No tenía ni idea de quien era aquella viejecita menuda y encogida a
la que estaban homenajeando. El grupo de personas y autoridades se
encontraban frente a una pared donde tapada por una banderita
española, se hallaba una placa, el nuevo nombre con que iban a
llamar a la calle, Amapola Herranz de la Campa.
Parece que la titularidad anterior no calló en gracia o tal vez hubo
disputas por no ser merecida la dedicación a su primera propietaria,
Doña Rosa Aller de la Campa.
Así se llamaba mi calle, hasta que la nueva corporación, salida de
las últimas urnas, decidió cambiarla. Y allí se encontraban
inaugurando algo que habían hecho no menos de 25 años.
Desconocía el porqué, ya que el viejo nombre no se identificaba con
los de derechas ni con los de izquierdas, pero la actual titular al
ser de posibles, como se decía antes, seguro había untado a más de
uno para conseguir el cambio.
Por supuesto, los vecinos y comerciantes de la zona volviéndose
locos al tener que cambiar los membretes de sus facturas, indicando a
proveedores su nueva dirección y como no a familiares, amigos y
organismo oficiales, porque todo ese trajín es lo que lleva cambiar
el nombre de una calle.
Esta visto que los políticos de hoy en día no sirven nada más que
para dar trabajo y pesares a sus votantes, y agradecen de esa manera,
cuando no de otras peores, el haber sido elegidos.
Pero ciñámonos a las susodichas, como habréis notado, tienen en
común el segundo apellido, ciertamente eran primas carnales por
parte de madre, las dos llegaron a ser personajes relevantes en
nuestra ciudad, pero por diferentes motivos.
Según me he informado, Amapola nació, creció y llegó a ser una
gran dama, porte altivo, ojos marrones y vivarachos, pelo castaño
ondulado, lo justo para dejar caer colgando a los lados de su rostro
un par de mechones graciosos. Color tostado en la piel y pecas
esparcidas por su rostro que le conferían un aspecto juvenil a la
par que atractivo. Si bien de estatura no era muy alta, su altivez
le imponía un estiramiento de columna inaudito para estos tiempos.
Nunca enseña las piernas pues siempre lleva faldamentos largos que
viste con gran elegancia y zapatos de tacón fino que la hacen
aparentar aún más alta.
Su familia la desposó con un magnate de la prensa, más poco duró
el matrimonio, nada más dar a luz al heredero, el bueno hombre la
palmó, dejando a la viuda Amapola, desconsolada y ricachona,
poniéndose al frente del periódico hasta que su hijo fuera capaz.
Si bien de carácter era jovial y ocurrente de puertas afuera, cuando
entraba en casa la envidia no la dejaba descansar. Malhumorada, fría
y tacaña, sufría por las felicidades ajenas y sobre todo por su
bondadosa prima, a quien la vida no estaba tratando por igual, pero
gozaba de más adeptos y eso la tenía en un sinvivir.
Rosa creció en casa de Amapola, pues sus padres murieron cuando era
muy niña y apenas los recordaba. Su carácter afable y tranquilo le
granjeaba el cariño y la amistad de todo con el que se cruzaba. Era
generosa con lo que tenía y siempre estaba pendiente de los demás.
Físicamente era muy distinta a su prima. Bajita y regordeta, con
pelo rizado y oscuro, unos ojos azules que deslumbraban nada más
mirarla, su amplia sonrisa era su mejor presentación. Y esa paz
interior daba a su entorno un fulgor al que nadie conseguía
resistir. De carácter agradecido, quizás por haber sido recogida
de niña por sus familiares, se sentía en deuda con ellos y con el
mundo, su primordial tarea fue ocuparse de los más desprotegidos y
necesitados de la ciudad.
Ya en la adolescencia cada una siguió un camino diferente. Mientras
Amapola era asidua de los círculos más ilustres, Rosa se hallaba
metida en grupos parroquiales, universitarios o de ayuda humanitaria,
donde contribuía con su trabajo, dedicación e ideas para mejorar
su entorno, ya que no disponía de dinero como su adorada prima
Amapola.
Oficialmente se llevaban bien, pero el obsesivo empaque que se
gastaba una, contrastaba con la sencillez e intelectualidad de la
otra. Mientras compartieron morada no se relacionaban.
Al casarse Amapola le pidió a su prima que se fuera a vivir a otro
lugar, pues la casa pertenecía a sus padres y la quería para sí.
Rosa con mucha tristeza, dejó el único hogar que había tenido,
comprendiendo las razones y que debía volar fuera del cobijo que sus
tíos le habían proporcionado. Marchó a un barrio marginal, debido
a la precariedad económica que padecía. Pero enseguida logró
amistades que la ayudaron en su nuevo camino, creando espacios de
estudio y formación para mujeres y niños con pocos recursos. Con
su buen talante y simpatía conseguía benefactores y subvenciones
que la ayudaban en sus proyectos, llegando a ser una docena de
centros en la ciudad y otros tantos en diferentes provincias. Tenía
vocación de servicio a los demás, que vio aumentado cuando conoció
a Tino, su alma gemela, y quien no sólo la ayudó con su obra, sino
que creó empresas para dar trabajo a familias enteras y poder
sacarlas de la exclusión social.
Su labor tuvo una repercusión mediática importante, rindiéndose a
su obra tanto las autoridades locales como las nacionales,
apareciendo en portadas de los periódicos más importantes, menos el
de su prima, quien por envidia no quería oír ni leer nada sobre
ella.
Falleció a edad temprana, si bien le dio tiempo a encauzar su
proyecto y a saber delegar para que aquello pudiera continuar sin
ella.
La ciudad en reconocimiento a su encomiable labor le dedicó una
calle nueva, un barrio en el que ella había trabajado y que
comenzaba a ser una arteria importante de la ciudad, con comercios,
cines y centros de ocio, a la par que alojamiento para familias
jóvenes.
Su prima no sobrellevó tal nombramiento, y que para más inri la
llamaran a ella como familiar más cercano para descubrir la placa.
Por supuesto declinó la invitación, excusándose con una reunión
benefactora.
Veinticinco años le costó cambiar esa placa por la suya, el nuevo
gobierno local no recordaba quien había sido la tal Rosa, y tenía
pinta de ser una heroína de la guerra, por lo que con las
faltriqueras llenas y la idea de poder inaugurar algo, optaron por
cambiar el nombre a una calle, total que más da, un nombre que otro,
lo importante es cobrar.
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