Más información en la cabecera de entrelecturasycafé.blogspot.com.es en el apartado "Relato encadenado"
CAPÍTULO
4
Toda aquella información era
más de lo que su cerebro podía soportar. Y pensar que con Richi
tenía problemas... ¿De verdad aquella era su vida o estaba soñando?
Casi parecía que era la protagonista en un retorcido y macabro
capítulo de ‘Mentes Criminales’.
Definitivamente debería
haber hecho las maletas e irse sin mirar atrás. A Atenas, o a la
Cochinchina. Lo más lejos posible de todo aquel embrollo.
Se sobrepuso a duras penas,
pidió un vaso de agua y un par de aspirinas. Lástima no tener en
el bolso una petaca. Un lingotazo de algo fuerte le hubiera venido de
perlas en esos momentos.
Cuando el vértigo parecía
que se le iba serenando fue invitada a entrar en la sala de
interrogatorios. Las dos amigas se abrazaron, aún con la confusión
y la desconfianza rondando por medio. Beatriz se sentó al lado de
Rebeca, las dos enfrente del policía, e intentó recolocar las
piezas del puzzle en su cabeza.
–¿Podría explicármelo de
nuevo? –suplicó al inspector. –Tengo clara una única cosa: YO
soy Beatriz y estoy vivita y coleando. Aquí está mi DNI.
Se volvió para abrir el
bolso que había colgado en la silla y sacar su monedero.
Con los nervios de la
situación, las manos y todo el cuerpo le temblaban de manera
exagerada. Y con el tembleque le sobrevino un ataque de hipo que la
hizo vomitar.
Rebeca se puso nerviosa con
el olor y la visión de aquel desastre, y a punto estuvo de hacer dúo
con Beatriz. El policía que estaba interrogándolas hizo gala de su
profesionalidad y llamó por el interfono con voz neutra. Enseguida
entró una señora de la limpieza que arregló el desorden y trajo
sendas tilas a las chicas.
Tras la interrupción el
policía reorganizó los documentos de la mesa.
–Comencemos de nuevo. –su
voz adoptó un tono autoritario pero sereno. – ¿Hace cuánto
tiempo que no mantiene contacto con su hermana?
–Pues..., –Beatriz dudó
un instante, mientras bebía un sorbo de tila– Durante la
adolescencia tuvimos nuestras diferencias. Lola tenía un carácter...
En fin, que estuvimos un tiempo sin hablarnos. Después retomamos el
contacto, por mis padres, más que nada. Pero cuando me fui a
estudiar fuera, me centré en mis cosas, conocí a gente nueva y casi
me olvidé de ella. Mis padres a veces me mandaban noticias suyas.
Nada importante: que estaba bien, que estudiaba mucho, que se
acordaba de cuando éramos pequeñas... Tonterías.
Beatriz hizo un gesto entre
fastidio y desprecio y continuó hablando.
–En el 2012, año en que
mis padres fallecieron, nos reencontramos durante el entierro. Pero
apenas si cruzamos palabra. Y las que nos dijimos fueron bastante
tensas. Nuestra relación de hermanas había desaparecido hacía
mucho tiempo...
La puerta se abrió y se
interrumpió la conversación. Un policía de paisano entregó al
policía interrogador un grueso dossier marrón con letras en inglés.
Cuchichearon algo al oído y
de nuevo salió, dejando el eco del portazo en la sala y la confusión
en la cara de las dos amigas.
–Bien. Prosigamos. Me
cuentan mis fuentes que en los archivos de expedientes de antiguos
estudiantes de Harvard constan los datos de una tal Lola Salgado
Cue...
Las dos gritaron a la vez.
–¡¡Lola!!
–¿¿Harvard??
El corazón se les quería
escapar del pecho. Ambas miraron inquietas al policía que repasaba
con gesto profesional el dossier.
–Expediente brillante,
notas excelentes, presidenta de varios clubes de ciencias, consejera
veterana de estudiantes de primer año...
Fue enumerando todos los
méritos de Lola con admiración. Parecía increíble que esa fuera
su hermana gemela, la que le había hecho la vida imposible durante
media vida. Beatriz no daba crédito.
–...Terminó el Doctorado
Cum Laude en Psicología Social y realizó un postgrado en
Criminalística. De eso hace cinco años. Y ahí ya se pierde su
pista. Es como si se la hubiese tragado la tierra.
–Pues parece que ahora nos
volvemos a encontrar –el fastidio de Beatriz era evidente.
–Bien. Para asegurarnos de
que ustedes dos son quienes de verdad dicen que son, sobre todo usted
Beatriz, vamos a tomarles las huellas y declaración jurada de sus
datos personales. Esperen aquí un segundo.
El policía las dejó solas y
ambas se abalanzaron hacia el dossier, rebuscando e intentando
comprender lo que su inglés de instituto les permitía.
No llegaron a mucho.
Enseguida el policía volvió a entrar acompañado de una funcionaria
que traía todo lo necesario para la identificación y toma de
huellas.
Tras pasar toda la tarde
encerradas en comisaría, después de verificar los recortes de la
hemeroteca y contrastar la nueva documentación venida de EEUU
tuvieron que realizar todos los trámites pertinentes, indicando
domicilios, lugares de trabajo, y varios teléfonos de localización,
salieron un poco reconfortadas. Ellas eran ellas, eso era lo único
que estaba claro. Lo de Lola era más complicado de desenredar.
El aire de la calle despejó
un poco sus mareados pensamientos. Caminaron despacio, camino de la
cafetería donde siempre quedaban, su refugio del mundo, agarradas la
una a la otra, sin hablar, pero sabiendo que eran las dos únicas
personas en las que, de momento, podrían confiar.
–¿¡Dónde te habías
metido!? Llevamos toda la tarde dando vueltas, llamándote al móvil,
pensando que te había ocurrido una desgracia. No he empezado a
buscarte en hospitales de milagro.
La visión de un Raúl con el
rostro desencajado, con sus dos hijos agarrados de la mano, llorosos,
mal vestidos, y llenos de mocos, las sobresaltó.
Con todo el jaleo de las
últimas horas, Rebeca se había olvidado de su familia. A pesar de
lo ocurrido entre ellos, Raúl seguía siendo su pareja. Y sintió
una punzada de remordimiento por haber sido tan mala madre.
–Mis niños preciosos...
–se agarró a ellos y los achuchó como si no hubiera un mañana,
pringándose ella también de mocos y lágrimas.
–Tenemos que hablar. En
casa. A solas.
El tono autoritario de Raúl
le dolió en el alma. A Beatriz se le encogió el corazón al ver
aquella estampa entre absurda y trágica. No le gustaban nada los
niños, pero eran los hijos de su amiga. Ella era adulta y podría
defenderse, mal que bien, sola.
Las dos se miraron. No
hicieron falta palabras. Se abrazaron con fuerza, consolándose y
como traspasándose sus energías.
–Ve con ellos. –Beatriz
besó a su amiga y sonrió a los pequeños. –Te necesitan más que
yo.
Raúl y ella se miraron
fríamente, casi retándose. Nunca se habían llevado bien. Eran
rivales compitiendo por el cariño de Rebeca.
Se besaron de nuevo, y se
despidieron.
Rebeca se fue con su marido,
sus niños y sus mocos a casa a resolver su crisis familiar. Beatriz
permaneció en la calle, mirando cómo se alejaban, sin saber si su
crisis personal general podría tener arreglo algún día.
Sacó el móvil, miró la
hora y después la agenda. El número de Richi parecía más grande,
como pidiéndole que llamara. También el de Carlos le hacía guiños.
Mejor no. No le apetecía
enfrentarse con ningún hombre en esos momentos. Ojalá no se hubiera
cruzado en su vida ninguno de los dos. Tres, si contaba a Armando,
que con ese había mucha tela que cortar todavía.
Cerró el móvil y suspiró.
Estaba agotada.
Y se acordó de Marilín.
–Pobrecita mía, tanto
tiempo solita...
Tenía que recogerla de la
guardería. La abrazaría, volverían a casa, verían una peli juntas
y todo se calmaría un poco.
¿Cómo llegaría antes a la
guardería? ¿Bus? ¿Taxi? ¿A esas horas aún funcionaba el Metro?
De la marquesina más cercana acababa de salir un autobús con
dirección a no sabía dónde. Entre los grafitis no había rastro de
mapa señalador ni de rutas ni de horas.
–Taxi mejor. Me dejaré un
pastón. Estoy en la otra punta. Pero por mi Marilín lo que sea.
Tras varios minutos esperando
a la intemperie, por fin detuvo un taxi. Justo cuando acababa de
entrar, sin tiempo para decir su dirección, le sonó el móvil.
Era Richi, su novio.
--Mierda. Qué oportuno.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario