Vidas encontradas (capítulo 4) - Relato encadenado





 Esta novela consta de 17 capítulos a los que se añadirán varios finales.
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CAPÍTULO 4



Toda aquella información era más de lo que su cerebro podía soportar. Y pensar que con Richi tenía problemas... ¿De verdad aquella era su vida o estaba soñando? Casi parecía que era la protagonista en un retorcido y macabro capítulo de ‘Mentes Criminales’.
Definitivamente debería haber hecho las maletas e irse sin mirar atrás. A Atenas, o a la Cochinchina. Lo más lejos posible de todo aquel embrollo.
Se sobrepuso a duras penas, pidió un vaso de agua y un par de aspirinas. Lástima no tener en el bolso una petaca. Un lingotazo de algo fuerte le hubiera venido de perlas en esos momentos.
Cuando el vértigo parecía que se le iba serenando fue invitada a entrar en la sala de interrogatorios. Las dos amigas se abrazaron, aún con la confusión y la desconfianza rondando por medio. Beatriz se sentó al lado de Rebeca, las dos enfrente del policía, e intentó recolocar las piezas del puzzle en su cabeza.
–¿Podría explicármelo de nuevo? –suplicó al inspector. –Tengo clara una única cosa: YO soy Beatriz y estoy vivita y coleando. Aquí está mi DNI.
Se volvió para abrir el bolso que había colgado en la silla y sacar su monedero.
Con los nervios de la situación, las manos y todo el cuerpo le temblaban de manera exagerada. Y con el tembleque le sobrevino un ataque de hipo que la hizo vomitar.
Rebeca se puso nerviosa con el olor y la visión de aquel desastre, y a punto estuvo de hacer dúo con Beatriz. El policía que estaba interrogándolas hizo gala de su profesionalidad y llamó por el interfono con voz neutra. Enseguida entró una señora de la limpieza que arregló el desorden y trajo sendas tilas a las chicas.
Tras la interrupción el policía reorganizó los documentos de la mesa.
–Comencemos de nuevo. –su voz adoptó un tono autoritario pero sereno. – ¿Hace cuánto tiempo que no mantiene contacto con su hermana?
–Pues..., –Beatriz dudó un instante, mientras bebía un sorbo de tila– Durante la adolescencia tuvimos nuestras diferencias. Lola tenía un carácter... En fin, que estuvimos un tiempo sin hablarnos. Después retomamos el contacto, por mis padres, más que nada. Pero cuando me fui a estudiar fuera, me centré en mis cosas, conocí a gente nueva y casi me olvidé de ella. Mis padres a veces me mandaban noticias suyas. Nada importante: que estaba bien, que estudiaba mucho, que se acordaba de cuando éramos pequeñas... Tonterías.
Beatriz hizo un gesto entre fastidio y desprecio y continuó hablando.
–En el 2012, año en que mis padres fallecieron, nos reencontramos durante el entierro. Pero apenas si cruzamos palabra. Y las que nos dijimos fueron bastante tensas. Nuestra relación de hermanas había desaparecido hacía mucho tiempo...
La puerta se abrió y se interrumpió la conversación. Un policía de paisano entregó al policía interrogador un grueso dossier marrón con letras en inglés.
Cuchichearon algo al oído y de nuevo salió, dejando el eco del portazo en la sala y la confusión en la cara de las dos amigas.
–Bien. Prosigamos. Me cuentan mis fuentes que en los archivos de expedientes de antiguos estudiantes de Harvard constan los datos de una tal Lola Salgado Cue...
Las dos gritaron a la vez.
–¡¡Lola!!
–¿¿Harvard??
El corazón se les quería escapar del pecho. Ambas miraron inquietas al policía que repasaba con gesto profesional el dossier.
–Expediente brillante, notas excelentes, presidenta de varios clubes de ciencias, consejera veterana de estudiantes de primer año...
Fue enumerando todos los méritos de Lola con admiración. Parecía increíble que esa fuera su hermana gemela, la que le había hecho la vida imposible durante media vida. Beatriz no daba crédito.
–...Terminó el Doctorado Cum Laude en Psicología Social y realizó un postgrado en Criminalística. De eso hace cinco años. Y ahí ya se pierde su pista. Es como si se la hubiese tragado la tierra.
–Pues parece que ahora nos volvemos a encontrar –el fastidio de Beatriz era evidente.
–Bien. Para asegurarnos de que ustedes dos son quienes de verdad dicen que son, sobre todo usted Beatriz, vamos a tomarles las huellas y declaración jurada de sus datos personales. Esperen aquí un segundo.
El policía las dejó solas y ambas se abalanzaron hacia el dossier, rebuscando e intentando comprender lo que su inglés de instituto les permitía.
No llegaron a mucho. Enseguida el policía volvió a entrar acompañado de una funcionaria que traía todo lo necesario para la identificación y toma de huellas.
Tras pasar toda la tarde encerradas en comisaría, después de verificar los recortes de la hemeroteca y contrastar la nueva documentación venida de EEUU tuvieron que realizar todos los trámites pertinentes, indicando domicilios, lugares de trabajo, y varios teléfonos de localización, salieron un poco reconfortadas. Ellas eran ellas, eso era lo único que estaba claro. Lo de Lola era más complicado de desenredar.
El aire de la calle despejó un poco sus mareados pensamientos. Caminaron despacio, camino de la cafetería donde siempre quedaban, su refugio del mundo, agarradas la una a la otra, sin hablar, pero sabiendo que eran las dos únicas personas en las que, de momento, podrían confiar.
–¿¡Dónde te habías metido!? Llevamos toda la tarde dando vueltas, llamándote al móvil, pensando que te había ocurrido una desgracia. No he empezado a buscarte en hospitales de milagro.
La visión de un Raúl con el rostro desencajado, con sus dos hijos agarrados de la mano, llorosos, mal vestidos, y llenos de mocos, las sobresaltó.
Con todo el jaleo de las últimas horas, Rebeca se había olvidado de su familia. A pesar de lo ocurrido entre ellos, Raúl seguía siendo su pareja. Y sintió una punzada de remordimiento por haber sido tan mala madre.
–Mis niños preciosos... –se agarró a ellos y los achuchó como si no hubiera un mañana, pringándose ella también de mocos y lágrimas.
–Tenemos que hablar. En casa. A solas.
El tono autoritario de Raúl le dolió en el alma. A Beatriz se le encogió el corazón al ver aquella estampa entre absurda y trágica. No le gustaban nada los niños, pero eran los hijos de su amiga. Ella era adulta y podría defenderse, mal que bien, sola.
Las dos se miraron. No hicieron falta palabras. Se abrazaron con fuerza, consolándose y como traspasándose sus energías.
–Ve con ellos. –Beatriz besó a su amiga y sonrió a los pequeños. –Te necesitan más que yo.
Raúl y ella se miraron fríamente, casi retándose. Nunca se habían llevado bien. Eran rivales compitiendo por el cariño de Rebeca.
Se besaron de nuevo, y se despidieron.
Rebeca se fue con su marido, sus niños y sus mocos a casa a resolver su crisis familiar. Beatriz permaneció en la calle, mirando cómo se alejaban, sin saber si su crisis personal general podría tener arreglo algún día.
Sacó el móvil, miró la hora y después la agenda. El número de Richi parecía más grande, como pidiéndole que llamara. También el de Carlos le hacía guiños.
Mejor no. No le apetecía enfrentarse con ningún hombre en esos momentos. Ojalá no se hubiera cruzado en su vida ninguno de los dos. Tres, si contaba a Armando, que con ese había mucha tela que cortar todavía.
Cerró el móvil y suspiró. Estaba agotada.
Y se acordó de Marilín.
–Pobrecita mía, tanto tiempo solita...
Tenía que recogerla de la guardería. La abrazaría, volverían a casa, verían una peli juntas y todo se calmaría un poco.
¿Cómo llegaría antes a la guardería? ¿Bus? ¿Taxi? ¿A esas horas aún funcionaba el Metro? De la marquesina más cercana acababa de salir un autobús con dirección a no sabía dónde. Entre los grafitis no había rastro de mapa señalador ni de rutas ni de horas.
–Taxi mejor. Me dejaré un pastón. Estoy en la otra punta. Pero por mi Marilín lo que sea.
Tras varios minutos esperando a la intemperie, por fin detuvo un taxi. Justo cuando acababa de entrar, sin tiempo para decir su dirección, le sonó el móvil.
Era Richi, su novio.
--Mierda. Qué oportuno.






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