El Paraíso - Cristina Muñiz Martín


                                                        


La semana a bordo del yate estaba resultando espléndida. Aquello era lo más parecido al Paraíso: nadar en alta mar, tostarse sobre cubierta, cenar a la luz de la luna y retozar de día y de noche, sin preocuparse de miradas indiscretas. Sin embargo, de repente, se levantó un viento rebelde empeñado en juguetear con el mástil. Adán miraba la predicción del tiempo cuando apareció Eva, sin más vestido que un escueto delantal, llevando entre sus manos una tortilla que parecía una actriz de cine bajo luces fluorescentes. Prepararon la mesa en cubierta, dejando el yate al pairo. La tortilla estaba deliciosa y cuando la acabaron, junto a una botella de buen vino, Adán dijo que iba a mirar el tiempo, que aquel viento no le gustaba nada. “El yate de papá es de lo más seguro del mundo” dijo ella. “No te preocupes, no sucederá nada”. Adán, convencido, pues Eva ya se había quitado el delantal, se dejó arrastrar al suelo de cubierta. Y de pronto, cuando el universo con todas sus constelaciones parecían girar a su alrededor, un golpe de mar los expulsó del Paraíso.





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