parece que la titularidad anterior no calló en gracia o tal vez hubo disputas por no ser merecida la dedicación a su primera propietaria, Doña Rosa Aller de la Campa.
Así se llamaba mi calle, hasta que la nueva corporación, salida de las últimas urnas, decidió cambiarla. Y allí se encontraban inaugurando algo que habían hecho no menos de 25 años.
Desconocía el porqué, ya que el viejo nombre no se identificaba con los de derechas ni con los de izquierdas, pero la actual titular al ser de posibles, como se decía antes, seguro había untado a más de uno para conseguir el cambio.
Por supuesto, los vecinos y comerciantes de la zona volviéndose locos al tener que cambiar los membretes de sus facturas, indicando a proveedores su nueva dirección y como no a familiares, amigos y organismo oficiales, porque todo ese trajín es lo que lleva cambiar el nombre de una calle.
Esta visto que los políticos de hoy en día no sirven nada más que para dar trabajo y pesares a sus votantes, y agradecen de esa manera, cuando no de otras peores, el haber sido elegidos.
Pero ciñámonos a las susodichas, como habréis notado, tienen en común el segundo apellido, ciertamente eran primas carnales por parte de madre, las dos llegaron a ser personajes relevantes en nuestra ciudad, pero por diferentes motivos.
Según me he informado, Amapola nació, creció y llegó a ser una gran dama, porte altivo, ojos marrones y vivarachos, pelo castaño ondulado, lo justo para dejar caer colgando a los lados de su rostro un par de mechones graciosos. Color tostado en la piel y pecas esparcidas por su rostro que le conferían un aspecto juvenil a la par que atractivo. Si bien de estatura no era muy alta, su altivez le imponía un estiramiento de columna inaudito para estos tiempos. Nunca enseña las piernas pues siempre lleva faldamentos largos que viste con gran elegancia y zapatos de tacón fino que la hacen aparentar aún más alta.
Su familia la desposó con un magnate de la prensa, más poco duró el matrimonio, nada más dar a luz al heredero, el bueno hombre la palmó, dejando a la viuda Amapola, desconsolada y ricachona, poniéndose al frente del periódico hasta que su hijo fuera capaz. Si bien de carácter era jovial y ocurrente de puertas afuera, cuando entraba en casa la envidia no la dejaba descansar. Malhumorada, fría y tacaña, sufría por las felicidades ajenas y sobre todo por su bondadosa prima, a quien la vida no estaba tratando por igual, pero gozaba de más adeptos y eso la tenía en un sinvivir.
Rosa creció en casa de Amapola, pues sus padres murieron cuando era muy niña y apenas los recordaba. Su carácter afable y tranquilo le granjeaba el cariño y la amistad de todo con el que se cruzaba. Era generosa con lo que tenía y siempre estaba pendiente de los demás. Físicamente era muy distinta a su prima. Bajita y regordeta, con pelo rizado y oscuro, unos ojos azules que deslumbraban nada más mirarla, su amplia sonrisa era su mejor presentación. Y esa paz interior daba a su entorno un fulgor al que nadie conseguía resistir. De carácter agradecido, quizás por haber sido recogida de niña por sus familiares, se sentía en deuda con ellos y con el mundo, su primordial tarea fue ocuparse de los más desprotegidos y necesitados de la ciudad.
Ya en la adolescencia cada una siguió un camino diferente. Mientras Amapola era asidua de los círculos más ilustres, Rosa se hallaba metida en grupos parroquiales, universitarios o de ayuda humanitaria, donde contribuía con su trabajo, dedicación e ideas para mejorar su entorno, ya que no disponía de dinero como su adorada prima Amapola.
Oficialmente se llevaban bien, pero el obsesivo empaque que se gastaba una, contrastaba con la sencillez e intelectualidad de la otra. Mientras compartieron morada no se relacionaban.
Al casarse Amapola le pidió a su prima que se fuera a vivir a otro lugar, pues la casa pertenecía a sus padres y la quería para sí. Rosa con mucha tristeza, dejó el único hogar que había tenido, comprendiendo las razones y que debía volar fuera del cobijo que sus tíos le habían proporcionado. Marchó a un barrio marginal, debido a la precariedad económica que padecía. Pero enseguida logró amistades que la ayudaron en su nuevo camino, creando espacios de estudio y formación para mujeres y niños con pocos recursos. Con su buen talante y simpatía conseguía benefactores y subvenciones que la ayudaban en sus proyectos, llegando a ser una docena de centros en la ciudad y otros tantos en diferentes provincias. Tenía vocación de servicio a los demás, que vio aumentado cuando conoció a Tino, su alma gemela, y quien no sólo la ayudó con su obra, sino que creó empresas para dar trabajo a familias enteras y poder sacarlas de la exclusión social.
Su labor tuvo una repercusión mediática importante, rindiéndose a su obra tanto las autoridades locales como las nacionales, apareciendo en portadas de los periódicos más importantes, menos el de su prima, quien por envidia no quería oír ni leer nada sobre ella.
Falleció a edad temprana, si bien le dio tiempo a encauzar su proyecto y a saber delegar para que aquello pudiera continuar sin ella.
La ciudad en reconocimiento a su encomiable labor le dedicó una calle nueva, un barrio en el que ella había trabajado y que comenzaba a ser una arteria importante de la ciudad, con comercios, cines y centros de ocio, a la par que alojamiento para familias jóvenes.
Su prima no sobrellevó tal nombramiento, y que para más inri la llamaran a ella como familiar más cercano para descubrir la placa. Por supuesto declinó la invitación, excusándose con una reunión benefactora.
Veinticinco años le costó cambiar esa placa por la suya, el nuevo gobierno local no recordaba quien había sido la tal Rosa, y tenía pinta de ser una heroína de la guerra, por lo que con las faltriqueras llenas y la idea de poder inaugurar algo, optaron por cambiar el nombre a una calle, total que más da, un nombre que otro, lo importante es cobrar.






 
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