Juan y Estela - Pilar Murillo


                                             


(En memoria de Angelina, nuestra compañera de escritura que puso dos palabras aquí)

Tan solo quedaba una patata en el plato, una única y triste patata pinchada en el tenedor que estaba siendo mareada entre la poca salsa que había quedado de la lubina de ración que Juan con todo su esmero había preparado para Estela, su mujer.
Recuperadas las ganas de comer después de unos meses en que todo lo que comía lo vomitaba.
La verdad es que Juan ha estado siempre al pie del cañón, obligando a su mujer a hacer cosas que maldita las ganas que ella tenía de emprender.
Estela era una mujer decidida y valiente, las cosas no le habían ido demasiado bien últimamente, aunque ella no se quejaba de nada y agradecía poder contar con la compañía de Juan durante gran parte de su vida.. Juan por su parte seguía enamorado de su mujer, como desde el primer día que la vio con aquella melenaza negra, suelta al viento, apoyada en la barandilla de los autos de choque en la feria de Málaga, con un calor abrasador y ella luciendo un vestidillo blanco, al estilo de las ropas Ibicencas. Estela tenía por aquél entonces dieciséis años y Juan uno más y desde que él se acercó a ella y le dijo: “¿sabes cuanto pesa un oso polar?” ella respondió con una risilla tímida y un movimiento de cabeza negativo a lo que él siguió: “Lo suficiente para romper el hielo” Treinta años habían pasado de ese primer contacto que rellenaron provechosamente entre beso y beso de amor, estudiando ella magisterio y él auxiliar de enfermería. Se casaron a una edad prudencial, ni demasiado jóvenes, ni demasiado mayores, pero cuando ambos habían conseguido un trabajo. Ella en una escuela rural y él en el hospital de la ciudad. Les gustó vivir bien, viajando, probando distintas gastronomías cada fin de semana, hasta que un mal día llegaron las vacas flacas. El país estaba hundiéndose económicamente y afectaba a muchos millones de personas. A Estela no le pilló de sorpresa, no tenía la plaza fija.
Aprovechando la desgracia de quedarse en paro decidieron ponerse manos a la obra a intentar ser padres. Con el sueldo de Juan podrían mantenerse, además unos ahorrillos aún tenían y Juan en lugar de ir en coche a trabajar. Iría en bicicleta.
Los intentos fueron fallidos, los hijos no querían venir, probando todos los métodos posibles .pero nada, el resultado cuando lo miraban, siempre era negativo,. Para mayor desgracia a los dos años a Juan lo despidieron, por lo mismo, sobra personal y él era el de menos antigüedad.
Poco a poco el paro se iba acabando, los ahorros se esfumaron y se veían en la triste calle, si no fuese que aquella tarde que Estela se puso a ver la tele vio el anuncio del próximo comienzo de un nuevo concurso. Se lo contó a Juan y éste la apoyó totalmente y la animó a llamar para apuntarse. Y así lo hizo.
La llamaron al cabo de un mes, fue toda una sorpresa que acogió feliz ya que por muy poco que ganase, le solucionaría algo su vida.
Se cogió un libro de historia y se puso a estudiar como para las oposiciones y por las mañanas iría a correr para mantenerse en forma. Ya había visto unos cinco programas del concurso y la competición era de alto nivel.
Llegado el día Juan y Estela ya estaban en Madrid, en los estudios de TV. Juan se puso entre el público y Estela colocada entre los participantes.
La prueba física la superó fácilmente al tener a su contrincante besando la hierba y eso no era lo que debía hacer.
Estela se había preparado a conciencia para la parte intelectual y cuando tuvo que responder, erró tres veces con lo cual perdía y la consecuencia era raparse el pelo a lo “Teniente O'Neil”
Ya en casa, la resaca era tremenda. ¿Cómo digerir el gran fracaso? Ella lo tenía claro y así se lo hizo saber a Juan, no saldría de casa en meses, hasta que el pelo creciese y su cráneo fuese algo más que una bola de billar. Pero Juan, que era un amor de marido le trajo la solución, una bonita peluca comprada con el último ahorrilo que le quedaba. Estela quiso reírse pero de pronto le dio una arcada y antes de llegar al baño ya había echado toda la pota en el pasillo. ¡Dios mio, estoy embarazada! Gritó Estela. Y su marido la abrazó y la comió a besos. Al tiempo que decía, “No te preocupes, todo va a ir bien, yo te ayudaré.”
    • Juan no tenemos dinero.
    • -Reservaba esta noticia para la cena, pero te la contaré ahora. Nuestro hijo viene con un pan bajo el brazo.
    • ¿Cómo? (le dice Estela con los ojos como platos)
    • Me han llamado para trabajar de ayudante de panadero, de esa panadería donde desesperadamente tiré mi curriculum bajo la puerta.

La pareja se fundió en un fuerte abrazo y un beso de amor prolongado.









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