Más información en la cabecera de entrelecturasycafé.blogspot.com.es en el apartado "Relato encadenado"
CAPITULO 5
Sentada en el taxi decide no
responder aún la llamada. Saluda al taxista y antes de poder
indicarle a que dirección dirigirse, éste le dice:
–Buenas tardes Lola ¿la
llevo a casa?
Iba a responder que no era
Lola, pero se oyó decir
–¡Sí, gracias!
Su instinto fue más rápido
y atisbó una buena oportunidad de pillar in fraganti a su hermana,
por fin la iba a localizar pese a temer su presencia. No cabía duda
que el taxista la conocía y sabía su dirección. Cuando llegara ya
vería como encontrarla.
Se dirigieron a la otra punta
de la ciudad, a la zona financiera donde estaban instalados los
Bancos y Holdings económicos más importantes del país. En una
ocasión se había perdido por aquel distrito, recordaba que estaban
las oficinas en el centro y a su alrededor las viviendas de los
empleados, por supuesto, lujosos apartamentos.
Al llegar a su destino, pagó
el recorrido y bajó del vehículo. Un portero de uniforme le abrió
la puerta dándole la bienvenida y señalándole el camino hacia el
hall de entrada, donde la esperaban dos conserjes, también
uniformados, que a su vez le dieron la bienvenida, llamándola
Señorita Salgado.
Era un manojo de nervios,
sentía fuertes latidos en las sienes, su cabeza estaba a punto de
estallar, pero a la vez era consciente de que la adrenalina la estaba
ayudando a lidiar con la situación, aparentando una calma que no
sentía y ocultando su miedo a meter la pata y se descubriera quien
realmente era.
Uno de los conserjes la
acompañó en ascensor hasta la planta de su hermana, despidiéndose
con un “hasta luego y llame si necesita cualquier cosa”.
--Bien, y ahora qué, ¿cuál
es la puerta de mi hermana?
Poco tiempo dudó al
percatarse que todas tenían un letrero con el nombre de su
inquilino. Allí estaba, al final del pasillo, con letras color
carmesí, Lola Salgado Cuesta.
–Vale, ¿y cómo entro?, se
dijo para sí misma, porque ni tengo llave, ni tarjeta, ni…. ¡Anda
pero si en lugar de cerradura tiene un teclado! Uf, no puedo estar
eternamente probando claves para dar con la que abra la cueva de esta
chiflada.
–Ya sé, voy a probar.
Ding ding ding…
–Bingo! Si es que
hermanita, no eres nada previsora, mira que seguir usando tu clave
favorita, el número Pi.
La puerta daba directamente a
un inmenso salón con amplio ventanal, la decoración completamente
impersonal, ni un retrato, ni un libro o revista. A la izquierda,
tras la chimenea se adivinaban dos espacios, el despacho a la
derecha, muy ordenado y sin rastro visible de quien pudiera
habitarlo, salvo por un calendario de mesa que tenía tachado, como
con furia, justo el día de su trigésimo tercer cumpleaños. Al
girarse, para seguir con el resto de la casa, se sobresaltó al ver
en la pared un tablero lleno de fotos, en el centro las de su hermana
y la suya, Lola arriba y ella debajo.
–Sé que soy yo porque mis
pendientes son inconfundibles, me los regaló tía Eulogia cuando los
hizo en clase de manualidades, no hay otros como esos, además
siempre he pensado que me daban suerte, y no suelo quitármelos casi
nunca, ¡mira por dónde ahora me sirven para reconocerme!.
Alrededor de Beatriz fotos de
sus amigos, compañeros de trabajo, novios, vecinos y la perrita
Marilín.
–-¡Ay pobrecita mía, que
será de ella! –gimió echándola en falta-.
De su foto salían hilos
azules que enlazaban, una a una a las otras. De la imagen de su
hermana, salían hilos rojos que también enlazaban las fotos, bueno
a todas no, las de Marilín y Sandra no tenían el temible hilo rojo,
aunque no sabía la razón, sospechó que a ellas no había podido
confundirlas.
–-Marilín tiene un olfato
pistonudo y ¿Sandra? Quizás aún no lo ha intentado.
Un sudor frío le corría por
la espalda, se esforzaba en calmar el temblor de sus manos, cuando
volvió a sonar el móvil, la llamada de Richi que volvía al ataque.
Lo había olvidado por completo y dudaba si contestar, mejor sí,
quería saber de primera mano si él tenía noticias de su perrita y
si estaba bien atendida.
–Hola cariño, siento no
haber podido devolverte la llamada –respondió con retintín-.
En vez de Richi sonó la voz
de una mujer que decía
–¡Hola hermanita!
No le sonaba la voz, no cabía
duda que después de tantos años la había olvidado, se puso muy
nerviosa y no quería que la otra lo notara, por lo que improvisó…
–Cariño, no te oigo nada,
debe ser que hay mala cobertura, espera que me mueva. A ver, A ver,
¿me oyes?
–¡Vamos Bea no seas
patética! –Se oyó al otro lado del teléfono-.
–Richi, corazón,
–respondió Beatriz-- llámame más tarde que estoy en el bus y
vamos a entrar en un túnel, un beso.
Logró apaciguar algo sus
nervios y más tranquila, continuó con la inspección de la casa.
La cocina estaba igual de aséptica que el resto, asemejaba un
laboratorio. Sobre la encimera se encontraba un solitario brik de
leche.
–¡Ay, ay, ay, hermanita
veo que eres de costumbres fijas!
Cuantas veces había
castigado su madre a Lola por dejar la leche fuera de la nevera, y
ella venga a protestar que le gustaba del tiempo y no fría.
Como intrusa que era tenía
los cinco sentidos en alerta, pero sobre todo el sexto estaba bien
agudizado, una idea surgió de lo más recóndito de su mente.
Recordó que Lola era
alérgica a la aspirina y como buena enfermera siempre lleva en su
bolso alguna pastilla que otra para una emergencia, por supuesto,
aspirinas.
Rebuscó nerviosa en el bolso
y encontró el blíster nuevecito, sacó una pastilla.
–¡No, mejor dos, que se
lleve un buen susto!
Con un pañuelito de papel,
para no dejar huellas, giró el tapón del brik con cuidado,
comprobando primero si ya estaba abierto, así era, introdujo las dos
pastillas en el líquido, cerró con cuidado y agitó para su
perfecta disolución, posándolo en el mismo sitio. Su hermana
siempre tomaba la leche con mucho azúcar, por lo que no se enteraría
hasta que fuera tarde.
Continuó con la inspección
al otro lado del salón, el baño a la izquierda, y a su lado debía
estar el dormitorio, al empujar la puerta a punto estuvo de caer de
la impresión.
Era igual que el de su
apartamento, la misma distribución, los mismos muebles, los mismos
adornos, no podía ser, tenía que haberlo copiado.
- ¡No es posible que las dos
tengamos los mismos gustos, imposible!
Ayudándose del pañuelito de
papel abrió la puerta del armario y horrorizada comprobó que en él
estaba su ropa, o al menos una igual, distribuida de la misma forma
en que lo hacía ella.
Con dificultad aguantaba la
tensión, estaba a punto de desmayarse, de gritar, pero logró
recuperarse y decidió coger prestada alguna prenda.
–Ya que mi hermana ha
cambiado la cerradura y no puedo entrar en casa, me serviré de la
suya. –pensó con acierto.
Descolgó dos perchas con sus
conjuntos, recompuso el resto para que no se notara el vacío y metió
todo en el bolso, el que Richi le había regalado por Reyes,
diciéndole, “ahora se llevan grandes y tú no vas a ser menos”.
Cabía todo en él, hasta las perchas, no las iba a dejar vacías
para que se diera cuenta su hermana.
Finalizó la inspección
ocular y decidió marcharse, no tenía nada más que hacer allí.
Bajó en el ascensor, disimuló los nervios al pasar delante de los
conserjes.
–¿Le llamo un taxi,
señorita Salgado? –le preguntó uno de ellos.
Dudó un instante, pero
decidió que no, cuanto menos trato tuviera con la gente, más
desapercibida pasaría.
–No gracias, en la esquina
me están esperando, ¡hasta luego!
Saludó igualmente al portero
y giró hacia la izquierda, donde recordaba haber visto a dos
manzanas una parada de autobús y enfrente una boca de metro. Sopesó
si tomar uno u otro, más se decantó por el primero, en el metro
solía haber cámaras de seguridad, y no quería dejar rastro de su
visita.
No tenía claro el siguiente
paso a seguir, todo su mundo estaba patas arriba y las personas a las
que apreciaba, comenzaban a cuestionar su amistad.
El autobús llegó, subió
decidida de ir al encuentro de Sandra, rogando para sus adentros que
la loca de su hermana no la hubiera abocado a una tropelía como a su
marido.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario