Aquellos utramarinos - Esperanza Tirado


                                         


Ay, qué tiempos aquellos en los que aún llevaba pantalón corto, las rodillas llenas de costras, flequillo tieso e iba de la mano de mi madre a todas partes.
Recuerdo sobre todo los olores de las tiendas, fuertes e intensos que se te metían por la nariz y no te soltaban. Y las voces de la gente, hablando y riendo. A pesar de que eran tiempos duros éramos más felices que ahora, con tanta crisis que dicen que hay.
Lo malo de la crisis, de esta, es que todos esos olores y ruidos se han perdido. Con tanta competencia brutal de las grandes superficies las tiendas de barrio de toda la vida se han ido muriendo. Como la gente que iba a comprar a ellas.
Recuerdo con cariño una de ellas. En realidad no era una tienda, sino un almacén reconvertido en unos ultramarinos en los que se vendía de todo. Desde pan recién hecho, semillas para tomates pasando por todo tipo de cacharros de lata o botones y cintas para las costureras. Hasta sellaban quinielas. Siempre había gente y mucho ruido.
Aparte de que se vendía de todo y parecía que siempre estaba abierta, el dueño era toda una institución en el barrio. Te recibía con la mejor de sus sonrisas, contaba los últimos cotilleos y chascarrillos sacados de la radio o de su prodigiosa cabeza, mientras te hacía las cuentas de la compra de memoria con su lápiz siempre colocado en la oreja.
Los hombres montaban su tertulia futbolera todos los lunes en su rincón, al lado de los sacos de legumbres. A los niños nos obsequiaba con piruletas o recortes del pan recién sacado del horno y siempre tenía un piropo para las mamás y señoras de buen ver. Toda una institución don Eusebio.
Ay, qué recuerdos.







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