Vidas encontradas (capítulo 1) - Relato encadenado





 Esta novela consta de 17 capítulos a los que se añadirán varios finales.
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                                               Capítulo 1

Era de noche y fuera comenzaba a caer una lluvia fina y húmeda que se adivinaba persistente. Beatriz separó la cortina y miró a través del cristal. La ciudad estaba iluminada y rodeada por una leve bruma que le daba un aspecto melancólico, o romántico, o tal vez fantasmal. Como dice el refrán todo depende del color del cristal con que se mire. Beatriz suspiró pesadamente y se sentó en el sofá, dejándose caer en él cual si fuera un pesado saco de cemento. El cristal con el que miraba ella desde hacía unos días era más bien gris, incluso por momentos negro.
Cogió su bolso y sacó de su interior una revista de crucigramas y un bolígrafo, dispuesta a entretenerse un poco y evadirse de la cruel realidad que se empeñaba en atosigarla desde hacía unos días. Uno, horizontal, capital de Grecia. Capital de Grecia...... ¡Joder! ¿Cómo era posible que no se acordara de cuál era la capital de Grecia? Definitivamente su cerebro no estaba en su lugar, probablemente se hubiera ido a dar una vuelta por ahí, como tal vez debiera de hacer ella. Claro que no era de extrañar, después de la semanita que llevaba como para mantenerse en sus cabales. Todavía no era capaz de comprender cómo después del maravilloso fin de semana que había pasado con Richi todo se había ido a la mierda, todo, una cosa detrás de otra. Aunque ahora que lo pensaba, el comportamiento de su novio no había sido del todo normal. Se había presentado el viernes por la mañana en casa, totalmente eufórico, diciéndole que hiciera las maletas, que se iban de fin de semana a Peñíscola y ella le había obedecido ciegamente, contagiada por aquel entusiasmo fuera de lugar. Nunca había sido su novio de viajes sorpresa, ni de nada sorpresa, la verdad es que era un poco soso, pero bueno, también era tranquilo, complaciente, y follaba bien, al menos eso creía, porque hacía mucho tiempo que no follaba con otro y ya casi no podía comparar. Alguna vez la había dejado a medias, pero suponía que eso era normal, que le pasaba a todas las parejas... En fin, el caso es que el viernes a media mañana se fueron a Peñíscola. Cuatro horas y media de viaje y un mundo de ensueño a sus pies. El pueblo era maravilloso, el hotel que Richi había reservado era lo mismo que un palacio, el clima los había acompañado y entre salidas, entradas, playa, saraos y comilonas se había pasado el tiempo. Todo había sido estupendo, todo si no tenía en cuenta el nerviosismo sin sentido de su novio, los mensajes que le llegaban al móvil un minuto sí y al siguiente también, los viajes al baño cada vez que se sentaban a comer o a cenar, la cara de vinagre con la que regresaba a la mesa... De todas maneras ser consciente de que el comportamiento de Richi había sido extraño aquel fin de semana no le solucionaba nada, más bien al revés, puesto que significaba que ya se estaba mascando la tragedia.
Pero cuando realmente comenzaron a ir mal las cosas fue el lunes. Llegó al hospital a las ocho, con un increíble buen humor, indiscutible reminiscencia del fin de semana. Nada más salir de los vestuarios, ataviada con su uniforme de enfermera, Lidia Méndez, la jefa de planta, le comunicó que el doctor Gutiérrez reclamaba su presencia en su consulta. Y para allí fue más contenta que unas castañuelas, a pesar de que el doctor en cuestión era un presuntuoso, gilipollas, incompetente, presumido y alguna cosilla más. Llamó a la puerta y sin esperar respuesta abrió y entró. El doctor, sentado al otro lado de la mesa de consulta, guardó unos documentos dentro de una carpeta y le hizo una seña para que se sentara. Cuando ella lo hubo hecho comenzó la bronca.
-No sé si sabes que el paciente de la 505 ha muerto anoche.
Beatriz pensó que aquel imbécil se había equivocado de persona, no con el paciente muerto, sino con ella misma, porque ni conocía al fallecido, ni había puesto pie en la 505 desde que habían ingresado en ella al muerto, cuando todavía estaba vivo evidentemente. Se trataba de un hombre con una enfermedad infecciosa que había ingresado en el hospital el jueves a media tarde, poco antes de que ella hubiera terminado su turno.
-¿Y? - preguntó desafiante.
-¿Cómo qué y? Le has administrado una medicación equivocada que le ha debilitado su sistema inmunitario y lo ha llevado a la tumba.
-¿Yo? Me parece que te estás equivocando. No entré en esa habitación para nada, de hecho el jueves por la noche acabó mi turno y he tenido días libres hasta hoy, que acabo de entrar. Así que te recomiendo que te informes bien, para lo cual basta con consultar los partes de ese día y verás mi firma estampada en cuatro habitaciones a las que yo repartí la medicación y ninguna fue esa, precisamente.
El médico ni se inmutó. Abrió la carpeta que tenía ante sí, sacó de su interior unos papeles y los puso delante de Beatriz. Parte de medicación de la 505, firmado el jueves a las ocho treinta y cinco por Beatriz Salgado.
-Esta no es mi firma.
-Pues Beatriz Salgado eres tú.
-Pues esta no es mi firma – afirmó categóricamente levantando la voz.
Estaba comenzando a ponerse nerviosa. Sacó del bolsillo interior de su bata su tarjeta identificativa del hospital y dando un golpe en la mesa la puso delante de Gutiérrez. Las firmas tenían un ligero parecido, como si alguien hubiera intentado falsificarla, pero se notaba a la legua que no era la misma.
El hombre levantó la mirada hacia la enfermera y devolviéndole la tarjeta le dijo.
-Esto es muy grave y se va a abrir una investigación. Ándate con ojo porque todavía no estás libre de culpa. Puedes marcharte.
Beatriz salió de la consulta hecha una furia, pensando que aquel medicucho de mierda se la tenía cruzada. Pero no sabía el muy ladino a quién se estaba enfrentando. ¿Quería guerra? Pues guerra iba a tener, ella no era mujer de amedrentarse ante las injusticias procedentes de gente amargada y ruin.
Se le esfumó el buen humor como por encanto, aunque según transcurrían las horas con ellas se llevaban la bronca, que iba cayendo en el olvido. Por la noche, a pesar de que seguía cabreada, ya estaba convencida de que el problema no era tal. La verdad siempre sale a la luz y esa vez no iba a ser diferente.
Pero lo que no esperaba era que el miércoles trajera consigo un nuevo disgusto, esta vez de mano de Rebeca, su mejor amiga. Cuando la llamó por teléfono a media tarde casi ordenándole que se reunieran ya en la cafetería de siempre, que tenían que hablar, Beatriz no podía sospechar lo que se avecinaba. Rebeca tenía un problema gordo, muy gordo, gordísimo, aunque tenía solución y en ello andaban, en preparar la solución, cosa ciertamente delicada. Y es que su amiga, casada desde hacía unos cuantos años con Raúl, un muchacho encantador, pero un poco insulso, con el que tenía dos hijos, se había liado con Leo, al postre jefe de Raúl en la empresa de informática en la que todos, incluida ella, trabajaban. Todo había comenzado de manera un poco tonta, como suelen comenzar estas cosas, una cena de empresa, una charla intranscendente, miradas por aquí y por allá, indirectas nada difíciles de captar... en fin, que terminaron retozando una tarde en el apartamento de Leo, soltero recalcitrante donde los haya y conquistador nato. Rebeca lo sabía y no le importaba. Ella no quería ninguna relación seria, estaba bien con su marido y sus niños preciosos, lo único que pretendía era escapar un poco de la rutina y darle una alegría al cuerpo de vez en cuando, que las que le daba Raúl ya las conocía demasiado y no eran alegrías ni nada. Pero con lo que no contaba la mujer era con que un embarazo se cruzara en su camino de esposa infiel y dado que su marido se había hecho la vasectomía poco después de nacer los gemelos... para que decir más. Había que abortar ya, y en eso andaban, preparando lugar y día para llevar a cabo la operación de la manera más discreta posible.
Por eso Beatriz imaginó que Rebeca la citaba para hablar sobre ello, pero se equivocó. Lo supo en cuanto la vio entrar en la cafetería. No venía con la cara de pena de los últimos días, sino con el ceño fruncido y una mirada que destilaba furia por los cuatro costados. Se sentó frente a ella y no se anduvo con rodeos.
–¿Cómo has podido hacerme esto? –preguntó con voz de demonio.
–¿El qué? –preguntó a su vez Beatriz sintiéndose confusa.
–Bien sabes tú el qué. Nunca pensé que llegaras a traicionarme de esta manera. Eres una arpía. ¿Qué es lo que pretendes? Dí, porque no lo entiendo.
La conversación que estaba teniendo Rebeca le recordaba un poco a la mantenida con el doctor Gutiérrez dos días atrás. Ambos soltaban por aquella boca cosas que ella no comprendía. A ver si estaba soñando, o viviendo una realidad paralela a su vida normal o algo así.
–Rebeca, no me gusta jugar a los acertijos –dijo finalmente– te pido por favor que seas clara. ¿Qué te he hecho?
–¿Qué me has hecho? Intentar contarle a Raúl lo de mi embarazo, eso has hecho. ¿Qué quieres? ¿Terminar con mi matrimonio? ¿Tienes envidia de mi estabilidad familiar? Yo no tengo la culpa de que estés rondando los cuarenta y no hayas conseguido todavía formar tu propia familia.
Beatriz no se echó a reír porque la situación no estaba para bromas, pero que Rebeca le hablara de estabilidad familiar le parecía poco menos que una broma. Y eso de la envidia... ¿de dónde lo había sacado? Si sabía perfectamente que a ella le asustaban los compromisos y le aterraban los niños. No le hacía falta una familia para nada.
–Y no me digas que tú no has sido –prosiguió Rebeca sin darle derecho a réplica– Reconocí perfectamente tu voz en el mensaje que le dejaste en el móvil. Menos mal que esta mañana se le olvidó en casa y no lo leyó, si no me habrías jodido la vida. No quiero volver a verte nunca más, ¿me entiendes? ¡Nunca más!
Dicho lo dicho se levantó y salió de la cafetería arrastrando en su loca carrera a una pobre anciana que acababa de entrar y que terminó por los suelos sin que la otra tuviera la deferencia de pedirle disculpas siquiera.
Beatriz acabó de tomarse su café mientras pensaba en lo sucedido. No le preocupaba demasiado. Conocía bien a Rebeca y sabía que era una histérica. Arrebatos como aquel le daban de vez en cuando y luego todo quedaba en nada. Lo que realmente le intrigaba era quién, aparte de ellas dos, conocía el embarazo de Rebeca, puesto que, según ella misma le había confesado, ni siquiera se lo había dicho a Leo, para qué, si total dentro de nada aquella desagradable situación pasaría a la historia.
Salió del bar cavilando sobre ello. Dentro de dos o tres días llamaría a su amiga. Para entonces ya estaría más calmada y podrían charlar como personas civilizadas. Mientras había que andar con ojo por si acaso alguien más era conocedor de su secreto.
Poco se imaginaba Beatriz que semejantes cavilaciones iban a pasar a segundo plano esa misma noche. Richi la llamó por teléfono para decirle que se iba a retrasar, que tenía una importante cena de empresa y que después debía salir a tomar unas copas con unos clientes. No, no tenía ninguna gana pero eran gajes del oficio. A eso de las nueve Beatriz salió de casa a dar un paseo con su perrita Marilín y como si una fuerza extraña y desconocida la atrajese, cambió la ruta que habitualmente hacía. Se metió por la calle Colorín Colorado, que no frecuentaba demasiado porque estaba repleta de bares de ambiente y allí los vio, a Richi y a Armando, su novio y el mejor amigo de su novio … morreando a la entrada de un pub mientras se tocaban en culo uno al otro con total impunidad. Aquello era demasiado. Parecía que los dioses se habían confabulado en su contra para poner patas arriba su apacible y tranquila vida de mujer independiente y razonablemente feliz.
Dio media vuelta y regresó a su casa llevando a su perrita casi a rastras, haciendo caso omiso a los lamentos del pobre animal que no comprendía por qué a su dueña le había entrado la prisa de repente. Cuando llegó a su hogar se tiró en el sofá e intentó pensar con claridad, sin dramas y sin llantos. Repasó mentalmente los sucesos de los últimos días. La bronca del médico, el enfado de su amiga y ahora su novio de la otra acera. Quizá lo mejor fuera no pensar, porque si analizaba el asunto en profundidad tal pareciera que una mano negra estaba conspirando contra ella. Entonces fue cuando se puso a resolver el maldito crucigrama. Capital de Grecia.... ¡Atenas, joder! ¡Atenas!, pues mira, ahí mismo se iba a largar mañana mismo, a Atenas, a ver si pillaba por allí algún Varoufakis que le hiciera olvidar a su jefe, a su amiga y a su maldito novio.






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